En esta entrevista, con motivo de uno de sus libros ya publicados: Hispania Spania, reflexiona sobre el origen de la patria española y su esencia católica.
¿Por qué un libro sobre el nacimiento de España llamado Hispania-Spania?
La idea se fue gestando a raíz de la lectura de diversos textos de época visigótica en los cuales aparecía claramente reflejada la existencia de un concepto de España. Además, según señaló uno de los más eminentes conocedores del período, como fue José Orlandis, el reino visigodo de Toledo fue el primer reino español. Y varios historiadores españoles y franceses (Luis Agustín García Moreno, Jacques Fontaine, Suzanne Teillet…) habían dedicado también una atención considerable a esta realidad. Si bien existían monografías sobre el concepto de España en la Edad Media como es el caso del magnífico estudio de José Antonio Maravall, faltaba una monografía en España y en español que se ocupara expresamente del tema para la época visigótica. El título del libro responde al nombre que se daba a España entonces: Hispania, como la llamaron los romanos, o Spania en una forma muy típica de tiempos de los godos. No obstante, como bien ha demostrado García Moreno, desde el siglo IV la fonética ya utilizaba la forma “España” que hoy mismo usamos. Era asimismo un tema sugerente, dado el cuestionamiento que hoy se hace de la propia realidad de España, y prueba del interés del tema es que el libro ha visto ahora su tercera edición.
¿Qué importancia tuvo especialmente el III Concilio de Toledo en la consolidación de la unidad católica de España?
El III Concilio de Toledo del año 589 supuso la superación de la división religiosa entre la minoría dominante de los godos, que eran casi todos arrianos, y la mayoría de los habitantes de España, es decir, los hispanorromanos católicos. El Concilio fue convocado por el rey Recaredo, convertido al catolicismo dos años antes bajo la guía de San Leandro de Sevilla, quien presidió el mismo Concilio. Esta unidad religiosa de los dos grupos principales de población en la misma fe católica y asumida desde la monarquía gótica haría posible la mutua integración y el hermanamiento entre ambos. La unidad católica de España, alcanzada en el III Concilio de Toledo, hizo posible un camino de unión política y social desde la unión religiosa.
Era esencial el concepto: una fe, un reino…
En efecto, así se recoge en las actas de los Concilios de Toledo: la unión una fide et regno, es decir, en una misma fe y en un mismo reino. La unidad en la fe católica hace posible la unidad de godos e hispanorromanos en un mismo reino, que es el “Reino de los Godos”, con cuyos destinos pasan a identificarse los hispanorromanos. Esto es algo que se percibe nítidamente en las obras de San Isidoro de Sevilla, hermano de San Leandro: hispanorromano por parte de padre (no es seguro, aunque sí probable, que la madre fuera goda), se siente identificado de lleno con la causa del “Reino de los Godos”, sucesor de hecho y de derecho del Imperio Romano en España. Conforme se lee en las actas de los concilios toledanos y en otros documentos de la época, el “rey de los godos” (rex Gothorum) es el “rey de España y de la Galia” o “rey de las Españas y de las Galias” (rex Spaniae atque Galliae / rex Spaniarum atque Galliarum, entendiendo por “las Galias” la meridional provincia Narbonense que siempre permaneció en manos de los visigodos). Esa España y el sur de la Galia es la “patria de los godos”(patria Gothorum), del “pueblo de los godos” (gens Gothorum); y los hispanorromanos pasan a sentirse parte de este pueblo, pues los godos han asumido el legado de la antigua Hispania romana y la fe católica.
¿Cómo se fue configurando la Hispania romano-gótica en el pensamiento isidoriano?
