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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

viernes, 5 de febrero de 2016

Mérida-Venezuela: Discurso de Fortunato González en la Academia.


Fortunato González

Por si interés para la cultura taurómaca y su entronización en la Academia de Mérida, incluimos a continuación el discurso del catedrático don Fortunato González Cruz, Académico de número, Dtor. de la Cátedra de Tauromaquia de la Universidad de los Andes, y presidente del Capítulo Nacional de Venezuela del Círculo Taurino Amigos de la Dinastía Bienvenida.

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ACTO DE PRESENTACIÓN DEL LIBRO “MANUAL DEL AFICIONADO TAURINO N° 34”

Fortunato González Cruz
Mérida, Miércoles 3 de febrero de 2016

Sí, en el toreo está presente la muerte, pero como aliada, como cómplice de la vida: la muerte hace de comparsa para que la vida se afirme.
Fernando Savater
En Tauroética

A este albero académico entra el toro bravo con toda su casta, cargado de siglos, de historias y leyendas que cuenta el libro que hoy se presenta, buscando un espacio para dar testimonio de sus significados, en tiempos que los reclama. Impone su arrogancia aun cuando en la manada, en el campo generoso de espacios y de verdes, entre hermanos, es inofensivo. Observan al hombre: pacen mordiendo la yerba y al menor movimiento levantan la cabeza, y si se acerca, corren y se alejan. No atacan. En manada son espantadizos y si no fuese por su sublime y aterradora estampa el hombre podría ganar espacios y acercárseles. Ay… si se siente solo! porque entonces hincha la testuz y nada ni nadie para su embestida. Es en el campo donde mejor se aprecia la imponente belleza del toro bravo. 

Solo es agresivo, al contrario del hombre. Afirmaba el jurista Luís Jiménez de Asúa, estudioso de la conducta criminal, que el hombre es capaz de cualquier atrocidad en grupos y multitudes, y prudente en soledad. Pues el toro es, por el contrario, manso en su manada y terrible cuando está solo. No ataca por hambre, como los carnívoros, sino para defender sus espacios, sus querencias y en ello se le va la vida. Estas características de la raza brava se conocen, se estudian y forman el material con el que se realiza el arte que lo trae esta tarde a la Academia.

Lidiar es la acción que ejecuta el torero para conducir la embestida del toro bravo. Este hecho supone un aprendizaje que viene desde la cacería del antiguo uro ibérico salvaje, hasta los encastes que han hecho posible limar las asperezas de aquel animal primitivo y ofrecer hoy toros con casta, bravura, nobleza y trapío que permiten al torero desarrollar una lidia cada vez más cargada de arte y cada vez más cerca del toro hasta meterse de lleno en sus terrenos. También supone una evolución hacia expresiones estéticas espeluznantes, en que pareciera que toro y torero forman una unidad artística inseparable.

El toro es el fundamento, criado con el cuidado y las técnicas que lo han hecho más bravo y más noble. 

Así le canta Juan Ramón Jiménez:

El negro toro surge, neto y bello,
sobre la fría aurora verde, alto en el peñasco azul.
Muge de sur a norte rempujando
el hondo cenit cárdeno, estrellado todavía
de las estrellas grandes,
con su agigantado testuz.

El valor del torero, su arte y su locura hacen al héroe. Dice Andrés Amorós, Académico de la Lengua de España que: 

“es la locura de los artistas, de los aventureros, de los que concentran todas sus facultades y se entregan en cuerpo y alma a un sueño, casi imposible de realizar.” 

Es el lidiador quien, por ser valiente, dominar la técnica e inspirarse en el arte, logra la magia de los ángeles, de las musas y de los duendes y transmite todas sus intensas emociones a los aficionados. Entonces, inspira a los creadores de otras artes: la literatura, como Ernesto Hemingway y Mario Vargas Llosa; la poesía, como Federico García Lorca y nuestro Andrés Eloy Blanco; la pintura, como Francisco de Goya, Pablo Picasso y nuestro Arturo Michelena; la escultura, como Fernando Botero y nuestro inolvidable compañero en la Academia Manuel de La Fuente; la música, como Georges Bizet, Agustín Lara y el paisano cantor de la tierra Luis Alfonso Martos.

Así canta Lorca a su amigo Ignacio Sánchez Mejías:

No te conoce nadie. No. Pero yo te canto.
Yo canto para luego tu perfil y tu gracia.
La madurez insigne de tu conocimiento.
Tu apetencia de muerte y el gusto de su boca.
La tristeza que tuvo tu valiente alegría.

La lidia comienza con el toro limpio de heridas, que es recibido por el diestro con la capa, suerte a la que se refiere Rafael Alberti en estos versos:

El torero acompaña
con el capote al viento
el raudo movimiento
del toro fiel que pasa.
Es esta sinfonía
del capote, que suena,
¿a qué? He aquí el misterio...

Y luego el tercio de muleta al que canta Gerardo Diego, en versos dedicados a Juan Belmonte:

Venid acá, oh incrédulos,
vedle cómo se afianza
sobre el talón izquierdo bien posado;
la acordada muñeca templa y tañe
a la lira que avanza
y humilla y tuerce y cruje y se comprime.
Mientras la mano diestra la esperanza
del claro acero esgrime.

Y a Manolo Bienvenida: 

Ya pasó el toro y el suspiro vuela.
Pero el burlado en rumbo se revuelve
y entonces la muñeca gentilísima
le hace morder la rosa rumbo a rumbo,
la rosa de los pases naturales
que una brisa de amor, lenta y bellísima,
va desplegando en tumbo
de vuelos, por la arena, angelicales.

