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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

lunes, 14 de julio de 2025

La espada creó la muleta y la muleta creó el último tercio / por José Carlos Arévalo

 

'..ni siquiera Joaquín Rodríguez “Costillares”, que ideó dividir la lidia en tres actos, podían suponer que el último de los tres sería el tercio definitivo, con los años abastecido por un largo repertorio de pases, los necesarios para que el torero preparase el toro para la estocada; después para comprobar, aprovechar y torear las prestaciones que el toro anunció en los dos primeros tercios..'

La espada creó la muleta y la muleta creó el último tercio

Por José Carlos Arévalo
Buladero.com/14 Julio 2025
En la corrida caballeresca, cuando el jinete marraba la suerte de matar al toro tenía dos opciones, bajar del caballo y matarlo a pie con su espada, o dejar que lo hiciera un auxiliar de su cuadrilla, a la sazón llamado chulo, para que lo rematara si el animal estaba muy herido (en el antiguo caló, la palabra chulo significaba cuchillo) o para que lo matara a espada si estaba muy entero. 

Un buen día, no se sabe cuándo, un chulo tuvo la idea de cubrir un rejoncillo con su capa para mejor fijar la embestida del toro en la suerte de recibir. Y ya se mataba de esta guisa a mediados del siglo XVIII, como lo prueba un grabado de la tauromaquia a pie de Emmanuel Wintz, que tomó por escenario la Plaza Mayor de Madrid.

Verbigracia: de la suerte suprema nació la muleta. Y de la muleta, todo el toreo del último tercio. Por supuesto, ni el anónimo chulo, ni siquiera Joaquín Rodríguez “Costillares”, que ideó dividir la lidia en tres actos, podían suponer que el último de los tres sería el tercio definitivo, con los años abastecido por un largo repertorio de pases, los necesarios para que el torero preparase el toro para la estocada; después para comprobar, aprovechar y torear las prestaciones que el toro anunció en los dos primeros tercios; y, finalmente, para que el último sea la conclusión definitiva de un portentoso drama escénico en el que dos seres opuestos, sin dejar de oponerse se conviertan en cómplices de una insólita obra de arte. Porque a la armónica fusión del toreo subyace la amenaza mortal de todas las embestidas del toro mientras resplandece el mando invisible del torero. Así consuma la lidia el último acto de su drama, concluido cuando el hombre mata a la fiera que quiere matarlo.

Tuvieron que pasar casi tres siglos desde la invención de la muleta, en los que la evolución de la bravura, genial obra etológica del ganadero de bravo, sirvió de estímulo a la capacidad inventiva del torero, creador de un acervo de pases casi comparable al de los lances de capa, largo en su variedad e infinito en su interpretación. Desde que Manuel Domínguez descubriera el toreo de perfil para ligar los pases y Cayetano Sanz diera seis naturales, no sé si ligados o seguidos, desde que Rafael el Gallo cuajara la primera faena en cuyo centro hubo una serie de naturales ligados y Juan Belmonte impusiera los cánones de parar, templar y mandar como base para ligarlos de verdad, cuatro revoluciones toreras han forjado la actual y frondosa faena de muleta: la de Belmonte, la de Chicuelo, la de Manolete y la de Ojeda.

Sería muy prolijo y desborda los límites de estas líneas describir dichas aportaciones, así como otras, también sustanciales, de un buen número de toreros. Me limitaré, pues, a afirmar, contra el pesimismo masoquista de los aficionados, que vivimos un extraordinario período del toreo de muleta. ¡Ay, ay, ay! Ustedes perdonen. Cálmense, terminaré este artículo con un comentario crítico:

No entiendo cómo unos artistas tan abiertos a la evolución de su arte como los toreros -si nos trasplantaran a una corrida del siglo XIX no entenderíamos nada, ni creeríamos estar en los toros- son tan cerrados a innovaciones clarividentes. Por ejemplo, la espada, la decisiva espada, sigue siendo la misma que hace tres siglos. O sea, la espada ropera de los maestrantes rondeños (eso sí, con la cazoleta sustituida por la empuñadura), una espada diseñada para el duelo entre hombres, para herir frontalmente, no para atacar de arriba abajo sobre el hoyo de las agujas de un toro.

No entiendo cómo toreros que creen hacer la suerte de verdad, de hecho no la hacen y pinchan y pichan y le echan la culpa a la suerte. Craso error, porque en el toreo la suerte no se tiene, se hace. Claro está, si el instrumento está a favor, no en contra. Como es el caso. ¿Por qué la punta del estoque es tan puntiaguda? ¿Para quedar pinchada en el hueso y no resbalar y seguir penetrando? ¿Por qué se afila la parte baja de la espada si en los bajos del toro no hay muerte? ¿Por qué no se afila la parte alta, pues en la parte alta están las arterias vitales del toro? ¿Por qué seguir haciendo espadas de acero pesado y no dúctil cuando hay acero ligero, más duro y más dúctil? ¿Por qué no aspirar a la muerte fulminante del toro, sin agonía, por supuesto después de haber hecho la suerte como mandan los cánones? Si los pilotos de carreras fueran como los toreros, en el Grand Prix no correrían bólidos aerodinámicos sino antiguos coches cuadrados que chocan contra el viento. Hoy, la ciencia ha investigado al toro de lidia y naturalmente sus resultados han aportado una mejora sustancial a los útiles del toreo. Pero aquí sigue privando aquello de que esa espada me da suerte y esa, no. Luego no nos quejemos, la superstición también tiene su encanto.
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