Al final, si ponemos a prueba la memoria, el recuerdo sólo rescata el rabioso sabor clásico de Juan Ortega, un torero que está consolidando su presencia en las ferias a la vez que refuerza y crece en capacidad delante de los toros. Es que da gusto ver torear al diestro sevillano, seguramente el de trazo más elegante de todos los que pueblan el escalafón taurino.
Juan Ortega: algo para recordar
El clasicismo del diestro sevillano dejó huella en una interminable y matizable función taurina en la que El Juli y Roca Rey puntuaron en la estadística.
Álvaro R. del Moral
El Correo / Jerez de la Frontera, 24 Julio 2021
La gente había respondido al primer pase de este demorado serial taurino de Jerez que experimentaba unas fechas llenas de riesgos. Parece que las ganas de toros, por más que esta maldita pandemia se resista a pedir la cuenta, permanecen intactas con o sin el poderoso telón de fondo que debería haber prestado la deslumbrante Feria del Caballo, que lleva dos años sin celebrarse. Para la ocasión se había elegido un encierro de Jandilla que lidiaba en Jerez de la Frontera por primera vez desde el fallecimiento del recordado criador Borja Domecq Solís, una de las primeras víctimas reconocibles del covid.
El encierro, justito de presencia, tuvo un fondo común de manejabilidad pero le faltó alma y remate en líneas generales aunque debería haber propiciado un espectáculo más completo en función de la terna que tenía delante. Al final, si ponemos a prueba la memoria, el recuerdo sólo rescata el rabioso sabor clásico de Juan Ortega, un torero que está consolidando su presencia en las ferias a la vez que refuerza y crece en capacidad delante de los toros. Es que da gusto ver torear al diestro sevillano, seguramente el de trazo más elegante de todos los que pueblan el escalafón taurino.
Ortega había reventado al segundo de la tarde con un maravilloso mazo de verónicas de templado arrebato en las que mezcló pasión y contención. Fue un animal de matizada nobleza, de más a menos, que le permitió construir una faena de excelente dibujo que inició por bajo con muletazos de infrecuente cadencia. La compostura natural de Juan Ortega, ésa es la verdad, fue un auténtico bálsamo en medio de una tarde en la que sobraron otros brochazos gruesos. La faena no encontró el mismo hilo por el lado izquierdo aunque algunos muletazos fueron auténticas esculturas. A la vez que declinaba el toro también lo hizo el ritmo del trasteo. ¿Falto un punto de redondez? Puede ser. Pero la labor de Ortega enseñó la puerta de ese toreo clásico e inmortal que ahora se vive como un descubrimiento.
La faena del quinto bis no tuvo el mismo argumento. Tampoco prestó demasiadas facilidades ese animal, soso y sin entrega, con el que Ortega se empleó en un trasteo largo, larguísimo, plagado de detalles de buen gusto que no dejaban de ser lágrimas en una lluvia de mediocridad. El público supo esperar y apreciar el fondo de esa obra rematada con un espadazo bajo que iba a poner la segunda oreja en manos del sevillano, que sigue elevando su crédito.
A partir de ahí... ¿Qué les podemos contar? Ya hemos dicho que el recuerdo es selectivo y no deja demasiados retazos de la basta y estropajosa faena de El Juli al primero de la tarde. Fue un trasteo de mejor inicio que final, esforzado, un punto espeso y de ritmo declinante que remató de una estocada caída y trasera de efectos fulminantes. El joven maestro mejoró la compostura y puesta en escena con el cuarto, otro toro escurrido y falto de remate, al que cuajó un extenso trasteo, no siempre intenso, que supo administrar bien el escaso fondo del toro. La contundencia del acero validó el trofeo. Al Juli se le nota pasado de todo, ésa es la verdad.
Cerraba el cartel la primera figura del momento: el diestro peruano Andrés Roca Rey que, ésa es la verdad, no tuvo su mejor tarde en Jerez. El ídolo limeño parecía haber traído ambas faenas coreografiadas desde el hotel y no se entendió –para nada- con el tercero que a pesar de su corta duración fue el mejor del envío de Jandilla. Fueron veinte arrancadas para poner a hervir la olla haciendo bueno el axioma antoñetista: pronto y en la mano. Todo fue de más a menos y lo que debería haber sido un triunfo incontestable acabó convertido en un inquietante silencio. Roca iba a redoblar su artillería con el basto y manso sexto, al que encajó una faena apresura, de mil muletazos amontonados y mecánicos que, ésa es la verdad, remató de una excelente estocada.
CODA: Una corrida de toros no puede durar casi tres horas. Los minutos se van acumulando en una exasperante sucesión de tiempos muertos desde el mismo inicio del festejo. Tardan en salir los alguaciles –que no eran tales sino unos propios vestidos de corto y con dificultades para manejar los caballos-, tardan en salir los toreros, los toros, los cambios de tercio... A esa deriva hay que sumar la consagración de himnos, minutos fúnebres y toda esa parafernalia de los festejos pos covid. La falta de dinamismo del espectáculo empieza a ser una auténtica losa.
Ficha del festejo
Ganado: Se lidiaron seis toros de Jandilla, incluyendo los sobreros que saltaron en primer y quinto lugar, desigualmente presentados y faltos de remate en líneas generales. A la corrida, de fondo manejable, le faltó romper por completo. Fue más completo el tercero aunque duró poco. El resto navegaron entre la nobleza y la sosería.
Matadores: Julián López ‘El Juli’, de siena y oro, ovación y oreja.
Juan Ortega, de pizarra y oro, oreja y oreja,
Roca Rey, de malva y oro, silencio tras aviso y oreja.
Incidencias: La plaza casi se llenó sobre el aforo permitido del 50%. Buena actuación global de los hombres a caballo. De los de plata destacó Andrés Revuelta pareando al quinto.
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