Básicamente, esta visión que hemos expuesto es la que ofrece San Isidoro de Sevilla en sus obras históricas, sobre todo en su Historia de los Reyes Godos, Vándalos y Suevos, considerada como la primera historia nacional de España, en paralelo con las de San Gregorio de Tours y San Beda el Venerable para los casos de Francia e Inglaterra. Esta obra va precedida por una alabanza de España (Laus Hispaniae/Spaniae) y habitualmente se coloca al final otra que el autor realiza del pueblo de los godos (Laus Gothorum), lo cual revela la identificación que lleva a cabo. Además, la propia obra en su desarrollo narrativo de los acontecimientos va mostrando cómo los reyes y el pueblo de los godos han arribado providencialmente a España, han terminado abrazando la fe católica y han asumido la tradición romana, de tal modo que se han convertido en los legítimos herederos de Roma en España y son el pueblo elegido por Dios para vivir pacíficamente en ella, integrando en este proyecto a la gran población hispanorromana.
Laus Hispaniae, fue una obra muy representativa del naciente sentimiento hispano…
No cabe duda de que el texto más famoso de la Historia de los Reyes Godos, Vándalos y Suevos y el que expresa mejor el patriotismo de San Isidoro es la llamada Laus Hispaniae/Spaniae con que comienza la versión larga. Es un texto retórico en el que se perciben dos elementos principales: un enamoramiento hacia la España geográfica, un enamoramiento territorial, con una exaltación de la riqueza natural o material de España, que supone la parte central y más extensa del texto; pero asimismo un enamoramiento de la Mater Spania por su grandeza histórica y humana como “sagrada y madre siempre feliz de príncipes y de pueblos”, “rica en hijos, fertilísima en talentos y regidores de imperios”. San Isidoro, al presentar a España como madre, también se siente hijo de España; hay una clara conciencia filial y un nítido afecto de piedad filial. Y junto a la idea de la maternidad fecunda de España, hay otro elemento de notable interés y que supone igualmente una personificación de España: la imagen nupcial o esponsal, de raíces a la vez bíblicas y clásicas; a España la deseó “la áurea Roma” y la poseyó más tarde “la floreciente nación de los godos”, que la conquistó y la amó y la goza ahora segura. El amor de San Isidoro a España es inmenso y se dirige a ella en segunda persona (“tú”) y con admiración (“oh España”); trata a España personificándola, reconociéndola como una entidad viva y personal, algo que se pone de manifiesto también al verla como madre y como esposa en su relación con Roma y con el pueblo de los godos. Se percibe, en definitiva, la herencia de la Roma que deseó y poseyó a España con amor, juntamente con la identificación con el pueblo de los godos, el cual ahora se ha unido y desposado con España. En esta visión de San Isidoro, por tanto, confluyen y se fusionan lo romano y lo gótico.
¿Cómo fue naciendo y creciendo la conciencia hispana?
En época romana, Hispania es percibida como un territorio inserto dentro del vasto Imperio, si bien con un carácter propio y singular, a la vez que diverso internamente según la herencia de los pueblos prerromanos y las grandes provincias. Pero siempre, esto debe quedar muy claro, España se concibe dentro del mundo romano. Será bajo el reino de los godos y en concreto a raíz de que éstos pasen definitivamente de las Galias (salvo la meridional provincia Narbonense o Septimania) a la Península Ibérica y asienten la capital en Toledo, y de un modo muy especial a partir de las campañas militares y la unificación territorial llevada a cabo por Leovigildo, cuando comience a gestarse una identificación de la antigua Hispania con una entidad política, cual es dicho reino. La unidad católica de España alcanzada en el III Concilio de Toledo y afianzada en los posteriores concilios toledanos, donde se reúne la cúspide eclesial y política del reino, y la unificación jurídica realizada a mediados del siglo VII por el rey Recesvinto, facilitan el proceso de integración de la población hispanorromana y de la germánica. Todo ello va quedando reflejado en las actas de los concilios generales y en diversas obras historiográficas que nos transmiten la existencia creciente de una conciencia hispana: Hispania o Spania se identifica con el “reino de los godos”, gobernado por el “rey de los godos”, y los hispanorromanos se sienten parte esencial de dicho reino y asumen su mismo proyecto en esa “patria de los godos”.
