Los hispanistas gringos tal vez no hayan podido develar con exactitud eso de la hispanidad, pero sí han dejado patente su existencia. Para pesadumbre de muchos hispanos atascados en la cuestión de ser o no ser.
Hispanistas gringos
Cali, enero 11 de 2020
Sorprendido el viajero en el recodo de un valle sombrío por un bramido ronco y espantosos, levanta la cabeza y en una frondosa quebrada del monte descubre una manada de fieros toros andaluces destinados a los combates del circo. Nada más imponente.
Así describió Washington Irving su primer contacto visual con el toro bravo español. Había salido a caballo desde Sevilla hacia Granada, viaje azaroso entonces. Era mayo de 1829. Año en que su patria los Estados Unidos de América cumplieran cuarenta y dos como república; en el Amazonas, las independizadas Colombia y Perú libraran su primera guerra de límites, y en España “Morenillo” y Lucas Blanco inauguraran la plaza de Albacete lidiando diez toros.
La curiosidad cultural de los estadounidenses por lo hispano, más allá de su voraz interés político, territorial y económico, ha devenido en arte aparte; Hispanismo. El neoyorkino quizá no fue el primer hispanista, como dicen, pero quizá sí el más popular, perdurable y profundo entre una larga lista de connacionales, que siguiendo el rastro agregaron sus individuales visiones a la construcción colectiva: Lisdell, Ticknor, Prescott, Longfellow, Wilcox, Hemingway, Michener, Welles, Brown… e infinidad de viajeros, turistas, narradores, poetas, periodistas, artistas, cineastas, estudiosos, académicos.
—Así nos ven. ¿Pero somos así? —Preguntan, unos complacidos, otros apenados por el retrato collage. Más ahora, sumidos en la dilución globalizante de las culturas que impone renuncias y adopciones, autodesprecios e impostaciones, despersonalizaciones y enajenaciones. La recurrencia de rasgos fisonómicos tan propios como el toreo (bullfigh), reflejados en la mirada del otro, provoca que se rechacen como estigmas o se asuman como legado según la particular conciencia de sí mismos.
Como sea, donde las corridas perviven, cualquiera, gracias a ellas, puede hacer la ruta y revivir aún, el asombro de Irving ante una manada de fieros toros errantes por su suelo nativo con todas las fuerzas que les da la naturaleza. Y hasta de pronto pensar como él: Nada más imponente, o lo contrario, según el caso.
Los hispanistas gringos tal vez no hayan podido develar con exactitud eso de la hispanidad, pero sí han dejado patente su existencia. Para pesadumbre de muchos hispanos atascados en la cuestión de ser o no ser.
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