Virgen María, Madre Inmaculada, que lavas con tus lágrimas nuestras heridas, recoge en tu regazo los despojos de España para que resucite con el aliento de tus palabras. Quizás los españoles no lo merezcamos, pero España sí, porque ella llevó tu nombre, Madre María, hasta el último rincón de la tierra, en sus aceros y en sus versos, en sus oraciones y en sus voces de combate, en las coplas de su vino y en el corazón de sus hombres, incluso de aquellos que en la blasfemia iracunda murieron buscándote como se busca a la madre abandonada en el olvido… “bendita Tú eres entre todas las mujeres”.
Virgen María, Madre Inmaculada, haz que España se sacuda la pereza y la molicie, haz que España se levante del tálamo de su siesta, se calce las botas, ponga el pie en el estribo y vuelva al camino que la llevó de Numancia a Krasny Bor. Virgen Inmaculada, que el 8 de diciembre de 1585 hiciste una calzada de hielo en el río Mosa para que los soldados del Tercio Viejo de Zamora pudieran romper el cerco de acero y fuego hasta hacer exclamar al enemigo “¡Dios es Español!”, no abandones en el olvido a la Patria de tu Hijo.
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