REMEMBRANZAS MEXICANAS DE RECIENTE DATA.
-PARTE FINAL-
Eduardo Soto Alvarez
03/03/2018.
Tianguis es un vocablo de origen náuhatl, lengua de un conjunto de pueblos indígenas, entre ellos los aztecas, que sirve para designar a los mercados que tradicionalmente han existido desde antes de la llegada de los conquistadores, en lo que hoy es México y Centroamérica.
Los tianguis no tienen sitio fijo, se celebran ciertos días, en ciertas calles, allí se puede conseguir de todo y se organizan en el suelo o en grandes mesones, donde despliegan en perfecta mezcolanza toda sus mercaderías. Se paga en efectivo, los precios son muy convenientes y con un poco de paciencia, es posible rescatar de las interminables pilas de ropa, prendas de vestir de conocidas marcas, con pequeños defectos, que por lo demás son idénticas a las que se encuentran en las boutiques de alta costura.
Hoy día existen tianguis especializados, con ubicación fija y trabajando a diario, como el de libros ubicado en las cercanías del Palacio de Bellas Artes, en una de las calles peatonales del centro histórico de la ciudad. Es un sitio interesante, pues buscando y hablando con los libreros, que son buenos conversadores, siempre se puede encontrar (o encargar) alguna obra de interés particular.
Otra de las novedades de este viaje, fue ser despertado súbitamente en plena madrugada, por la alarma sísmica que las autoridades han instalado en las calles de la gran capital. Consiste en una serie de altoparlantes que alertan, con sirenas y grabaciones de voz, la proximidad de un temblor. Estas alarmas se activan cuando el movimiento es igual o mayor de 5.5 en la Escala de Richter y, dependiendo de lo distante del epicentro, anuncian la llegada de la onda sísmica hasta con 50 segundos de antelación, lo cual permite a la gente ubicarse en sitios de menor riesgo.
En el trimestre pasado, a pesar de no haber tenido oportunidad de disfrutar de nuestras ferias andinas, tuve ocasión de presenciar varias corridas en el Coso de Insurgentes, pero por supuesto que no voy a comentarlas, pues ustedes las vieron con todo detalle por televisión.
Me limitaré a señalar que muchas tardes, el Embudo lució muy vacío, pero vale la pena destacar que del poco público asistente, buena parte estaba constituido por jóvenes, lo cual es sin duda un signo esperanzador.
Aunque siempre hay quejas, la verdad es que el gran aforo del coso, permite que haya precios relativamente asequibles. La entrada más costosa valía el equivalente a US$ 57 y la más económica a US$ 5,40. Se debe acotar que las barreras de sombra en Acho o Medellín, deben estar sobre los US$ 300, (las más caras del mundo), mientras que en España no llegan a tanto y en Nimes el año pasado rondaban los 100 Euros.
Generalmente, después del tercer toro, el frio comenzaba a morder, la luz se hacía cada vez más mortecina y entonces el inmenso coso lucía como un páramo desolado, lo que no contribuía a crear ambiente para el desarrollo de una corrida de toros.
La plaza entonces se sumía en una especie de sopor del que lograba sacudirse, no con lo que sucedía en la arena (a menos que ocurriera algo de importancia), sino con las voces estentóreas de los famosos Gritones. Sus ¡¡Viva la Fiesta Brava!! rebotaban con fuerza en el cemento de los tendidos despoblados y cuando mencionaban con sorna el nombre de algún político local, el público revivía para responder con tremenda rechifla.
Debo decir que los amigos mexicanos, con quienes pude interactuar en las barreras del tercio de matadores, son buenos aficionados y conocedores de la Fiesta Brava. Pero cuando la tarde languidecía y comentaba que era necesario que un matador cubriera el tercio de banderillas para que restallaran en la plaza las vibrantes notas de un pasodoble, muchos no captaban el efecto mágico que podía producir tal combinación, pues la música está prohibida en el Embudo de Insurgentes por el Reglamento Taurino, que solo permite ejecutar dianas cuando el diestro lo amerite.
En Las Ventas todos conocemos las razones por las cuales no hay música y es evidente el anacronismo. Pero no he podido encontrar explicación para la prohibición en Insurgentes, pues no quisiera pensar que se deba a un patrón de imitación, tan ajeno a la idiosincrasia mexicana, que hasta las Vueltas al Ruedo las dan al revés.
Nada acompaña mejor una buena faena, que la música y los olés de un público entusiasta. La Fiesta Brava ha estado inextricablemente ligada a la música, ha inspirado infinidad de pasodobles y expresiones artísticas de diverso índole, recuerdo que en Moscú en la época soviética, conseguí una obra pintada por un tártaro sobre un tema taurino, cuyo soplo creador seguramente provino de la ópera Carmen.
Don Enrique Ponce, Académico y Torero de Época, ha practicado la tauromaquia con acompañamiento de música clásica, lo cual ciertamente sublima lo que acontece en el ruedo. Es más, existe también una música callada que algunas veces brota de las propias entrañas del toreo, pero que no todos alcanzan siempre a percibir.
En Venezuela, la plaza taurina musical por excelencia es la Monumental de Mérida, pues cuenta con la magistral Banda de la Mesa de los Indios, sin lugar a dudas la mejor del país, ciertamente, una de las mejores del orbe taurino y se reparte de antemano el programa y la oportunidad en que se ejecutará cada pieza, si lo ordena el Presidente del festejo.
De vez en cuando se esgrime el argumento que las plazas de Madrid y México son las catedrales de la tauromaquia mundial, pero se olvidan que no hay catedrales sin música. Así como las eucaristías solemnes se acompañan con música sacra, las grandes faenas deberían ejecutarse al compás de la música apropiada
A veces se llega a pensar que la ausencia de música en Las Ventas y en la Plaza México, obedeciera más bien a un prurito y a un desmedido afán de diferenciación, pues está llegando a ser una de las pocas características distintivas que les van quedando.
Todo aficionado debe ser consciente que la tauromaquia no solamente es un arte en sí misma, sino que también ha servido de fuente de inspiración a muchos otros, lo que produce una sinergia, que no solo refuerza el conjunto, sino que lo hace imperecedero.
Si permitimos que el carácter estético se siga desdibujando, corremos el riesgo de que por el peso desmedido de intereses crematísticos, transformemos la Fiesta Brava en un espectáculo rutinario y ramplón, desprovisto de su esencia fundamental cual es alimentar el espíritu.
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