Plaza de toros de Castellón de la Plana. Domingo, 11 de marzo de 2018. Última corrida de la feria. Lleno. Toros de Juan Pedro Domec de preciosas hechuras y muy nobles en distintos grados de fuerza, escasa en general y más marcadamente en los dos primeros primeros ejemplares. Los mejores con mucho, tercer y, sobre todo el sexto que fue de vacas y merecedor de ser indultado, ambos hijos del toro que hace años también indultó José Tomás en Nimes. Fue un dislate no abrir este lote pero ya se sabe que los que intervienen en los sorteos casi nunca atienden a las sugerencias de los ganaderos.
Enrique Ponce (marfil y oro: Media estocada, oreja. Estocada (dos orejas con insistente petición de rabo.
José María Manzanares (grana y oro): Dos pinchazos y se echa el animal, silencio. Estocada caída, oreja.
Andrés Roca Rey (gris plomo y plata): Media y descabello, oreja. Gran estocada, dos orejas.
Ponce y Roca Rey salieron a hombros. Se guardó un minuto de silencio por el pequeño Gabriel.
Sobrenatural apoteosis de Ponce
Llenazo y mucha ilusión pese al vendaval reinante. Hace años se suspendían corridas en tardes de menos viento que el que tanto molestó ayer hasta mediado el festejo. Actualmente, bajo ningún concepto, nadie osa sugerir una suspensión. Aparte este comentario simplemente anecdótico, lo cierto y verdad es que últimamente, las figuras comparecen con un gran sentido de la responsabilidad y no se andan con excusas digamos climatológicas para quitarse de en medio. Ayer era un vendaval indomeñable. Fue muy difícil sujetar y conducir capotes y muletas. Y aún más torear con la perfección que hoy demandamos sea cual sea el tiempo reinante y las condiciones de los toros.
Con ambos inconvenientes empezó la corrida. Pues el toro de Juan Pedro Domecq que abrió plaza, aún siendo muy noble, careció cuasi totalmente de fuerza. De modo que, torearlo con la absoluta perfección con que lo hizo Enrique Ponce fue cuestión dificilísima. Pero ya no nos sorprenden estos “milagros” poncistas. A primeros de este mes de marzo en Olivenza, Enrique cuajó un faenón antológico a otro toro que no se tenía en pie.
Sabido es que Enrique Ponce, el ya considerado por tantos como el mejor torero de todos los tiempos, no creo que se le pasara por la cabeza la suspensión del festejo. Y lo mismo sus compañeros de ayer, José María Manzanares y Andrés Roca Rey. Lo que sí acordaron fue que se guardara un minuto de silencio tras el paseíllo para lamentar el terrible asesinato del niño Gabriel. Como así se hizo con todos los asistentes puestos en pie.
La plaza de Castellón estaba hasta los topes y no era cuestión de tirar de excusas. Ponce compareció como suele, totalmente dispuesto a ser quien es. Lo que está consiguiendo este impresionante gran torero al cabo de los muchísimos años que lleva en la cumbre, es algo que jamás se había visto. Torear cada día mejor que el anterior tenga enfrente lo que tenga.
El absoluto dominio de la técnica precisa para torear como los propios ángeles superando los inconvenientes que presenten los animales, mas los añadidos de la pésima climatología es algo digno de ser considerado como un milagro. Y eso fue exactamente lo que nos deslumbró ayer mientras duró la lidia del primer toro. La certera y eficaz media estocada y la pronta muerte del burel, fue como si los cielos se hubieran abierto de par en par. ¿Cómo no premiar tamaña obra?. Se resistió increíblemente el usía que ocupaba el palco presidencial como si hubiera estado ciego. Es algo frecuente en los primeros toros.
Medió el festejo con un cuarto de Juan Pedro más enterizo que el que abrió plaza aunque también gracias a la magistratura poncista. Esta segunda faena del gran maestro, superó su obra anterior y constituyó una tauromaquia abierta a las creaciones y a toda clase de suertes y de adornos de alta ley. Si maravilloso fue ver a Enrique interpretar el toreo fundamental con el arte y la sutileza de los elegidos en un despliegue de las suertes clásicas y de las que le son exclusivas como la poncina, más sorprendente fue verle hacerlo de rodillas en el tramo final de la obra cual aspirante primerizo a la gloria. Y los tendidos enloquecieron en una rendición absoluta. En esta ocasión, el presidente sacó los dos pañuelos blancos a la vez. Incomprensible que no hubiera sacado el tercero del rabo que demandaron con gritos los espectadores. Esta cicatería no pasa de ser una falsa postura de purismo. En los años cincuenta daban hasta patas del animal hasta que hubo que limitar la casquería triunfal. Pero una cosa es estos dispendios y otra guardar los rabos no sé por qué ni para cuando…
El lote medio tirando al menos lucible le cupo en desgracia a José María Manzanares, estrellado en gran parte con el muy débil segundo de Juan Pedro como también molestado por el vendaval. El gran Manzanares resucitó en el quinto al que recibió con abundantes verónicas maravillosas. Venido pronto abajo en la faena que brindó por cierto a su padrino de alternativa, Enrique Ponce, a quien quiso recordar la gran admiración que su padre tuvo siempre al valenciano. Manzanares, que ayer no anduvo tan certero y magistral como acostumbra con la espada, tuvo que contentarse con la solitaria oreja que le concedieron tras morir su segundo enemigo.
Ya he dicho que los dos mejores toros cayeron en el lote del peruano Roca Rey. Los aprovechó a tope solo que según Dios le viene dando a entender. Valentísimo como siempre de principio a fin de la lidia de sus dos magníficos oponentes. Muy variado en las suertes de capa que domina a la perfección. Con la muleta en sus dos faenas, alternando el toreo fundamental sin que les viéramos mejorar como deseamos fervientemente con las suertes de su neotremendismo que tanto le llegan al público. Y muy bien además de certero con la espada. Su gran estocada al sexto fue la de la tarde.
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