Se había devuelto el segundo toro de Morante perteneciente a la ganadería titular, Torrestrella, por blando, fofo y sin el menor atisbo de toro bravo. Al pensar lo que ha sido esta ganadería y en lo que ha quedado, le entran a uno ganas de llorar. Lo tiene crudo don Álvaro Domecq puesto que, sus toros no los querrán ni los aprendices en el toreo.
Y el milagro del que yo hablaba no era otro que la sustitución del toro titular por uno de Garcigrande que, nos equivocó a todos, al primero a Morante que no daba un duro por el animal, hasta el punto de que desvinculó de la lidia en los primeros tercios. Otra vez creíamos que estábamos tocando fondo y que Morante se marchaba de su plaza como había venido, salvo la orejita de la tarde anterior que no supo a nada.
Pero amigo, una vez cumplimentados los primeros tercios cogió Morante la muleta con el ánimo de quitárselo de en medio, como hizo en su primero pero, allí estaba el animal para darnos la mayor sorpresa que pudiéramos imaginar. En el primer muletazo ya mostró una codicia que ni el propio diestro se lo creía. A partir de aquel instante, la faena se desarrolló bajo los parámetros del arte más sublime porque, al parecer, como si de un milagro se tratare, el toro que tenía una embestida encastada pidió un torero y, a fe que lo encontró, era Morante. Esta faena, con un toro de idéntica ganadería, me recordó al Morante que estuve cumbre el pasado año en Madrid; en esta ocasión yo diría que se superó a sí mismo. Faena de lujo, empaque, tronío, belleza, emotividad porque al margen de la belleza que estábamos contemplando, la casta del toro era el componente necesario para que vibrar la plaza en plenitud, algo que sucedió por completo.
Lo que ocurriera en Sevilla en esta ocasión es lo que pedimos y añoramos cada tarde a sabiendas de que resulta casi imposible porque las figuras prefieren el toro amuermado y sin fuerzas; igual Morante ni pensaba que podía tocarle ese toro y, con toda seguridad, que le ofrecería la gloria que le ofreció, pero la gran verdad es que ha borrado a todo el escalafón. Teníamos un gran toro y un gran torero que, sin lugar a dudas, es el artista más grande que se pasea por esas plazas en el mundo.
Quiera Dios que Morante repita otra faena como la descrita, la que tuvo lugar en Sevilla pero, ahora la esperamos en Madrid, será la prueba de que el toreo puede seguir siendo posible, el de verdad, el auténtico, el que jamás morirá.
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