Se quedan a un lado los capotes de paseo y aparece el marsellés, esa prenda de abrigo que cobija a los toreros de las inclemencias del invierno, del frío, de la lluvia también. Y tiene esa prenda algo especial, se usa para que el alma y el corazón del torero no se queden fríos antes de sacar hacia afuera el calor del toreo que lleva dentro. Con el frío es más difícil de mostrar.
Si el traje de luces esconde las vibraciones del diestro, vestirse de corto es poder expresarse mucho más largo sin la responsabilidad de la tarde; es decir, sentirse más como torero, con menos obligación para con la empresa y los contratos. Libre de las luces se encienden solamente los sentidos, nada más y nada menos.
Como aficionado es posible disfrutar más y mejor que en esas tardes donde el compromiso y la necesidad del triunfo anula muchas cualidades, adulterando o adocenando cuanto ha de hacerse ante el toro. Quizá no les pase a los más privilegiados como toreros, los más puros, pero sí a la gran mayoría. Las orejas no son el principal objetivo, lo es el dar rienda suelta a la naturalidad y el sentimiento.
Eso no lo van a desaprovechar los buenos aficionados, como tampoco la ocasión de llevar a sus clubs, ateneos y peñas taurinas, durante el paréntesis de la temporada, a los toreros, de quienes también se puede disfrutar cuando están de paisano.
Es curioso, pero si es cierto que se torea como se es, también de paisano se habla y se está como se es, no es lo mismo entrevistar y escuchar a unos que a otros. Hay algunos que se llevan a la tertulia los mismos modales y artificio que cuando están en la cara del toro durante las ferias. A esos se los ve venir y los aficionados suelen refugiarse en los mismos que en los ruedos suelen pellizcarles. Como pasa en las plazas, podrán llevar más gente, pero menos aficionados de ‘hueso colorado’ que dirían en América.
Como muestra de lo que dejo escrito, el pasado sábado en Chinchón, en el centenario del festival más reconocido, hubo bastantes aficionados en espera de que los actuantes mostraran su toreo, su torería, y eso encontraron, pero también un público frío con la ortodoxia y la pureza de esos diestros, quizá hubieran expresado su contento si éstos se hubieran puesto de rodillas o colocado banderillas. Esa alegría llegó con la actuación de los novilleros locales, a esos sí los jalearon. Hubo ‘gente pa tó’.
Como decía, además de los festivales, el refugio estará en esos encuentros con toreros y ganaderos en tertulias y charlas que proliferarán por toda la geografía. El caso es mantener viva la afición y las tradiciones que ocupan el invierno.
Fotos: J.L.B.
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