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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

miércoles, 26 de junio de 2019

La locura de las puertas grandes / por Paco Cañamero



Algo que siempre fue para aclamar al diestro tras una apoteosis, ahora mismo, se ha convertido en una odisea. En una verdadera tortura que, en ocasiones, se transforma en un drama. Lo vemos desde hace años en Las Ventas y también se ha extendido a otras plazas

La locura de las puertas grandes

Paco Cañamero
Llegan nuevas imágenes mostrando la brutalidad que han convertido las salidas en hombros individuos ajenos al respeto que siempre imperó en la Fiesta. Imágenes con decenas de energúmenos machacando literalmente al torero triunfador que atentan con la grandeza de la Tauromaquia. Algo que siempre fue para aclamar al diestro tras una apoteosis, ahora mismo, se ha convertido en una odisea. En una verdadera tortura que, en ocasiones, se transforma en un drama. Lo vemos desde hace años en Las Ventas y también se ha extendido a otras plazas; la última ha sido con José Tomás tras su reciente cita en Granada, vapuleado por quienes están en las antípodas de saber estar en ese momento cumbre del triunfo. La situación ya ha llegado ya a tal extremo que se deben tomar medidas urgentes al convertir esos instantes de gloria en una angustia mientras el torero trata de librarse ese especie de pulpo que destroza su termo torero.

Tradicionalmente las salidas en hombros eran para aclamar y jalear, para mostrar la admiración a quien se jugó la vida con su arte y su inteligencia para poder al toro. Antes podía darse el caso que alguien arrancase un macho, pero era lo más y de forma ocasional, casi siempre en plazas del norte, Pamplona, Vitoria…, excepto Bilbao que antaño gozó de tanto señorío al igual que la vieja Semana Grande de San Sebastián con aquel añorado Chofre, aunque también es cierto que antes no se prodigaban tanto las puertas grandes. Me refiero a la gloriosa década de los sesenta, tiempos de S. M. ‘El Viti’, Camino, Puerta, El Cordobés… quien en muchas ocasiones no se salía en volandas después de claros triunfos, hasta con tres o cuatro orejas e incluso rabos y al finalizar la corrida enseguida buscaban el momento de marchar caminando de la plaza. Después, ya en los ochenta igual, aunque a medida que pasaban los años ya se fue haciendo más habitual, pero de esa época, en principio de la década recuerdo, por ejemplo, tardes de tres orejas de Julio Robles en Salamanca y marchar caminando al finalizar la corrida. Y eso, aunque siempre hubo algún energúmeno, que se respetaba al toreo, aunque no tanto como en épocas pasadas, porque no creo que nadie osase hacer jirones el vestido de Manolete, el de Domingo Ortega, el de Antonio Ordóñez, el de Luis Miguel… Y es que la actual locura hay que frenarla y tomar medidas, sobre todo por el bien de la Fiesta y que nadie vea en esas imágenes un escaparate de locos. Por cierto, saben dónde arrancó, aunque entonces tímidamente, esa moda de despedazar el vestido de los toreros en las salidas por la puerta grande? En la corrida que se encerró El Niño de la Capea en solitario con los toros de Victorino Martín. Aquel día, en la triunfal salida, fue el arranque de esta moda a la que se debe poner freno.

Nadie habrá visto una foto de Joselito saliendo en hombros, ni de la primera etapa de Juan Belmonte, cuando protagoniza junto a José la llamada Edad de Oro –después en su última reaparición si salió varias veces en volandas-. No digamos de los anteriores, de Guerrita, de Machaquito, de Fuentes, de Lagartijo… Ante nunca, porque las salidas en hombros llegan en la retirada de Ricardo Torres ‘Torres’, en octubre de 1913, quien nada más acabar la corrida y cortarse la coleta, un montón de toreros que había en la plaza se lanzaron a tributarle su gratitud por fundar el Montepío de Toreros, que fue tabla de salvación para tantos profesiones de aquella época y en ese tributo de admiración lo auparon en volandas. Allí, en ese hecho nació una nueva época del toreo, la que mostraba al diestro triunfante en la salida en hombros. Sin embargo aún tardarían bastante en ser algo habitual. Y algo que tanto ha cambiado, porque en la primera época y durante muchos años un torero era alzado en hombros por la gente que se arrojaba a las arenas y así le tributaba su admiración y gratitud por el éxito, lejos de la llegada de los costaleros o capitalistas actuales, que viven de ello. Y es que eran otra épocas, desde luego con más respeto, porque lo que no es normal es lo de ahora, donde se han perdido los papeles y el respeto, mostrando al torero cuando si fuera un pelele e manos de unos energúmenos, cuando ese momento es para disfrutarlo con emoción dentro de la grandeza que debe tener una tarde de toros.

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