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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

domingo, 6 de diciembre de 2020

Nada que celebrar / por Eduardo García Serrano

 
No formaré en el coro de bacantes que ofician en los fastos litúrgicos de exaltación a una Constitución que es la teta nutricia del fracaso de la Nación, de la pérdida de la brújula histórica de la Patria y del extravío de un pueblo sin mapas ni puntos cardinales, en guerra consigo mismo, que apela ufano a la Constitución para suicidarse cada día, durante los últimos cuarenta y dos años, un poco más.

Nada que celebrar

Eduardo García Serrano
El Correo de España / 6 Diciembre 2020
No seré romero ni palmero en el aniversario de la Constitución. No participaré en los ritos de veneración talmúdica a una Constitución tóxica y disolvente, que es el útero que ha gestado la metástasis de las taifas. No formaré en el coro de bacantes que ofician en los fastos litúrgicos de exaltación a una Constitución que es la teta nutricia del fracaso de la Nación, de la pérdida de la brújula histórica de la Patria y del extravío de un pueblo sin mapas ni puntos cardinales, en guerra consigo mismo, que apela ufano a la Constitución para suicidarse cada día, durante los últimos cuarenta y dos años, un poco más. No. No tengo nada que celebrar, ni siquiera con los códigos funerarios de los viejos irlandeses que honran y evocan a sus muertos entre pintas de cerveza y latigazos de whiskey hasta ser vencidos por una borrachera balsámica y letal; siempre he creído que en la derrota y en la pérdida hay que mantenerse sereno y lúcido, como los versos de Kipling, pues las lágrimas del vino son tan falsas como sus carcajadas destempladas.

Exactamente eso es lo que los romeros, los palmeros y las bacantes de los fastos del 42 aniversario de la Constitución van a celebrar: un funeral irlandés sobre los despojos de España cantando a coro los artículos a los que, como a un salvoconducto, se han agarrado los enemigos de la Patria para violarla legalmente, fragmentarla democráticamente y saquearla constitucionalmente.

Yo juré una Constitución no escrita pero explícita en la Bandera a la que me consagré. Una Constitución de tradición verbal, transmitida en las arterias de España con las tres palabras que forjaron su Historia y su Leyenda desde los Reyes Godos hasta Francisco Franco. Tres palabras titánicas como cordilleras, limpias y aceradas como falcatas ibéricas, y llenas de luz como las antorchas del Evangelio: Una, Grande y Libre. Esa es la Constitución de mí Patria perdida como la Atlántida, sobre cuya tumba de silencio y polvo bailan hoy un aurresku y una sardana los mercenarios del separatismo y los Cien Mil Hijos de San Luis de la democracia. No danzaré con ellos y te seguiré buscando en las cordilleras y en los océanos de tu Historia, Mater Hispania.
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