San Fructuoso tuvo gran importancia en la vida monástica española en el Medievo. ¿Por qué una figura de su importancia es tan poco conocida?
San Fructuoso de Braga es una de las figuras más eminentes de la denominada “era isidoriana” del siglo VII hispanovisigótico. De familia de la alta nobleza goda, su vida y su espiritualidad permiten ver cómo entre la población germánica ha calado el cristianismo católico en toda su profundidad y ha sido asumido el sentido romano de la norma y la organización: San Fructuoso lo plasma en la regulación escrita y práctica de la vida monástica y en la confederación de cenobios fundados por él en el Occidente peninsular. Su proyección además se alargaría en buena parte de la Edad Media española, hasta que la Regla de San Benito y el rito romano acabaran implantándose en los reinos hispanocristianos. En los monasterios masculinos y femeninos fructuosianos, descubrimos la integración de hispanorromanos, suevos y godos. No sin razón, el autor de la Vita Fructuosi lo equiparó con San Isidoro y presentó a ambos como lumbreras de España y del Occidente, a la par que San Braulio de Zaragoza le llamó “esplendor sagrado de España”.
En la parte III aborda algunas cuestiones relativas al norte hispano en el período visigótico.
Efectivamente, lo hago en una labor de síntesis de lo que otros investigadores han demostrado en sus estudios, en los cuales han dejado en evidencia las contradicciones y errores que habían sido sostenidos por los nacionalismos catalán y vasco y por una corriente de materialismo histórico marxista representada sobre todo, en este caso para el ámbito de Asturias y Cantabria, por los historiadores Barbero y Vigil, a quienes el serio trabajo desarrollado por Novo Güisán, entre otros, ha rebatido sobradamente. Cabe destacar, con respecto al área nororiental de la provincia Tarraconense, la fortísima impronta hispanovisigótica en el origen de lo que sería la Cataluña medieval, según se reflejaría en las leyes, las costumbres y las concepciones políticas acerca del poder y de la misma comprensión de España: tal es lo que se observa con nitidez en la promulgación de los Usatges por Ramón Berenguer I y Almodis. Historiadores catalanes de la talla de Ramón de Abadal no pasaron por alto esta realidad.
¿Por qué no trata ampliamente el período de la Reconquista?
El libro se centra en el período visigótico, que es en el que se gesta propiamente la conciencia de España, si bien sobre fundamentos anteriores y sobre todo romanos. Para la época de la Reconquista, es obligado remitir a obras como El concepto de España en la Edad Media de José Antonio Maravall y las reflexiones y estudios de historiadores de la talla de Menéndez Pidal, Sánchez Albornoz, Vicens Vives, Ladero, etc. No obstante, sí trato de ofrecer una síntesis acerca de un elemento fundamental de raíz visigótica en los siglos de la Reconquista: tal elemento es el denominado “neogoticismo”, es decir, la conciencia de la herencia visigótica por parte de los diversos condados y reinos hispánicos, así como de las familias de la nobleza y en las leyes y ciertas costumbres del pueblo, que confieren a esas entidades políticas y a los linajes la legitimidad para considerarse verdaderos herederos del reino de los godos. Ésta idea va unida indisolublemente a la de Reconquista: existe el derecho y el deber de recuperar la España perdida, arrebatada por los musulmanes, y devolverla a Cristo y a los cristianos de España.
Dedica unas páginas como colofón de la Reconquista a los Reyes Católicos y a la importancia del concepto “Reyes de España”.
He recogido en un apéndice un artículo y una conferencia que había elaborado con anterioridad al conjunto del libro, así como otro apéndice de mi buen amigo Manuel Alejandro Rodríguez de la Peña. Como consecuencia lógica de ese neogoticismo, los Reyes Católicos, según señaló Luis Suárez, se tuvieron a sí mismos más como “restauradores” que como “fundadores”:
al unir dinásticamente por medio de su matrimonio las Coronas de Castilla y de Aragón y al reconquistar el reino de Granada completando la Reconquista, habían culminado el proceso de recuperación del reino de los godos y de la España católica que ocho siglos antes había estado unida bajo los reyes godos, de los cuales Isabel y Fernando se consideraban verdaderos herederos.
