En la odisea de la vida, mi particular deseo es que nada amargue la renovación de la venida al mundo de “El Salvador”; hecho hombre y sacrificado por nuestros pecados. Renovación interiorizada en nuestros corazones y exteriorizado en comportamientos con quien nos rodea. “La más grave y frecuente enfermedad del ser humano es la del alma”, coincido con Cicerón.
Nuestra incapacidad para asumir y habitar el mundo espiritual, más allá de la ciencia; la pasión por el futuro; el desprecio al pasado; el ansia de cambio, son los síntomas de una dolorosa depresión colectiva que dinamiza la pandemia y debilita las banales certezas en las que vivíamos. ¡Bienvenido huracán, que nos devuelves a la efímera existencia! Bien hallado, si nos devuelve a la razón sustancial, origen de la vida humana.
La Navidad es el momento propicio para renovar el compromiso con lo excelso de nuestra naturaleza y resetear lo que no se acomode a un orden superior. A profundizar en la vida del espíritu, superior a la de la inteligencia, y única que satisface plenamente al hombre.
Que el Año Nuevo, nos ayude a encontrar nuestra Ítaca, como a Ulises. Que la aventura de vuestras vidas y todo lo que hagáis lo presida el sentimiento del amor, lo más natural y divino del género humano.
La cultura y civilización heredada nos obliga al supremo esfuerzo de buscar sentido a nuestras vidas y rebelarnos contra quien lo impida.
Los puntos fijos que, en medio de la oscuridad y sin horizonte, han trazado nuestros antepasados y que llamamos civilización, deben orientarnos como un faro, una torre, una baliza, un campanario, un puerto. Y al final del túnel: el misterio de la creación. Recreen.
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