Así, de forma elegante, hasta el trianero dijo lo que su corazón le demandaba puesto que, de igual manera decía que la corrida oliventina le faltó casta y emoción; una chispita, decía él para disimular. No le gustó la corrida de los “cuvillitos” al maestro de Triana y le asistía toda la razón. Claro que, mientras el día 4 en Madrid el maestro se deshacía en elogios hacia los toros, en Olivenza tuvo que tragar sapos envenenados al comprobar que, como él dijera, era la antítesis de un festejo comparado con el otro.
Las crónicas oficialistas hablan de una tarde memorable que, para sus protagonistas, quizás lo fuera pero, para los aficionados, el fraude no pudo ser mayor. Toros sin alma, sin casta, sin fuerzas, sin aparente peligro y, como seña de identidad, el segundo de Morante se le murió antes de que tomara la espada. Allí se dejó caer el animalito pidiendo la muerte a gritos. Lo tuvieron que levantar para que acabara con su vida Morante y, el éxito estaba sellado.
Antonio Ferrera en esta ocasión si montó su escenografía ante aquellos animalitos moribundos y se llevó un puñado de orejas. Morante se puso artista como nunca, el problema era que no tenía enemigo pero, a su manera, él se justificó sin el menor esfuerzo. Hasta ese chico, Ginés Marín, que cada vez que torea parece que va de entierro, cortó una oreja en su primero y de haber acertado con la espada en su segundo, nuevo triunfo. Como digo, hemos leído que se trató de una corrida triunfal que, aparentemente si lo fue pero, ¿a esa bazofia le llaman triunfo? Claro que, en esta ocasión, Olivenza les dio la espalda a los defraudadores porque, apenas dos mil personas presenciaron en directo aquel espectáculo infame.
Por supuesto que todos nos acordábamos de Madrid unos días antes en que, por obra y gracia de Victoriano del Rio, mira tú por donde, salió el toro con todo su esplendor; con pitones, con trapío, con casta, bravura y todo lo que debe de tener un toro bravo. La antítesis, insisto, dijo el maestro. Yo diría más, era otro mundo lo de Madrid que, compararlo con la parodia de Olivenza resulta poco más que un pecado mortal. O sea que, los mismos informadores tenían que envainársela porque, ¿cómo se equiparaba lo de Madrid con lo de Olivenza? Ahí tuvieron que hacer circo porque, justificar lo de Olivenza comparado con lo que ocurrió en Las Ventas, el drama estaba servido.
El problema, amigos, no es que el toro sea grande o chico; es más, todos sabemos que no puede ser lo mismo el toro de Madrid que el de las demás plazas del mundo y más si son de segunda o tercera, como pueda ser la plaza extremeña. La cuestión radica en lo que llevan dentro que, nada que ver con los kilos y mucho menos con el tamaño.
La prueba la tuvimos el mismo día de Olivenza en que, en Villaseca de la Sagra se lidió una novillada sin picadores que llevó por la calle de la amargura a los novilleros incipientes y, eran erales. Por supuesto que no eran de la casa Domecq y afines, eran “toros” encastados que, insisto, les hicieron pasar toda la quinina del mundo a sus lidiadores.
Si hablamos de toros, el pasado domingo pudimos ver en Atarfe la novillada de la final del ciclo que se organizaba en Andalucía y, los novillos lidiados, de Torrestrella, Ana Romero y El Torero, pusieron a prueba a dos valientes novilleros como Jorge Martínez y Manuel Perera que, en dicho festejo, expusieron su vida al más puro estilo de antaño. Los animales tenían casta, la misma que hizo pensar a los chavales que, en dicha comparecencia ya pudieron palpar que, ser torero, si se tiene un todo delante es muy difícil, pero ya llegarán a figuras y mataran los burros desmochados.
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