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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

sábado, 26 de julio de 2025

Hasta que nos envuelva la bandera / por Jesús García-Conde


'..Dar la vida en la defensa del campo, el altar, la patria, la familia, las tradiciones, al final es quizá la mejor expresión de aquello que decía José Antonio de que la vida merece la pena ser vivida para entregarla en empresas grandes. Por ello va a aquí mi homenaje a los que dan la vida todos los días en sacrificio callado y discreto..'

Hasta que nos envuelva la bandera

Jesús García-Conde
Belchite lloraba de rabia y pena el pasado día 11 de julio en la despedida del joven agricultor David Lafoz. Mas de 2.000 personas se reunían para el homenaje. Lafoz, de apenas 32 años, decidió quitarse la vida días atrás agobiado por la presión asfixiante que sufren los pequeños agricultores en España. No pudo más. «Trabajar 18 horas al día para no vivir», escribía en sus últimos mensajes, reflejando la desesperación que le acompañó durante meses. Días antes, un joven sacerdote italiano, Matteo Balzano, había tomado el mismo trágico camino a los 35 años. No había una nota de despedida. Un agricultor y un sacerdote, las dos columnas de la España y la Italia tradicional. El campo y el altar, y si le añadimos el aula, tenemos a la figura vallisoletana y española, tan poco reconocida, como Onésimo Redondo, caído en el combate por Dios, por España y por la supervivencia de la vida tradicional, entre trigos y amapolas, un 24 de julio en Labajos.

Del cura italiano no se ha sabido prácticamente nada salvo que debía de estar pasando por unas tristezas muy grandes. Del joven aragonés se admira su lucha por su tierra y la de los demás. Fue a Valencia a ayudar a sus compatriotas cuando el agua y la incompetencia de las administraciones arrasaron las calles llenando pueblos y caminos del fango donde chapotea este sistema que tanto asfixiaba a la gente como David. Lafoz era un buen chaval, un labrador que peleaba por su forma de vida y la de sus compañeros frente a las devastaciones que la Agenda 2030 provoca en las vidas de la gente del campo. Ayudaba a todo el mundo haciendo de sus obras la demostración más grande de hermanamiento y patriotismo. Cómo no dolernos en su desesperación.

«En la política socializante, vertida brutalmente sobre las débiles espaldas del labrador, propicias a sufrir todos los palos de los gobiernos insensatos, parece haber intervenido un propósito intencionado de destrozar, de triturar, a la agricultura. No se puede dar nada más incompetente, más enfrentado con la realidad, más desconsiderado para la libertad y la voluntad mil veces proclamada en todos los tonos por los agricultores, que la mayor parte de las leyes social-agrarias salidas de las cortes».

Podría haber sido Lafoz quien hubiera pronunciado estas palabras altavoz en mano subido al tractor. Pero fue Onésimo Redondo quien arengaba así en 1933 en Valladolid a sus compañeros labradores por quienes se presentaba a las elecciones. Onésimo defendía que el Estado español debía reconstruirse sobre bases tradicionales —-de eso estamos hablando: campo, religión, patria— como envoltura de una nación que ha de ser fuerte y ha de cumplir con el destino de comunidad espiritual con las naciones de ultramar, hijas de nuestra patria. Destino espiritual que partía de la afirmación de la España cristiana y eterna.

A la defensa de estos ideales dedicó Onésimo, sin apellidos, no hay otro, los últimos tres años de su vida hasta que encontrara la muerte en una emboscada traidora en Labajos. Hierro y Pan en una pieza / llorad porque ya está Onésimo/ envuelto en una bandera, cantaba Foxá. Hay sitio para todos los luchadores por el campo, por la tradición, por España, en el remolque de Onésimo. Nadie se puede sentir solo en esta batalla hasta el día que nos envuelva la bandera.

Dar la vida en la defensa del campo, el altar, la patria, la familia, las tradiciones, al final es quizá la mejor expresión de aquello que decía José Antonio de que la vida merece la pena ser vivida para entregarla en empresas grandes. Por ello va a aquí mi homenaje a los que dan la vida todos los días en sacrificio callado y discreto. Para David y Matteo esperamos, como nuestro Señor le dijo a nuestra Santa Teresa, que entre el puente y el agua esté Él.

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