El mejor argumento para promocionar la Fiesta son plazas llenas un día sí y otro también. Que de los cinco millones de entradas vendidas al año se pase pronto a los diez, y luego a los quince. Y para ello sólo existe un ingrediente: la emoción.
- Tras el paso del coronavirus será necesario reinventarse, renovar sin perder la esencia, ganar casta y capacidad de sorpresa.
Sin propósito de enmienda
Carlos Bueno
Avance taurino / Mayo 2020
El mejor argumento para que la tauromaquia perdure son plazas llenas un día sí y otro también. Y para ello sólo existe un ingrediente: la emoción. Tras el paso del coronavirus será necesario reinventarse, renovar sin perder la esencia, ganar casta y capacidad de sorpresa. Si eso se consigue no habrá vicepresidente que pueda con los toros. Pero si no se logra, no harán falta antitaurinos para que todo quede en un vestigio del pasado.
Cuando yo era pequeño los martillos eran todos prácticamente iguales. Un mango de madera y una cabeza de hierro. Cambiaban los tamaños y poco más. Ahora los hay de diversos materiales y de formas variopintas, con mangos ergonómicos y con cabezas de mil diseños según la especialidad para la que vayan a utilizarse. Con ello se ganó funcionalidad.
Cuando yo era pequeño el mítico tenista Bjorn Borg jugaba con una raqueta de madera y cuerdas de tripas de cerdo. Con el tiempo se fabricaron las de acero, aluminio, fibra de vidrio, carbono, kevlar… encordadas con materiales sintéticos. Con ello se ganó ligereza y potencia.
La evolución de los martillos y de las raquetas es paralela a la de cualquier objeto, utensilio o artilugio que uno pueda pensar. Tornillos, bicis, materiales de construcción, vidrios, teléfonos, bolígrafos, juguetes… todo se ha ido transformando según las necesidades y demanda de la sociedad.
También ha mejorado la sonoridad y la comodidad de los teatros. Sus decorados son ahora más dinámicos, vistosos y sorprendentes. Ha cambiado la forma de ver el cine, y hasta los circos han ganado en confortabilidad, diversidad y espectacularidad. El común denominador de todos estos avances y perfeccionamientos ha sido escuchar la voluntad de los consumidores y ajustarse a sus reivindicaciones. Los fabricantes de martillos diseñaron lo que les pedían sus usuarios, y los de raquetas, y los de bicis, y los de juguetes, y los del teatro…
Cuando yo era pequeño la tauromaquia se desarrollaba de la misma forma que ahora, igual que en la época de mi abuelo y de mi tatarabuelo. Desde la introducción del peto, el cambio más significativo en la historia del toreo, todo sigue igual. Se trata de un espectáculo inalterable que se resiste a modernizarse por pura comodidad de quienes manejan sus hilos. No se atiende al cliente. No se consulta a los espectadores, y poco a poco el número de adeptos va bajando sin freno que lo evite.
El Cordobés paralizaba España cada vez que se retransmitían sus corridas. La gente que no tenía televisión se agolpaba en los escaparates de las tiendas de electrodomésticos para ver sus actuaciones. La salud y fuerza de la Fiesta era tal que cualquier alegato antitaurino pasaba inadvertido. Pero la atracción de los toros ha bajado enteros en las últimas décadas, las televisiones públicas los han ido abandonando y los ataques antis se han reproducido cada vez con mayor virulencia.
Ahora mismo las solicitudes de prestación formalizadas por profesionales taurinos están siendo sistemáticamente desestimadas por el Servicio Público de Empleo Estatal, los ganaderos de bravo han sido excluidos de las ayudas que diferentes consejerías darán a sus colegas, y hasta el vicepresidente del Gobierno de la Nación se atreve a cuestionar con total impunidad si la tauromaquia es o no cultura. No se puede fastidiar más al sector.
Sin embargo los profesionales siguen tan inamovibles como cuando yo era pequeño y como cuando lo era mi tatarabuelo, y se continúa sin escuchar al aficionado, al consumidor, al garante de futuro. De él se espera que se manifieste en favor de los toros, que salve la delicada situación, pero que no exija nada a cambio. No hay propósito de enmienda. Y así no habrá base que sustente la pervivencia del toreo. El mejor argumento para promocionar la Fiesta son plazas llenas un día sí y otro también. Que de los cinco millones de entradas vendidas al año se pase pronto a los diez, y luego a los quince. Y para ello sólo existe un ingrediente: la emoción.
Será necesario reinventarse, renovar sin perder la esencia, ganar casta y capacidad de sorpresa. Si eso se consigue no habrá vicepresidente que pueda con los toros. Pero si no se logra, no harán falta antitaurinos para que todo quede en un vestigio del pasado.
Hay políticos que intentan valerse de la crisis del coronavirus para acabar con la tauromaquia. Los profesionales deberían aprovecharla para atender las demandas de quienes sustentan el espectáculo, readaptarse a la situación y salir fortalecidos. Ahora es el momento.
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