La lidia del toro tiene su ecología. En ella están los paisajes rurales de las dehesas donde nace y se cría en campo abierto, sin corrales que limiten su libertad; un lenguaje propio rico en palabras, significados y metáforas; la música del pasodoble, del cante jondo y del flamenco que recuerdan la alegría y el dolor de la raza calé; expresiones gastronómicas que ambientan la celebración de la bravura del toro y el triunfo del torero. Pero sobre todo una pasión que lleva al hombre a arriesgar su vida y hacer de ello un espectáculo.

Si, compañeros de la Academia, es el espectáculo del valor, del dolor y de la muerte, quizás el único que sobrevive en una sociedad urbana cada vez más acostumbrada a la rutina del aburrimiento, del chateo impersonal, de la solitaria expectación de ilusiones producida en masa en los laboratorios de la tecnología de las emociones, para un espectador arrellanado en su encierro sin otro riesgo que una indigestión, o la artrosis. Las sociedades urbanas, habituadas a la muerte de sus semejantes intoxicados y asesinados, la entienden, la comprenden, la aceptan y la observan con indiferencia; pero nada quieren saber de la muerte anónima e industrializada de los animales que consumen: De los peces, los pollos, los conejos y los cerdos cuya muerte se oculta. De allí quizás la aceptación de la muerte humana y la criminalización de la del animal, una tendencia que animaliza al ser humano y tiende a humanizar al animal hasta traspasar el lindero de los derechos. Vargas Llosa se refiere a este fenómeno urbano actual cuando escribe en El País que “el caso de Sean Penn sólo se entiende por la extraordinaria frivolidad que contamina la vida política de nuestro tiempo, en el que las imágenes han reemplazado a las ideas y la publicidad determina los valores y desvalores que mueven a grandes sectores ciudadanos…El periodismo, por desgracia es también una de las víctimas de la civilización del espectáculo de nuestros días, donde aparecer es ser y la política, la vida misma, se ha vuelto mera representación.”

Los taurinos conservamos muchos valores de la ruralidad entre ellos el amor por la libertad, por la familia, por la amistad, por la naturaleza y por los animales, y quizás resulte paradójico a la sociedad urbana que se crie un animal para darle muerte, en este caso no la muerte anónima del desolladero industrial, sino la muerte heroica de un animal noble, hermoso, bravo, representante de una estirpe que se niega a desaparecer en un mundo urbano enfrentado a la verdad que impone el valor del torero y la casta brava de un toro de lidia. Tan extraordinaria y sublime es su muerte que merece el altar monumental de una plaza de toros.

Ante la amenaza de la globalización y la estandarización que supone, Mario Vargas Llosa dice que la lidia no desaparecerá… “no todavía por lo menos, no mientras haya corridas que nos hagan vibrar de emoción y gratitud ante un espectáculo de tanta perfección, y nos den tanta voluntad y razones para seguir defendiéndolas contra la prohibición, la última ofensiva autoritaria, disfrazada, como es habitual, de progresismo.”

De todo ello se han ocupado los cronistas, desde aquellos anónimos de las Cuevas de Altamira hasta los actuales, cuando la crónica es género literario que madura entre la historia y el periodismo, al que la Comisión Taurina Municipal le dedica su último Manual del Aficionado Taurino, en su edición número 34. Porque son 34 años de publicación ininterrumpida, único caso en el mundo taurino. Algunos se preguntarán ¿cómo es posible que sea en Mérida y no en alguna ciudad española donde se realiza un esfuerzo literario tan añejo? Existen dos razones que posiblemente más tarde serán objeto de alguna crónica: La vocación tan propia de Mérida para la cultura y la creación literaria, y que la Comisión Taurina ha sido integrada desde sus momentos iniciales por académicos de nuestra Universidad de Los Andes e intelectuales que por supuesto son apasionados aficionados taurinos. Esta feliz combinación ha permitido que, además de cumplir con su deber de conducir la lidia en forma transparente e impecable, se ocupen de menesteres colaterales a la lidia, como la difusión cultural, la creación de la Cátedra Libre de Tauromaquia de la ULA, respuesta académica la intolerancia o la preservación del mosto del aprendizaje que se transmite a los más jóvenes en la Escuela Taurina “Humberto Álvarez”. 

Esta edición es un homenaje a quienes desde el delicado oficio periodístico han hecho permanente los acontecimientos de nuestra fiesta brava en el ámbito de la hispanidad tanto de Europa como de América. En efecto, el arte taurino es efímero y muchas veces apenas una ráfaga en el transcurso de una faena, un instante de inspiración que si no es por la oportuna fotografía o la descripción del cronista, pasa al olvido.

Con la presentación del Manual del Aficionado Taurino en esta Academia que gentilmente nos acoge en su espléndido Salón de Sesiones, se presenta el primer número del Anuario de Taurociencia, iniciativa de la profesora Gladyz Velazco que lo adscribe gentilmente a la Cátedra libre de Tauromaquia “Dr. Germán Briceño Ferrigni” de la Universidad de Los Andes.

Termino con el agradecimiento a la Academia de Mérida por su gentileza, y recuerdo con Rafael Alberti:

Cornearás aún y más que nunca,
desdoblando los campos de tu frente,
y salpicando valles y laderas
te elevarás de nuevo toro verde.


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