'..todo lo que Sánchez ha hecho, todas sus traiciones y todos sus engaños, no sirven sólo a una ambición personal de poder, sino a un proyecto más general de desconstrucción, de desmantelamiento de la nación que gobierna. Por eso es el gran traidor..'
El traidor y el antídoto
José Javier Esparza
La palabra «traición» comparte origen con la palabra «tradición». En ambos casos derivan de la palabra romana «traditio». Pero son, por así decirlo, dos caras distintas y contrapuestas de una misma voz: si la traditio-tradición remite a la entrega de un legado, la traditio-traición lo hace a la entrega de algo a quien no debe tenerlo, y evoca implícitamente, como nos enseñaba hace poco Gabriela Camuñas, la figura de la entrega de las llaves de la ciudad al enemigo. En la opción entre tradición y traición, el poder, en España, ha decidido hace muchos años elegir la traición, o sea, entregar las llaves de la ciudad al enemigo, y Pedro Sánchez ha culminado todos los procesos de la manera más soez, indecente, grotesca y descarada posible. Máximo Huerta ha contado que, cuando fue efímero ministro, Sánchez le confió su inquietud por saber cómo pasaría a la Historia. Hoy lo sabemos:
Pedro Sánchez pasará a la Historia como el gran traidor.
Es traición, es decir, entregar al enemigo las llaves de la ciudad, incluir al epílogo político de una banda asesina dentro de la mayoría de gobierno. Es traición violentar la ley para favorecer a los enemigos declarados de la unidad nacional. Es traición someterse a los deseos de la principal amenaza exterior de tu país. Es traición entregar la custodia de los secretos judiciales a una potencia exterior. Es traición llenar las calles de tu país con decenas de miles de extranjeros de los que sólo te consta su proclividad a la violencia. Es traición negar ayuda a tu pueblo cuando se está ahogando. Es traición jurar una Constitución con la voluntad de violarla. Es traición prometer públicamente una y otra vez que no harás algo que finalmente sí haces. Se mire por donde se mire, es traición casi todo lo que ha hecho Pedro Sánchez desde que ha llegado al poder. Hay quien dice que el único objetivo del traidor es mantenerse a toda costa en la poltrona de La Moncloa. Bien, ya sería suficientemente grave. Pero es que es aún peor: todo lo que Sánchez ha hecho, todas sus traiciones y todos sus engaños, no sirven sólo a una ambición personal de poder, sino a un proyecto más general de desconstrucción, de desmantelamiento de la nación que gobierna. Por eso es el gran traidor.
Es importante subrayar que Sánchez ha podido consumar todas esas traiciones porque tenía las puertas abiertas.
Quienes han abierto las puertas son los que durante los decenios precedentes —porque esto viene de lejos— han preparado el camino para que lo reprobable fuera aceptable.
Para que los separatistas formaran parte del escenario del poder. Para que los terroristas se convirtieran en «hombres de paz». Para que los españoles perdieran toda noción de sí mismos. Para que cualquier criterio moral fuera considerado «fascista». Para que las palabras «nación» y «patria» quedaran reducidas a objeto de mofa. Para que la democracia fuera partitocracia y la ciudadanía, un envoltorio retórico para justificar la exacción fiscal. Ahora todo estalla a la vez y lo hace en una atmósfera de circo grotesco entre hedores de prostíbulo, montañas de billetes corriendo sobre la mesa, cloacas policiales, micrófonos ocultos en saunas de chaperos, ignorantes oceánicos reclamando el papel de intelectuales desde sus púlpitos televisivos, maleantes de tres al cuarto jugando a ser hombres —y mujeres— de Estado y bandas de extranjeros adueñándose de las calles, mientras los demagogos se desgañitan proclamando su ya inverosímil virtud y hordas de señoras mayores aúllan desesperadas para que no las abandone El Guapo. No cabía imaginar un escenario más ruin y sucio para este final de régimen.
¿Hay algún antídoto para este envenenamiento masivo? Sí: la otra cara de la traditio. Contra la traición, tradición. No es un juego de palabras. En buena medida, la traición ha podido crecer porque el país ha dejado de lado la tradición, es decir, lo que se nos ha legado: una nación, una conciencia de ser un pueblo, también un sentido elemental de la rectitud, de lo que es aceptable y lo que es reprobable. Cosas que hace no mucho tiempo se daban por sabidas, por evidentes, pero que ahora parecen haber desaparecido del horizonte. Hay que reconquistarlas. Sin ellas, difícilmente podremos recuperar las llaves de las manos del enemigo. Esas llaves que ha entregado el gran traidor.
La Gaceta de la Iberosfera / 15 de julio de 2025
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