La lidia en Céret arranca con 'Els Segadors', la plaza se llena de 'senyeras' y la banda toca sardanas. Estamos en Cataluña... norte
Muchos vecinos de Céret, municipio francés del departamento de Pyrénées Orientales, tienen claras al menos dos cosas: se sienten profundamente catalanes y aman las corridas de toros. El pueblecito se acuesta en la montaña, a diez kilómetros de la frontera, apenas tiene 8.000 habitantes, vive de la cereza («la mejor de Francia», proclama su Oficina de Turismo) y muestra con orgullo su propio capítulo en la historia del arte. No se trata de la habitual hipérbole localista: en 1911, caminando por las calles de Céret, Pablo Picasso y George Braque decidieron inventar el cubismo y cambiar el rumbo entero de la pintura universal.
Los areneros de la plaza de Céret con sus barretinas
Además de hermosos cerezos, plazas coquetas y bosques apretados, en Céret hay un museo de arte contemporáneo y una vieja plaza de toros. Quienes crean que la lidia es una cosa racial de mantilla, peineta y pasodoble y que, por lo tanto, se aviene mal con la tradición cultural catalana, tal vez deban asistir a una corrida en Céret. Los areneros desfilan vestidos de payeses y tocados con la barretina, los festejos taurinos empiezan al ritmo de 'Els Segadors' y las 'senyeras' ocupan toda la plaza: desde el palco de la presidencia hasta las banderillas que se clavan en el lomo del toro. Es cierto que la agrupación 'Cobla Mil.lenaria', de Perpignan, encargada de la ambientación musical, hace concesiones al repertorio tradicional y alguna vez se permite el 'España Cañí', y siempre, antes del último toro, ataca los compases de 'La Santa Espina', acaso la sardana más popular. Por si al visitante le queda alguna duda, una pancarta colocada en lo alto del coso grita a los cuatro vientos: 'Catalans i aficionados'. Desde 1988, la plaza está gestionada por ADAC (Association Des Aficionados Cérétans), una agrupación de treinta ciudadanos de la localidad pirenaica que se definen, «catalanistas y pro-corrida».
La fascinación de Francia por los toros es antigua, como en todo el arco Mediterráneo. El Ayuntamiento de Céret reconoce que la primera corrida documentada en el municipio pirenaico tuvo lugar en 1577, todavía bajo dominación española. Algunas fuentes aluden a la influencia de la emperatriz andaluza Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III, como principal responsable del reverdecimiento de la pasión taurina en el mediodía francés. Sea como fuere, los toros están permitidos en las cuatro regiones meridionales y prohibidos en las dieciocho restantes: «Aquí, tanto los vascos como los gascones, los provenzales o los catalanes los hemos hecho nuestros desde hace ya mucho tiempo», explica André Viard. Para defender su derecho a la «excepción cultural» y marcar territorio, las ciudades de Francia en las que se organizan espectáculos taurinos decidieron hace ya 40 años unirse en una asociación.
Los habitantes de esta villa, como sucede en gran parte de la cuenca del Mediterráneo, siempre se han sentido atraídos por el juego con el toro. «La tradición taurina de Céret se remonta al siglo XVI, según un antiguo documento en el que se habla de encierros. La afición al toro, en general, viene de lejos en este municipio».
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