Maravall estudió en su monografía el uso y el sentido del término “Reyes de España” que aparece en numerosas ocasiones en la Edad Media; por mi parte, aquí me he acercado al uso y sentido que tiene bajo los Reyes Católicos e incluso por parte de los Austrias Mayores. Es cierto que, hasta el siglo XVIII, los monarcas españoles mantuvieron la fórmula oficial de una intitulación larga de todos sus territorios (“Reyes de Castilla, de Aragón, de León…”). Pero también es verdad que de forma oficiosa e incluso también oficial emplearon la fórmula “Reyes de España”. Es absurda la postura de quienes niegan la realidad de España antes del siglo XVIII o de la Guerra de Independencia y es absurdo e ignorante decir que no hubo Reyes de España como tales hasta el siglo XVIII.
Para ir concluyendo, ¿cuándo y cómo nace realmente España?
Según hemos podido ir viendo en esta entrevista, España nace realmente bajo el reino de los godos y más concretamente a raíz del III Concilio de Toledo, que hizo posible la conformación de un pueblo al llevarse a cabo la conversión de los visigodos al catolicismo y su integración mutua con la población mayoritaria hispanorromana. Es lo que San Leandro cantó en su sermón conclusivo del Concilio. La unidad católica hizo a España. La Reconquista fue un proyecto de recuperación de esa España perdida, tal como lo han entendido historiadores de la talla de Sánchez Albornoz y Vicens Vives, poco sospechosos de “nacionalcatolicismo” franquista. Y digo esto porque no faltan los que, para descalificar a quienes siguen sosteniendo una visión clásica de la gestación de España, traten de menospreciarla tildándola de “nacionalcatólica” para reducirla a “historiografía franquista” o, como mucho, a una postura recibida por ésta de Menéndez Pelayo (por otro lado, figura eminente de la intelectualidad española de todos los tiempos). De otra parte, la enorme riqueza de la diversidad regional de “las Españas” (término de herencia romana usado también en el período visigótico y de gran éxito en la Edad Media y hasta el siglo XVII inclusive), aglutinadas en una empresa común y en una conciencia superior, nace fundamentalmente en los siglos de la Reconquista: es la España de reinos y coronas que, por no haberla sabido comprender, fue prácticamente anulada por el centralismo liberal y ha sido esperpénticamente reinterpretada por los separatismos.
¿Hasta qué punto la fe católica y su misión evangelizadora es esencial en el nacimiento de nuestra patria?
En su último viaje a nuestra patria, Juan Pablo II se despidió de ella como “España evangelizada y España evangelizadora”. España fue evangelizada desde el siglo I de nuestra era y la tradición apunta incluso a la venida de los apóstoles Santiago y San Pablo, si bien el cristianismo penetraría sobre todo desde el norte de África. El arraigo que pronto alcanzó se manifestó en el ejército de mártires hispanorromanos que con su sangre fecundarían el suelo hispano y que serían profundamente venerados en tiempos del reino de los godos y hasta nuestros días.
La fe católica hizo posible la unidad entre hispanorromanos y visigodos (y suevos), gracias a que ella desea abrazar a todos los hombres en el seno de la Iglesia como hijos de Dios.
Este mismo impulso de facilitar a todos los pueblos el camino de la salvación, conduciría a una pléyade de misioneros al Nuevo Mundo y a otros continentes a partir de finales del siglo XV y el XVI, a la par que los reyes españoles se comprometían en la defensa de la fe frente a los nuevos peligros que la amenazaban en la Edad Moderna, continuando así lo que había supuesto el proyecto de la Reconquista. La Monarquía hispánica fue oficialmente denominada “Monarquía Católica”, a raíz del título otorgado por el Papa a Isabel y Fernando. España, en su historia y en su ser como patria común, no se puede comprender sin la fe católica.
Por Javier Navascués
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