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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

viernes, 28 de febrero de 2020

El gran Plácido y las arpías mojigatas / por Javier Ruiz Portella



¿Qué culpas, qué pecados son los cometidos por el mayor tenor español de todos los tiempos? ¡Los de haber sido un mujeriego que, arropado en su virilidad, su talento y su fama, ha seducido a numerosas mujeres de su entorno musical y operístico! ¿Y?... ¿Dónde está el problema? 

El gran Plácido y las arpías mojigatas

Javier Ruiz Portella
El Manifiesto / 28 Febrero 2020
Se ha venido abajo el gran Plácido. Acosado durante meses por toda una jauría de lobas acompañadas de sus correspondientes lobos, ha acabado cediendo a sus dentelladas: ha reconocido culpas y pedido perdón por sus pecados. Con la consecuencia de que la jauría patria, que además está en el poder, ha saltado de inmediato sobre la ocasión. Amparándose en las declaraciones del tenor, ya le han clavado las dentelladas que hasta la fecha ningún teatro europeo le había propinado. Reservada la ignominia a los teatros norteamericanos, sólo ovaciones de más de veinte minutos con el público puesto en pie había recibido Plácido Domingo en sus reapariciones europeas. Pero no es en España donde podrá recibir las ovaciones que a modo de reparación le tributa el público. Al día siguiente de haber entonado su mea culpa ya quedaba anulada su actuación en la representación de Luisa Fernanda en el Teatro de la Zarzuela, donde se iba a conmemorar nada menos que el 50.º aniversario de su debut. Para el día de hoy, el Teatro Real ha convocado una reunión urgente en la que decidirá si anula (ojalá me equivoque, pero parece lo más probable) su actuación en La Traviata prevista para el mes de mayo.

¿Qué culpas, qué pecados son los cometidos por el mayor tenor español de todos los tiempos? ¡Los de haber sido un mujeriego que, arropado en su virilidad, su talento y su fama, ha seducido a numerosas mujeres de su entorno musical y operístico! ¿Y?... ¿Dónde está el problema? Salvo a los mojigatos y mojigatas, salvo a los brujos y brujas de sexo estrecho y mente retorcida, salvo a los nuevos meapilas de la biempensancia, ¿quién puede objetar nada cuando no ha habido —nadie lo ha acusado de ello— ni abuso, ni violencia, ni violación de ningún tipo?

¿Cuál es la gran culpa de Plácido Domingo? ¡Haber sido un seductor mujeriego! Vuelve la beatería.

¡Sí ha habido abuso!, exclamarán las arpías. ¡Se amparaba en su prestigio y en su poder! ¡Maldito macho! (Valga la redundancia: para ésas, todos los machos somos malditos por el mero hecho de serlo.) Para seducir, Plácido Domingo se envolvía, es obvio, en su nombre, su prestigio, su talento… ¡Qué quieres, chata!, habría que decirles a éstas. Cada cual se envuelve en lo que es y tiene; y no todo el mundo tiene lo que él. Tú misma, por ejemplo… Pero en lo que no se envolvía era en cargos y prebendas: ninguna de las mojigatas lo ha acusado de chantajear ofreciendo puestos o contratos a cambio de favores.

Así pues, el gran Plácido —reconozcámoslo— ha acabado siendo débil: ha cedido a las arpías. Ha cedido, más exactamente, al “aire del tiempo”, a esa cosa pringosa cuya mugre lo enloda todo. Hasta a los más grandes. No ceder hubiese significado atacar con fuerza y vigor a quienes lo injurian. Sólo así puede uno defenderse de esa gente: pisoteándolos. O riéndose de ellos a mandíbula batiente. Pero, para eso, hacen falta ideas y convicción política: toda una visión del mundo con la que sustentar el ataque. Y eso, manifiestamente, es lo que aquí ha faltado.

Y para que no decaiga el ánimo, entre la infinidad de videos de Plácido Domingo aquí va éste, bien rancio y casposo,
dirán algunos: la jota La Dolores


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