Diego Urdiales, de momento, no interesa a las empresas
Sí, Urdiales, el de Arnedo, no interesa. Tampoco es que haya interesado mucho al poder taurino de siempre. Sin embargo, ha gozado del respeto y la admiración de los aficionados más exigentes. No es mal título ese de la admiración que, curiosamente, no suele coincidir con el de los que montan las ferias.
El diestro riojano no interesa, no es un torero querido lo suficiente como para hacerle un hueco en los carteles de feria. Al menos en 2018. No podemos decir, o argumentar, que su tiempo ya pasó porque hay toreros más antiguos en el escalafón que si gozan del predicamento de las empresas. Así que esa no debe ser la razón.
Posiblemente sean sus formas toreras que no se ajustan a los cánones del siglo XXI, o seguramente sea porque exige las ganaderías comerciales que ya tienen muchos novios con las figuras y para él ya no queda ni un pitón.
Estas y otras preguntas -ya ven, seguimos con el mismo tema de la pasada semana- sí se las hacen los aficionados, pero ya sabemos que los aficionados a los toros son todos unos retorcidos, cuando no resentidos. Caducos diría yo, ya que les gustan las formas toreras del siglo XX, incluso de mediados de ese siglo.
El caso es que yo me identifico con esos aficionados que reclaman las formas de la pureza, las de la naturalidad, las de enroscarse al toro en la cintura, las de la pierna adelantada y no retrasada y que cuando cuajan un toro resulta que coincide con uno de Victorino Martín, pongamos como ejemplo.
Sí, Urdiales, el de Arnedo, no interesa. Tampoco es que haya interesado mucho al poder taurino de siempre. Sin embargo, ha gozado del respeto y la admiración de los aficionados más exigentes. No es mal título ese de la admiración que, curiosamente, no suele coincidir con el de los que montan las ferias.
Diego no se ha prodigado con los triunfos menores como hacen otros, él como gran torero está para las ocasiones y esas, cuando han llegado han traspasado fronteras, han trascendido más allá del simbolismo de las orejas. Hablamos de esos triunfos que embriagan a todos, incluidos los que no comulgan a diario con tanta autenticidad.
La autenticidad que representa es demasiado visible como para que constantemente tengan que soportarla los que van por otra vía. A los que aman, a los que amamos, esa verdad, no importa esperar a que el riojano nos muestre el camino de la verdad aunque sea de vez en cuando.
Siempre nos quedarán, como mínimo, en sus actuaciones esas gotitas que se decían de su ferviente admirador Curro Romero. Que el de Camas haya seguido a Urdiales por algunas plazas no ha servido precisamente para ganarse más amigos. Esa admiración, como la de los aficionados de verdad, es un título de mayor rango y abolengo que el de salir a hombros todas las tardes en las plazas de segunda y tercera. De ahí que afirmemos que, desgraciadamente, Urdiales no les interesa.
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