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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

sábado, 30 de mayo de 2020

Macarena: lágrimas negras... / por Álvaro R. del Moral

Juan Manuel Rodríguez Ojeda cubrió a la Virgen de la Esperanza de gasas de luto el 31 de mayo de 1920 en el fastuoso funeral celebrado en San Gil por el alma de Joselito.

Macarena: lágrimas negras...

ÁLVARO R. DEL MORAL
El Correo /Sevilla, 30 Mayo 2020 
Joselito había alcanzado al fin la paz en el nicho provisional en el que fue depositado en el anochecer del 19 de mayo de 1920. Al día siguiente se celebraron los fastuosos funerales catedralicios. Pero la Hermandad de la Macarena seguía teniendo una deuda pendiente con su hermano y benefactor –motor de la impresionante revolución estética que se opera en manos de Juan Manuel Rodríguez Ojeda- que había caído, precisamente, detentando el oficio de consiliario de la junta de gobierno de la corporación de la Madrugada.

Fue en ese clima de turbación, precisamente, en el que se gestó la famosa cuestación popular para sufragar la célebre pluma de oro de Muñoz y Pabón, erigido en vehemente defensor del torero desde las páginas de El Correo de Andalucía después de la polémica surgida por la alcurnia de los funerales dedicados por el Cabildo. Sin solución de continuidad la hermandad de la Macarena iba a preparar las honras fúnebres en el altar mayor de la parroquia de San Gil, trasladando a la mismísima Virgen de la Esperanza desde su capilla. El acta del cabildo de oficiales justificaba la máxima importancia de ese funeral “en atención a las circunstancias que concurrían en el finado de prestar desinteresadamente su valioso concurso en pro del engrandecimiento de esta Hermandad”. La fecha, finalmente, se fijó para el 31 de mayo

Llegados a este punto hay que volver a evocar el triángulo creativo y revolucionario en el que operaron tres hombres irrepetibles: José, Pabón y Juan Manuel, que gravitaron en todas las órbitas del tsunami creativo que convirtió la antigua cofradía castiza de la puerta de la Macarena en madre y maestra de la Semana Santa popular del futuro. El canónigo ya había rehabilitado la figura de Gallito, discutido por algunas fuerzas vivas de la ciudad después de recibir honras de infante en la catedral: “Joselito contribuyó como un Príncipe a todo lo noble, a todo lo grande, a todo lo santo que se proyectó en Sevilla...” Ahora le tocaba mover ficha a Rodríguez Ojeda...
Rodríguez Ojeda levantó este impresionante túmulo
 delante del altar mayor de San Gil.

Un impresionante túmulo

El investigador e historiador José León recoge un curioso dato que merece ser subrayado: Juan Manuel, que estaba a punto de ser elevado a teniente de hermano mayor de la Macarena, se había marchado al Rocío después de la muerte de Joselito. No está de más recordar también la implicación del torero –y del propio Ojeda- en la devoción rociera bajo el pastoreo –cómo no- de Muñoz y Pabón. El canónigo de Hinojos contó con ellos en el vertiginoso y decidido proceso que desembocó en la coronación canónica de la Reina de las Marismas, poco menos de un año antes del trágico final de Joselito en Talavera de la Reina.

El Lunes de Pentecostés de aquel año cayó en un 24 de mayo y el miércoles 26, entre las carretas de Triana, desembarcó de nuevo en la ciudad el genial bordador que debió pasar los cuatro días siguientes localizando y recopilando un amplio catálogo de piezas bordadas y enseres que le iban a servir para levantar una tremenda maquinaria funeraria. Pero Rodríguez Ojeda iba a ir mucho más allá. En su imaginación, seguramente, ya había ideado una de las más inconfundibles –también la más breve- iconografías de la Virgen de la Esperanza.

El genial bordador cubrió de gasas negras a la Virgen de la Esperanza
 y la situó en el altar mayor de la parroquia de San Gil

La Esperanza de luto

Juan Manuel, decidido a sublimar la importancia del gran torero y la amistad de su amigo José, no dudó en vestir a la Esperanza de riguroso luto. Esa imagen pertenece a la memoria de aquel tiempo irrepetible aunque el paso de los años y hasta ciertas leyendas domésticas le habían dado un aire casi onírico. Pero aquello no fue un sueño aunque sí un hecho irrepetible del que ahora se cumple un siglo exacto. El creador macareno echó el resto, levantando un fabuloso túmulo en la nave central de San Gil que casi tocaba el techo. Entre bordados, cornucopias, blandones, candelabros y hasta los faldones del palio de la Esperanza, la tremenda maquinaria fúnebre estaba rematada por un palio de tumbilla que protegía el simbólico féretro, cubierto por un paño fúnebre y acompañado de la vara de consiliario de Joselito.

