(Foto: Glez. Arjona)
Para mí Don Álvaro era “el señor de los Alburejos” y tanto a él como a aquel rincón de Andalucía los recordaré mientras viva como parte importante del corazón del toreo. No sé a qué la dedicarán los compradores –dicen que ha sido una empresa extranjera- pero desde ya mismo en aquel rincón del sur hay un hueco irellenable. Y un recuerdo imborrable..
Adiós a Los Alburejos
- La finca Los Alburejos, vendida a un inversor extranjero
Paco Mora
Desde que comencé a interesarme por las cosas del toreo identifiqué “Los Alburejos” como el cuartel general de los Domecq. Primero Don Álvaro, luego su hijo Alvarito y después los nietos Luis y Antonio, han ido ligados siempre en la memoria colectiva a la cría del toro de lidia y al arte del rejoneo, junto con “Los Alburejos” como casa madre del mismo. Por eso no he podido evitar cierta tristeza al saber que esa finca de la que ha salido durante tanto tiempo la esencia del toreo a caballo, así como un hierro ya histórico como el de los toros de Torrestrella, ha dejado de ser propiedad de la familia de su fundador. No puedo dejar de pensar que Don Álvaro, del que guardo en mi memoria y en mi corazón el mejor de los recuerdos, allá donde esté, que seguro que será allí a donde van los hombres buenos, estará entristecido por el punto final de un trozo de campo andaluz que ha sido historia grande del toreo, ligado a su apellido.
En la placita de tienta de “Los Alburejos” le di a una becerra los penúltimos muletazos de mi vida, una tarde en la que vi por primera vez a Antoñito entrenando ante la cercanía de su debut en plazas de toros. Recuerdo y todavía se me pone el vello de punta, cuando llamé por teléfono al patriarca de los Domecq para darle el pésame por el desgraciado accidente de carretera en el que murieron varias de sus nietas, precisamente en las cercanías de la finca de referencia. Don Álvaro, como notara que se me quebraba la voz ante tan tremenda pérdida, me dijo con voz serena y firme: “Nos se preocupe Mora, Dios lo ha querido así para que en el Cielo me estén esperando cuatro ángeles el día que Él decida que ha llegado el momento para mí”. La serenidad y la firmeza en la fe de aquel hombre me produjeron un escalofrío de emoción. Escalofrío que se reproduce cada vez que lo recuerdo.
Para mí Don Álvaro era “el señor de los Alburejos” y tanto a él como a aquel rincón de Andalucía los recordaré mientras viva como parte importante del corazón del toreo. No sé a qué la dedicarán los compradores –dicen que ha sido una empresa extranjera- pero desde ya mismo en aquel rincón del sur hay un hueco irellenable. Y un recuerdo imborrable...
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