Es el nuestro país de pícaros y lo es de siempre, no es cosa moderna. La novela picaresca ya nos dio ilustres ejemplos de expertos en el arte de la supervivencia en las nada claras fronteras de la ley.
Señalando a un sinvergüenza
Paco Delgado
Este género nos desvela, al margen de la hipocresía de las clases adineradas, una dura moraleja: el pícaro nunca logra abandonar su condición, algo que sigue siendo evidente en pleno siglo XXI cuando, por ejemplo, las estadísticas del Ministerio de Trabajo indican que miles de ciudadanos son capaces de suspender su eterna baja laboral en julio para poder trincar la paga extra y enfermar de nuevo en agosto…
No es, desde luego, el mundo del toreo ajeno a este modelo. Al contrario, son también legión los que a lo largo de la historia han tenido sus minutos de gloria y sus anécdotas archivadas para el recuerdo, siendo, posiblemente, el más famoso el Juncal de Armiñán, personaje basado en un ser real y de carne y hueso, Juncalito, un torero malagueño cuya vida estaba rodeada de leyenda. Alto, guapo, bien plantao, siempre muy bien vestido y que vivía a costa de su mujer, la cocinera del obispo. Se levantaba a primeras horas de la tarde y la pobre señora le dejaba la comida preparada y dinero para café y tabaco. De joven fue a varear la aceituna, aunque, cuando vio las horas que debía echar para dos reales, decidió no volver a trabajar en su vida.
Pero, asimismo y desgraciadamente, son harto frecuente los que no se conforman con un pasar medianamente cómodo y se lanzan a querer medrar dentro del taurineo. Apoderados chungos que engañan y estafan a sus pobres e ilusos poderdantes y empresarios más falsos que una moneda de tres euros han sido cosa corriente hasta que la crisis – algo bueno tendría que tener…- arrambló con buena parte de ellos. Y todavía hay quien trata de imitar al trístemente célebre Romero, el que cerró, entre otras, las plazas de Benidorm y Ondara al no hacer frente a los muchos pufos dejados y endosarlos a los respectivos ayuntamientos. Es el caso de un sinvergüenza que trata de engatusar a la peñas de Utiel y a los munícipes de esta ciudad valenciana, convenciéndoles para que le dejen organizar este año los festejos taurinos de su más que centenaria plaza. Lo que le faltaba a La Utielana.
Y antes de dar ese paso, que puede ser fatal para el futuro de la tauromaquia en Utiel, no estaría de más que los responsables de firmar ese sí quiero preguntasen e hiciesen averiguaciones sobre este sujeto. Que investiguen y rastreen el largo reguero de deudas e impagos que arrastra. Que miren lo que hizo en Foyos, por ejemplo, donde se empeñó en dar una corrida de postín y desapareció con la caja, sin que ni los juzgados hiciesen luego posible el pago de los pagarés que emitió al no tener ni saldo ni sueldo ni un mísero colchón a su nombre.
Cuatro o cinco años llevaba oculto y escondido, se ve que esperando a que se olvidase el desaguisado, y ya debe estar seguro de que aquel delito no tiene ahora consecuencias para él y lo intenta de nuevo. De momento ya ha echado el ojo a la pieza, y si esta lo consiente, se la comerá, manchándose puños y pechera de grasa, y hará que otros carguen con la cuenta.
El mundo del toro debería tomar cartas en este asunto y no permitir que estos buscavidas campen por su respetos y puedan cometer tropelías más o menos impunemente. Nadie que no se halle inscrito en la pertinente asociación empresarial y con sus cuentas al día, limpias y transparentes, debería estar capacitado ni autorizado para organizar ni una capea. Y menos este, al que habría que dar puerta de una vez por todas.
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