Si alguien aspira a tener un país industrial y soberano es un peligroso nacionalista, lo que hay que tener es un país de convenciones, abierto y camarero, con unos reyes ‘perfectos anfitriones’ de nuestros ‘socios’, que a cambio nos dejan un enemigo (Rusia), un eufemismo (el ‘flanco sur’) y una mirada, al menos una, a nuestra decadencia.
España sierva y hortera
Somos capaces de convertir el Prado en gastroteca para el chef José Andrés e improvisarle a Jill Biden unas alpargatas.
Hughes
ABC / 03 de julio de 2022
El otro día le dieron a Pedro Piqueras el premio al periodista del año. La altura periodística no se discute, pero… ¿cómo distinguen a Piqueras de los demás? La propaganda gubernamental, que ya era mucha, se hizo mayor con motivo del ‘summit’ de la OTAN en Madrid, donde han redefinido la estrategia defensiva (jajaja) y al enemigo: Rusia, la Rusia de Putin, que igual se está muriendo que invadiendo Polonia. Esto pone de acuerdo a liberalios y socialistas, sanchistas y antisanchistas. Sánchez, tan pichi, acaba como empezó, de empleado de la OTAN.
Igual que Madrid fue tomada por policías, las televisiones se llenaron de ‘thintanqueros’ explicándole al español que debe celebrar la inflación, el riesgo de Guerra Mundial y gastar más en armamento (americano).
Los que despotricaban contra Trump dicen ahora lo mismo: la OTAN hay que pagarla. Ayer eso era fascista pero hoy es tan progresista como el presidente de Luxemburgo y su marido, cumbres del agasajo ‘letiziesco’.
Los ejércitos de la OTAN y la modernidad ‘woke’ se dieron la mano en Madrid, donde la lente tardoalmodovariana lo vio todo distinto: Boris Johnson, que era un patán, ahora es hombre culto; Biden, por no ser Trump, puede tocar a las señoras, y los fastos reales, que irritaban y exigían transparencia, de repente entusiasman. España luce orgullosa patrimonio nacional, ¡palacios de antes del 78! o como dicen ellos: preconstitucionales. Parecemos franceses de repente.
España, o más bien Marca España. ha vuelto a demostrar que ‘sabe organizar’. Para eso ya estuvo el 92, pero tres décadas de horterismo después somos capaces de convertir el Prado en gastroteca para el chef José Andrés (qué bueno es) sin perder nuestra capacidad para improvisarle a Jill Biden unas alpargatas.
Si alguien aspira a tener un país industrial y soberano es un peligroso nacionalista, lo que hay que tener es un país de convenciones, abierto y camarero, con unos reyes ‘perfectos anfitriones’ de nuestros ‘socios’, que a cambio nos dejan un enemigo (Rusia), un eufemismo (el ‘flanco sur’) y una mirada, al menos una, a nuestra decadencia.
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