Pero más allá de aquel montaje que evocaba las efímeras arquitecturas barrocas, Rodríguez Ojeda iba a crear una de las estampas más originales e inconfundibles de la Esperanza Macarena, a la que situó en un altar provisional, bajo un dosel negro plantado en el presbiterio de San Gil. La Virgen aparecía recubierta de gasas y velos negros que transparentaban los bordados de la saya y el manto y la blonda blanca de su toca. No podía ser de otra forma: la Macarena tocaba su cabeza con la fastuosa corona de la joyería Reyes que había soñado Muñoz y Pabón; diseñado Juan Manuel y financiado José con el producto de una novillada veraniega celebrada en la plaza de la Maestranza en 1912. Un pañuelo de encaje –la letrilla popular decía que la Macarena había llorado lágrimas de verdad a la muerte de Joselito- ponía en contrapunto blanco al llanto demoledor –esas lágrimas negras- por el rey de los toreros.

La crónica de El Correo de Andalucía vuelve a servir de hilo de aquella histórica jornada: “...a las diez se entonó la vigilia, por una nutrida capilla de voces, con acompañamiento de orquesta, y seguidamente se cantó la solemne misa de Réquiem del maestro Calahorra, oficiando el predicador de la ciudad, D. José Sebastián y Bandarán. Terminada la misa se cantaron solemnes responsos. El duelo fue presidido por el Canónigo Lectoral, D. Juan Francisco Muñoz y Pabón...”

Aunque existen otras leyendas y tradiciones familiares al respecto, León ha documentado minuciosamente la autoría de la famosa fotografía de la Virgen enlutada. Fue realizada por Ángel Montes y seguramente retocada por Castellano en el célebre estudio que compartían en la calle Feria. Pero la imagen sería retomada por Juan José Serrano para ilustrar la revista ‘Mundo Gráfico’ hasta convertirse en todo un icono de la época.

El mausoleo de Benlliure
José, como ya vimos, había sido sepultado de forma provisional en un nicho del cementerio de San Fernando pero los planes de la familia eran muy distintos. Es interesante destacar un dato rescatado por el profesor Andrés Amorós en el boletín ‘Esperanza Nuestra’ de la propia Hermandad. Ignacio Sánchez Mejías escribió el 25 de julio de 1920, dos meses después de la tragedia de Talavera, a José Luque Ibáñez, hermano mayor de la Macarena, para pedir un deseo que no podría ser atendido. “En nombre de los herederos del diestro fallecido y en el suyo propio, le ruega exponga al Cabildo General de la Hermandad el deseo de trasladar los restos mortales del infortunado torero del cementerio de San Fernando a la capilla de la Virgen de la Esperanza, en la parroquia de San Gil”.

Mariano Benlliure concibió toda una elegía funeraria fundida en bronce

Pero los acontecimientos acabarían dando un giro definitivo. Finalmente fue el propio Ignacio, erigido en cabeza de la familia Gómez Ortega, el que acabaría contactando con Mariano Benlliure para encargar el definitivo mausoleo. Los trabajos se formalizaron al año siguiente de la tragedia. El famoso escultor valenciano culminaría esa elegía en bronce y mármol en 1924 aunque pasarían dos años más antes de ser instalado sobre la cripta de Joselito, que había sido concedida a los hermanos Gómez Ortega por un acuerdo del ayuntamiento hispalense para permitir la construcción del panteón.

La obra magna de Mariano Benlliure fue expuesta en el Palacio de las Bellas Artes –también llamado de Arte Antiguo- de la inminente Exposición Iberoamericana antes de ser emplazada definitivamente en el cementerio en 1926. Benlliure empleó el bronce para el cortejo funerario reservando la blancura del mármol para retratar al coloso caído. El creador recurrió a algunas reminiscencias medievales para trazar ese coro de porteadores que, más allá de las influencias de otros grupos escultóricos como ‘Los burgueses de Calais’ de Rodin, funciona como un auténtico retrato coral que sigue a la inconfundible imagen de la Esperanza Macarena, tal y como la había ataviado Juan Manuel Rodríguez Ojeda el 31 de mayo de 1920. La figura es sostenida por una mujer joven que se ha señalado como María, la mujer del cantaor Curro el de la Jeroma.

El creador valenciano empleó el mármol para retratar
 a Joselito camino de la eternidad

Pero Benlliure, que muestra su faceta más costumbrista en el atavío del conjunto, recurre a otras licencias, como el retrato del famoso ganadero Eduardo Miura –que ya había fallecido cuando cayó Joselito- como portador del féretro del Rey de los toreros. El escultor valenciano también inmortalizó a Ignacio Sánchez Mejías sin saber que estaba anticipando su monumento funerario diez años largos. Ignacio murió después de la larga agonía que siguió a la horrenda cornada de Manzanares en agosto de 1934 y sería sepultado junto a su cuñado, bajo el ese tremendo mausoleo al que nunca le faltaron las flores de una damita de la clase que siempre guardó la ausencia de Joselito.

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