Por ejemplo, Hugo Sánchez Márquez. El mexicano disputó ciento once partidos de Liga con el Atleti y marcó 54 goles pero acabó fichando por el Real Madrid; de hecho, si a Hugo se le conoce y se le reconoce hoy en todo el mundo es porque fue el goleador del equipo blanco. Por ejemplo, Agüero, que jugó doscientos treinta y cuatro partidos con el Atleti pero se marchó muy mal y por la puerta de atrás y todos pensamos que era para cruzar al Madrid pero fue para irse al City y, ahora, después de tantos años, al Barcelona. Por ejemplo, Courtois, que jugó ciento cincuenta y cuatro partidos pero ahora es el portero titularísimo del Real Madrid. Todos, desde Hugo hasta el Kun pasando por Courtois, deberían estar en el santoral colchonero pero, y antes lo decía, como el fútbol es un deporte que tiene más que ver con las vísceras que con la estadística, en el inconsciente colectivo rojiblanco consideran a los tres como unos traidores a la causa rojiblanca, unos agentes dobles. Y, claro, sus placas del paseo de la fama del Metropolitano aparecían, aparecen y probablemente aparecerán en el futuro sucias, manchadas y denigradas por los vándalos. Las placas de Hugo, Agüero o Courtois son un altar elevado al mal gusto y a lo peor del fútbol, a lo más zafio y grosero del deporte y, en el fondo, demuestran que con ellos no hay vuelta atrás, que serán considerados siempre como unos desleales.
Otro futbolista acompaña a los tres jugadores anteriormente citados. Uno que llegó de la Real Sociedad sin hacer demasiado ruido, que de la mano del Cholo se convirtió en una estrella mundial, que llegó incluso a presumir en público de poder sentarse a la misma mesa que Cristiano y Messi y que, una vez convertido en estrella, se rió en su cara de la afición del Atlético de Madrid hasta unos límites insospechados, primero grabando un vídeo en el que anunció que se quedaba un año más y más tarde largándose abruptamente al Barcelona. No voy a recordar aquí lo que se dijo por aquel entonces de Antoine Griezmann, tampoco voy a rescatar la encuesta que hicieron el otro día en El Chiringuito sobre su posible regreso, sólo voy a remitirme a la foto de la placa que Griezmann tiene en el paseo de la fama del Metropolitano, orinada, escupida, manchada, casi, casi destruída y, aunque sea desagradable, defecada a veces. Pues bien, parece que habrá que limpiarla.
Habrá que limpiar la placa de Griezmann porque el entrenador más caro del mundo, que es al mismo tiempo el más sentimental y el más corajudo, ha decidido pasar por encima de los sentimientos de una afición, la rojiblanca, que ha demostrado una y otra vez y con creces que no quiere a Griezmann. Pese a que el delantero francés volvería con el rabo entre las piernas, habiendo perdido valor de mercado y después de fracasar oscurecido por Messi, la suya es una buena operación desde el punto de vista estrictamente deportivo porque Griezmann, que se choteó en su cara del Atlético, es pese a todo un gran jugador. Pero si, como se presume desde la acera rojiblanca, el Atleti, en oposición a otros clubes que carecen de ellos, es sobre todo y ante todo un sentimiento, Simeone se está ciscando en él de un modo bastante similar a como lo hacen ciudadanos anónimos cuando se orinan en la placa de Griezmann y salen corriendo. Y yo, qué queréis que os diga, no lo puedo entender porque, al menos en mi Madrid, eso no funciona así. Limpiarán la placa y cuando marque los diez primeros goles probablemente se habrá olvidado todo pero no se habrá respetado el deseo de una afición que, pese a que piense lo contrario y crea que manda mucho por Twitter, ya no cuenta para nada y es un doble cero a la izquierda. Griezmann volverá porque quiere el Cholo. Hoy el Atleti es él. A ver cómo se las ingenian ahora los perioatléticos para justificar lo que simplemente carece de justificación.
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