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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

jueves, 29 de julio de 2021

Don Luis Uranga, un ejemplo de honestidad y grandeza / por Pla Ventura


Los toros de Pedraza de Yeltes no se comieron a nadie, el único problema es que tienen casta, pitones, bravura y saben coger a los toreros cuál es su obligación, justamente, lo que no quieren los señoritos, algo que hace ya muchos años lo cantaba el maestro Joaquín Vidal cuando se encontraba con una situación análoga a la que estamos contando.


Don Luis Uranga, un ejemplo de honestidad y grandeza

Pla Ventura
Toros de Lidia / 28 julio, 2021
Tras la celebración de la extraordinaria corrida de don Luis Uranga y su hermano José Ignacio en Mont de Marsán, no queda otra opción que la reflexión en el camino para mostrarle a los aficionados la diferencia ostensible entre un burro de la rama de Juan Pedro con un toro de Pedraza de Yeltes en que, un ganadero romántico, hace tres lustros apostó por la grandeza del toro auténtico, caso del señor Uranga que, para nuestra dicha, como digo, el pasado domingo nos llenó de gloria a los que amamos a su “majestad” el toro, justamente el que cría con esmero el ganadero vasco que, de la mano de José Ignacio Sánchez, están haciendo una labor memorable.

La primera cuestión con la que nos encontramos es que, ante los toros de Luis Uranga no vemos nunca a las llamadas figuras del toreo que, con su ausencia demuestran una tontuna increíble porque, si tres toreros que apenas torean nos dieron una tarde gloriosa, ¿qué podrían darnos entonces los líderes del escalafón, esos toreros llamados artistas del burro adormilado? Pero no, los señoritos del toreo dicen que se viaja mejor en un auto Mercedes último modelo que con un Seat Ibiza; y tienen razón, pero del mismo modo la tenemos nosotros para criticarles su cobardía, ¿verdad?

Los toros de Pedraza de Yeltes no se comieron a nadie, el único problema es que tienen casta, pitones, bravura y saben coger a los toreros cuál es su obligación, justamente, lo que no quieren los señoritos, algo que hace ya muchos años lo cantaba el maestro Joaquín Vidal cuando se encontraba con una situación análoga a la que estamos contando. Cierto es que, cuando se lidia una corrida del señor Luis Uranga, que nadie espere encontrar en el cartel a Manzanares, Morante, El Juli, Cayetano, Aguado, Ortega….pero sí, como ocurriera el pasado domingo, a tres valientes que, para colmo, torearon a placer, hasta el punto de conseguir el éxito rotundo, caso de Alberto Lamelas y de López Chaves que, de haber acertado con la espada en su segundo enemigo, el éxito hubiera sido de clamor.

Cuando aparece en escena el toro de verdad, ahí se emociona hasta Dios, aunque muchos lo callen y no lo quieran reconocer porque, reconocerlo sería aceptar todo el fraude y la estafa que rodea al mundo del toro con esos animalitos indefensos que lidian los que dicen que mandan. Nada importa, lo vio todo el mundo y, aunque quieran callarlo, para nuestra dicha las cámaras de la televisión nos mostraron –igual ellos no lo pretendían- la majeza del toro en todo su esplendor.

Aquella forma de embestir al caballo desde el centro del ruedo resultó espectacular; aquella bravura en todos los tercios nos apasionó hasta los límites de la locura porque, como es lógico, espectáculos como el citado este año los hemos visto en las dos únicas corridas que se han celebrado en Madrid y, pare usted de contar. La estampa de los toros del señor Uranga, solo por verlos, ya merecía la pena haber pagado la entrada. Más tarde, como otras veces ha sucedido, podían haber salido malos de solemnidad, algo que no está exento ningún ganadero; pero no, salieron bravos, vendiendo cara su vida, pero con una casta y bravura que, lo recordaremos durante muchos años.

Claro que, lo que no me cuadra en la historia de la ganadería es cuando leemos que los toros son procedencia de Juan Pedro. Sería, por supuesto, hace muchísimos años porque es cierto que, dichos toros, más que Juan Pedro, yo me inclino por su procedencia antiquísima, origen Vistahermosa puesto que, dicha ganadería pasó por muchas manos, hasta que Uranga, hace apenas tres lustros se la compró a doña María Teresa Calderón, viuda de Salustiano Galache, con la sangre renovada de Moisés Fraile, es decir, El Pilar. Insisto, me olvido del encaste Juan Pedro porque, comparar los toros de Uranga con los de Juan Pedro, además de ser un pecado mortal, es una necedad sin paragón.

Una ganadería adquiere prestigio cuando los aficionados empiezan a recordar los nombres de los toros que, en el caso de don Luis Uranga, todos recordamos como toros espléndidos a “Pomposito” “Bello”, Joyito” “Pórtico” “Miralto” “Burreñito”…toros que, como hace pocos días en Francia, vendieron cara su vida por aquello de su pujanza como animales para ser lidiados en los ruedos, nunca la podredumbre de animales con los que se enfrentan las figuras que, en el noventa y nueve por ciento ejercen de enfermeros para sostener a los animales moribundos y que yo sepa, a los toreros se les paga para que lidien toros.

Tras aquel espectáculo bellísimo, nadie ha roto una lanza por el señor Uranga porque, claro, no les interesa a nadie y, muchos menos a los palabreros que viven del “régimen” sostenido por el fraude y la estafa. ¿Quién es el valiente que se atreve a ponderar los toros de Pedraza de Yeltes si, a diario, vienen cantando las excelencias de todo lo que tenga que ver con Juan Pedro? Nosotros, por el contrario, como quiera que vivimos de otros menesteres -como le sucede a don Luis Uranga-  y, para colmo, somos aficionados auténticos, no tenemos rubor en confesar, en contarlo a los cuatro vientos que, el pasado domingo pudimos ver la clase de toros que nos emocionan y, como dije en la crónica, si se televisaran una docena de corridas como la citada, el vuelco que daría la fiesta de los toros sería letal, hasta el punto de que desaparecería para siempre esa maldita parodia de los toros que se lidian habitualmente, esencialmente, esos animales y esos diestros que han echado a la gente de las plazas y, para mayor escarnio, se quejan y, lo que es más grave, no reconocen el daño que le han hecho a la fiesta o, si acaso, todavía peor, se sienten orgullosos de sus falacias, mentiras y embustes.
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