Empecé a dejar la izquierda por afecto a la veracidad de los hechos. El periodismo de investigación, muy especialmente, me condujo a la evidencia de que la gran verdad socialista era y es una gran mentira. La fe de sus millones de carboneros era manipulada por unos dirigentes con escasos escrúpulos morales, una crueldad interna pavorosa y una indiferencia ante el derecho de los adversarios que llegaba a la aniquilación física. De los comunistas, ni hablemos porque eran y son, en realidad, su modelo.
A los 45 años, por afecto a España decidí apoyar al PP de Javier Arenas y José María Aznar cuando muy pocos lo hicieron. Creí entonces, otra vez equivocadamente, que esa otra nación abierta, liberal, decente y centrada en el desarrollo de la Constitución democrática de la reconciliación, podría reconducir a esta desgraciada patria a su florecimiento compartido y tolerante. Vino 2004 y su terrible 11-M y comprendí hasta dónde podía llegar un PSOE en manos de fanáticos amorales y tomé nota de que el PP de Rajoy, con sus mentiras, corruptelas sorprendentes y miserias morales, era ya un partido discapacitado en manos de una élite sin pasión ni compasión.
Pablo Casado revivió, de alguna manera, aunque ya sin afecto, las ansias de regeneración que quedaban en el centro derecha nacional, ya fraccionado por el nadismo moral y político de Rajoy, en Ciudadanos, los restos del PP y Vox. La victoria de Casado, en unas primarias sucias como el lodo en el que los partidarios de Soraya Sáez de Santamaría, muchos de ellos ahora bajo el palio de Teodoro García Egea y su jefe, hicieron de todo para impedir su triunfo, me hizo esperar una señal de cordura.
Pareció haberla hasta que, en la moción de censura presentada por Vox contra Pedro Sánchez, Pablo Casado perpetró una fechoría inolvidable. Con la excusa de su indignación por lo de "derechita cobarde", atacó sin piedad ni respeto a un Santiago Abascal, ex del PP y su presunto amigo, eso creímos, que era una víctima del terrorismo, un ejemplo de entereza y un símbolo de la resistencia legítima frente a la confabulación de los asesinos, los rompepatrias y el socialcomunismo.
De hecho, unos amigos, ninguno de ellos relacionado con Vox, tuvimos que elaborar un Manifiesto en defensa del derecho de Vox a la existencia política para impedir su linchamiento en lo que nos va quedando de democracia. La izquierda, siempre más sagaz que las derechas, había comprendido que Vox era la palanca que podría elevar de nuevo al centro derecha al gobierno de España y la posibilidad de revertir el proyecto anti-España diseñado desde el gobierno Zapatero y perfeccionado por Pedro Sánchez. Por ello, Vox tenía que ser dinamitado.
Pablo Casado, que está donde está porque Vox sostiene al PP en Madrid, en Murcia y en Andalucía, entre otros gobiernos, y que sabe que jamás podrá gobernar España sin el concurso de Vox dada la ruina de Ciudadanos que él mismo atiza, acaba de cometer otra felonía que lo convierte en un estorbo incapaz de liderar un proyecto de la derecha española para detener la destrucción de la nación y del espíritu constitucional. Su consentimiento a la declaración de persona non grata de Santiago Abascal por una Asamblea de Ceuta a manos de la minoría de los socialistas y los viscosos y tenebrosos partidos proislámicos, es la gota que ha rebosado mi vaso.
El líder de Vox, el partido más votado de Ceuta en las pasadas elecciones generales, ha sido linchado políticamente con la complicidad de Pablo Casado y su equipo, sin el cual no puede explicarse que el degenerado grupo dirigente del PP de Ceuta, se abstuviese. Ni siquiera Inés Arrimada, como tampoco Cayetana Álvarez de Toledo, ni muchos otros que hablan en privado pero callan en público, pueden soportar la indecencia. Quítense el esparadrapo de la boca, coño, que es la hora.
Hasta aquí he llegado. Casado no puede seguir despeñando la alternativa del centro derecha español hacia ese barranco sin esperanza de una España desguazada y desmoralizada. Sólo espero que Vox, que tiene el derecho y el deber de responder a la afrenta, distinga lo que Pablo Casado no es capaz de distinguir: que una cosa es su casta cobarde, marrullera y ruin al mando del PP y otra cosa es España, que es de lo que se trata. Insultar a Vox y luego chantajearlo pidiendo su voto para que la izquierda no gobierne, es asqueroso y miserable.
Casado no debe ser presidente del gobierno. No tiene derecho. Con mi voto, no lo será y afecto no me queda.
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