Creció en el rito iniciático de los Encierros de su Pamplona natal, donde La Parca espera en las talanqueras de la Estafeta, como un vendimiador ocioso con un vaso de clarete en la mano, rezando para que San Fermín se demore en un quite. Así le midió los pasos a la muerte cuando las balas rojas volaban, desde el Banquete de Platón al Así Habló Zaratustra de Nietzsche, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Complutense.
Sonaron los clarines y se izaron las banderas. El “Alea iacta est” de sus latines escolares se hizo pólvora y coraje en el Rubicón del Estrecho de Gibraltar, que el César Franco cruzó con sus legiones. Así pasó de la escaramuza urbana, en la que las balas derrapan en las aceras y matan en las esquinas, al frente abierto a banderas desplegadas, del zapato inglés a la bota militar, y de la chaqueta de tweed a la guerrera de Infantería. Se sacudió la pólvora de la emboscada callejera en el asalto de Infantería y en el blocao, en la tempestad de fuego y acero y en las trincheras. Combatió como un almogávar y escribió como un Garcilaso falangista. Era mi padre, mi maestro y mi camarada. Aquel 18 de Julio de 1936 tenía diecinueve años. Todos tenían diecinueve años. Y entre todos trenzaron el laurel de la Victoria para que España, su amor primero, primordial, esencial, no muriese en el andén del olvido donde descargaban odio y frío los trenes soviéticos con sus estibadores españoles.
Ochenta y cinco años después id y asomaos a los patios escolares, a los campus universitarios, a las juventudes de los partidos políticos y a los macrobotellones que jalonan las madrugadas con sus vomitonas compulsivas y sus carcajadas destempladas. Asomaos a vuestros balcones y decidme ¿cuántos almogávares de diecinueve años veis? NO IMPORTA, porque si “España está perdida, tú y yo vamos a morir por ella”. ¡Feliz 18 de Julio y CAFE para todos!
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