Según un informe publicado hace un par de años por el Ministerio de Cultura, cabe convenir que quien ose a calificar de incultos, o peor, de asesinos, a los taurinos no sólo está mintiendo sino que además está perpetrando una injuria.
Cuando ‘inculto’ es una injuria
Célebre es la cita de Federico García Lorca en la que afirmaba que el toreo era la riqueza poética y vital mayor de España. “Los toros es la fiesta más culta que hay en el mundo”, dijo. Algo similar opinó Enrique Ponce en una conferencia organizada por el Club Taurino de Bilbao, donde defendió el toreo “como el arte que resume todas las artes”, repasando además la influencia que tiene la Tauromaquia en la cultura.
Por estas fechas se celebró, hace más de 70 años, el homenaje que los intelectuales más insignes de la época le rindieron a Manuel Rodríguez “Manolete” en el histórico restaurante Lhardy, evento al que asistieron también políticos, abogados, médicos, músicos y pintores, es decir, una representación completa de la intelectualidad de su tiempo.
No era la primera vez que la gente de la cultura y el arte mostraban su sincera adhesión al toreo. Quizá fue Juan Belmonte quien, a lo largo de la historia, más contribuyó a captar positivamente la atención de artistas e intelectuales. Sin lugar a dudas, fue mérito del torero trianero el acercamiento a los toros de la llamada Generación del 98. Sus componentes, con Valle Inclán al frente, le agasajaron en 1913 en El Retiro madrileño.
También se debió en gran parte a su influencia la total fidelidad de los integrantes de la Generación del 27. Por cierto que éstos debieron su denominación a la iniciativa del torero y periodista Ignacio Sánchez Mejías, auténtico mecenas de un acto que reunió a los eruditos del momento el 17 de diciembre de 1927 en el Ateneo de Sevilla para tributar un homenaje a Góngora.
Ahora la tauromaquia recibe continuos ataques y muchos de los insultos que los antis proclaman van enfocados a despreciar la valía cultural de la tauromaquia tratando a los aficionados de bárbaros incultos. Sin embargo, acabo de releer un informe publicado hace un par de años por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte que señala que los españoles con mayor número de inquietudes culturales son los aficionados a los toros. Según los datos que aporta la estadística, los taurinos que acuden al teatro, ópera, zarzuela, danza, ballet y musicales superan en un 14’2% al resto de la población, en un 10’4% a los que visitan museos, exposiciones y galerías de arte, en un 4’8% a quienes frecuentan bibliotecas, en un 4’7% a los espectadores del cine y, además, leen casi un 4% más que la media de la población española.
Siendo que se trata de datos asépticos alejados de cualquier tipo de parcialidad o favoritismo, y teniendo en cuenta que ahora no estamos hablando del apego que sintieron los eruditos y artistas de las Generaciones del 98 y 27, sería lógico convenir que cada vez que alguien llama analfabeto, ignorante o inculto a un taurino no sólo está mintiendo sino que además está perpetrando una injuria, un delito tipificado en el código penal, algo todavía más grave y denunciable cuando de “asesinos” se tilda a los aficionados a los toros.
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