Felipe VI, para congraciarse con los neocomunistas del Frente Popular, se presta a presidir, sin decoro personal y sin dignidad histórica, un homenaje a Manuel Azaña, presidente de aquella II República que, tan ilegal como oportunamente, aprovechó la cobardía de su bisabuelo, Alfonso XIII, para echar la Corona de España al vertedero de terror, de sangre y de pus en el que la gestión política del homenajeado convirtió a España a mayor gloria de Stalin, de sus sicarios soviéticos y de sus cipayos españoles del PSOE y del PCE.
Ni una palabra, pública o privada, de gratitud para el Generalísimo Franco ha sido pronunciada en cuarenta y cinco años por los Borbones. Ni él ni su padre han tenido tampoco la mínima generosidad de acudir jamás, nunca, a depositar unas flores y una oración en la tumba del hombre al que todo se lo deben. Nada, ni la mínima calderilla de una propina de gratitud que todo bien nacido está obligado a depositar en el relicario de su benefactor, de su protector o de su mecenas, que todo eso y más fue Francisco Franco para Juan Carlos de Borbón y su prole.
Bueno, nada no; porque donde no hay gratitud la ingratitud abunda. Y de eso, a manos llenas. Tanto el padre como el hijo han bendecido y rubricado con su silencio de esfinges faraónicas, con su mutismo claustral y con su sordera bíblica, el fusilamiento a salivazos del nombre y la obra de Francisco Franco, desde su muerte a la abyecta profanación de su sepulcro.
He ahí la legendaria lealtad borbónica que siempre se supera a sí misma, desde Carlos IV y Fernando VII en Bayona a Don Juan y Juan Carlos I en Estoril, por no mencionar a su pariente gabacho Felipe de Orleans, alias Felipe Igualdad, que así se hizo llamar para congraciarse con los paleocomunistas jacobinos, y que votó a favor de la pena de muerte para su primo hermano, Luis XVI. “Es un miserable”, dijo de él Robespierre, “es el único miembro de la Asamblea que tenía la obligación moral de votar en contra”.
Su tocayo español, Felipe VI, para congraciarse con los neocomunistas del Frente Popular, se presta a presidir, sin decoro personal y sin dignidad histórica, un homenaje a Manuel Azaña, presidente de aquella II República que, tan ilegal como oportunamente, aprovechó la cobardía de su bisabuelo, Alfonso XIII, para echar la Corona de España al vertedero de terror, de sangre y de pus en el que la gestión política del homenajeado convirtió a España a mayor gloria de Stalin, de sus sicarios soviéticos y de sus cipayos españoles del PSOE y del PCE.
Realmente vergonzoso. MAJESTAD.
ResponderEliminarDe desagradecidos el mundo está lleno....
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