En 1952 la fiesta encontró a Antonio Bienvenida. En esa época el afeitado también estaba generalizado y pudriendo el espectáculo. En una corrida de la feria de San Isidro, paupérrima de presencia y evidentemente afeitada, Bienvenida dijo: “¡Basta!”. Al torero le dio apuro salir al tercio. Se moría de vergüenza por tener que abrirse de capa con un engendro con rábanos como pitones.
VOLVER A DARLE LA BIENVENIDA A LA INTEGRIDAD
Por Fran Pérez @frantrapiotoros
El Muletazo / 3 Julio 2022
Salvo en contadas ocasiones, el verdadero triunfador de las ferias de junio ha sido el afeitado. Sí, digámoslo abiertamente, sin tapujos, la manipulación de astas de los toros está a la orden del día. En junio se ha notado mucho, pero esta metástasis que está ahogando a la fiesta de los toros está lamentablemente generalizada. Lo peor es que este mal está siendo tapado y encubierto por el propio sector taurino que es incapaz de cortarlo de raíz. Lejos de combatirlo lo ejecuta sin vergüenza.
El fraude, como el coronavirus, sigue navegando por la fiesta, hasta en el mismo velero de la Fundación del Toro de Lidia y su Copa Chenel, mientras que un montón de aficionados se están bajando del barco, abandonando su pasión por la inacción y descuido de los que verdaderamente comen de la tauromaquia. Los que quedan, con más moral que el Alcoyano, tampoco reciben las esperanzas del sector. Toreros, ganaderos, mamadores y un gran porcentaje de la prensa taurina, que son los que deberían iniciar la revolución de esta cultura, están escondidos repartiéndose sus últimas migajas. No merecen la afición que tienen detrás.
Toro de Miura lidiado en Castellón
A la asquerosa situación de mostrar al rey de la tauromaquia, el toro, sin corona, se une la política de precios desorbitada que está haciendo que, en las plazas, en lugar de que reine el toro íntegro y el torero que es capaz de hacerle frente, mande el dictador cemento. Si, es verdad que en las grandes plazas todavía hay una respuesta de público considerable, pero en el circuito de plazas de segunda y tercera la ruina es palpable. La gente se ha dado cuenta que fuera del circuito de las grandes ferias (aunque en alguna de ellas también pasa), la tauromaquia está adulterada. Por tanto, la emoción de la que bebe este espectáculo no aparece, haciendo que la fiesta de los toros pierda toda su esencia.
Toro de El Pilar lidiado en Castellón
Nos encontramos con una fiesta de los toros sin identidad y fuera de la actual situación económica del país. Aquí quiere cobrar hasta el que abre el toril. Cada torero debe obtener sus honorarios con respeto a lo que genera en taquilla. Ese debería ser el mejor termómetro. En el término medio siempre está la virtud, hay que evitar que un torero (o novillero) pague por torear (que los hay) y también que pida 70.000€ por torear en una plaza de toros de tercera. Hay que perseguir a esos subalternos que solo van a por el boletín, impidiendo que otros compañeros que van por lo legal, pidiendo lo que les corresponde, puedan torear. Hay que apartar a todo aquel ganadero que deje pasar la escofina por los muecos de su casa ganadera, inhabilitando la ganadería por 100 años. Hay que poner en cuestión el uso desproporcionado de las fundas en los pitones de los toros. La lista de deberes es interminable, pero cada invierno, época para poner las bases para una tauromaquia mejor, se pierde en arrasar con lo que va quedando en América.
Sorprende que muchos le tengan miedo a los antitaurinos cuando los mayores enemigos de la tauromaquia están dentro de la misma. La Fundación del Toro de Lidia, lejos de coger al toro por los cuernos, le manda alguna cartita a algún politicucho tocapelotas de vez en cuando, u organiza certámenes de novilladas a plaza vacía (véase Vera el pasado mes de mayo).
El panorama es desolador y nadie es capaz de hacer autocrítica. Si expresas tu opinión, pasas de ser aficionado a convertirte en el malo de la película. Y eso tiene para muchos efectos colaterales.
En 1952 la fiesta encontró a Antonio Bienvenida. En esa época el afeitado también estaba generalizado y pudriendo el espectáculo. En una corrida de la feria de San Isidro, paupérrima de presencia y evidentemente afeitada, Bienvenida dijo: “¡Basta!”. Al torero le dio apuro salir al tercio. Se moría de vergüenza por tener que abrirse de capa con un engendro con rábanos como pitones. Estaba en su plaza de Madrid y no podía ver a su público enfadado. Tras eso, el espada declaró que «no estaba dispuesto más que a torear toros en puntas, o no torear, me retiro y en paz». Además, fue incisivo y puso en la diana a los estamentos de la fiesta: «la culpa es de todos menos de los empresarios. De los toreros por comodidad en la ausencia de peligro, de los ganaderos porque se dejan llevar de los que pueden imponerse, y del público que se deja engañar». Para cerrar lo que luego serían unas declaraciones incendiarias comentó: «Pueden anunciarse las corridas diciendo el estado de los pitones, o embolados como en Portugal, lo que no puede hacerse en ningún caso es torear becerrotes desmochados y considerarse matadores de toros».
Bienvenida dio el paso al frente, pero el sector taurino comenzó a vetarlo, dejándole fuera de las ferias. En esa temporada y en la siguiente las otras figuras de la época lo vetaron. El veto se hizo más grande cuando el 12 de octubre de 1952 triunfó en la plaza de toros de Madrid con una corrida de toros en puntas del Conde de la Corte junto a Juan Silveti y Manolo Carmona.
El asunto del afeitado se hizo viral ese invierno y desencadenó una reunión de los ganaderos en la Dirección General de Seguridad en la que afirmaron que «el afeitado les dañaba y convertía a la Fiesta en un remiendo de lo que debería ser».
Pese a los empeños de Bienvenida el afeitado siguió realizándose, con menos asiduidad y más disimulo. En 1973, Bienvenida comentaba en el programa “La gente quiere saber” de TVE el asunto: «Hace un par de años, sobre todo este año, no se afeitan los toros. A lo mejor se puede afeitar alguna corrida, pero no con el abuso que se hizo en aquella época (años 50) en la que yo hice esas declaraciones. Lo hice porque creo que la fiesta tiene que ser dura, tiene que ser importante para que el público que está viéndonos actuar nos dé el mérito que tiene el torero de estar en la plaza. Si el público que está sentado en una barrera, en un tendido o en una grada, ve que aquello no tiene ningún peligro pues yo creo que huye de la fiesta. La fiesta, además de un arte, tiene que ser un arte con peligro».
¿Qué diría el maestro de lo que pasa ahora? Su lucha ha quedado en nada. Va siendo hora de que alguien levante la voz, si de verdad quiere seguir viviendo de esto del toro. O volvemos a darle la bienvenida a la integridad o dentro de poco nos divertiremos más en la petanca.
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