
'..Se han cumplido 40 años de la primera Ley del Aborto en España. 40 años del asesinato constante, mecánico, egoísta y engañoso del más indefenso por quien más tiene que defenderlo. Nada de esto hubiera ocurrido si previamente no se hubieran apuñalado los valores eternos..'
Sí a los valores eternos
Jesús García-Conde
La explosión de la pandemia del COVID con sus verdades y falsedades infundió en ciertas capas de la población un espíritu de aferrarse a la vida que llevó a sacrificar a libertad, racionalidad, soberanía e incluso modales. Veíamos vídeos de vecinos recriminando desde el cuarto piso a un viandante que se sentara en un banco. La política había difundido toda clase de medidas absurdas —y por ello los infractores merecían el reproche balconero y vocinglero—. A medida que los muertos se apilaban en las residencias crecía la preocupación por esos pobres abuelitos abandonados. El pasado 21 de junio se cumplieron cinco años de la denominada «desescalada», el momento cuando se nos dejó volver a salir a la calle.
Si realmente esa población hubiera sentido una sacudida en defensa de la vida, ante las desgracias vividas, frente a las salas de ataúdes, con los dramas de los vecinos presentes, la reacción hubiera sido bien distinta. La vida habría sido defendida en todas sus formas. Pero no fue así. En 2020 se siguieron produciendo abortos a un ritmo prácticamente idéntico al del resto de los años. Lo que se infundió en las mentes no era la lucha por la vida, propia y ajena, era el miedo, el egoísmo y con ella el sacrificio de cualquier límite moral.
No cabe duda de que subvencionar clínicas abortivas, disculpar situaciones «extremas» en las que cabe la «interrupción del embarazo» —como ellos lo llaman—, abrir el debate sobre el derecho de la mujer a decidir… exige que previamente se haya derribado la muralla moral que impedía a las personas aceptar ni como mera hipótesis la justificación del asesinato de un niño en el vientre de su madre. En eso participaron todos esos partidos a los que luego se les llena la boca —de mentira— cuando hablan de la defensa de la vida. Nunca defendieron la vida con mayúsculas, ni siquiera como valor supremo. Lo que protegían era su egoísmo.
Quede claro que no es la vida el valor supremo, la libertad, la honra, la propia soberanía lo son. Por eso hay mártires y héroes que sacrifican sus vidas, por eso sobreviven las patrias. La hacienda y la vida aún al rey se le han de dar, pero no el honor porque el honor es patrimonio del alma y el alma sólo es de Dios, dice nuestro Pedro Crespo, el personaje central de ‘El alcalde de Zalamea’.
Se han cumplido 40 años de la primera Ley del Aborto en España. 40 años del asesinato constante, mecánico, egoísta y engañoso del más indefenso por quien más tiene que defenderlo. Nada de esto hubiera ocurrido si previamente no se hubieran apuñalado los valores eternos. Se ha escrito mucho sobre este drama.
Nada podemos hacer ya por los 2.862.621 niños abortados según las cifras de Elentir sacrificados en el altar del egoísmo, pero si podemos volver al manantial de los valores para regar las conciencias. La lucha se ha de mantener en todos los campos. Hay que reconstruir las murallas morales y los puestos de vigilancia. La defensa de la vida no es un valor exclusivamente religioso, pero no puede haber una persona con un mínimo de espíritu trascendental que no condene a cualquier partido que no se oponga de manera frontal nítida y rotunda al aborto. La vida es un don de Dios que dura en esta tierra lo que Dios estime. La defensa de la vida de los niños es un valor eterno y el sacrificio, martirial si hace falta, por el otro hace ganar la vida eterna. Por esto es por lo que hay que tomar partido.
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