Sabido es que los reyes españoles, sobre todo los Habsburgo, han sido aficionados al espectáculo más nacional e incluso protagonistas del mismo. Lo que se ignora es que fueron durante siglos ganaderos de reses de lidia, poseyendo una de las vacadas más importantes de toda la historia, siendo las reses criadas en Aranjuez, según cuentan las crónicas, las de mayor encaste y bravura conocidas.
La historia de esta cabaña se remonta, aunque desconocemos con exactitud el año, al reinado de Carlos I. Su extinción data de febrero de 1766, reinando Carlos III. Es pues, una ganadería que cuenta en su haber más de doscientos años de historia.
¿Por qué eligieron los primeros Austrias los pastos de Aranjuez para que rumiase la vacada? Sobre todo, por tratarse, en aquel entonces, de un sitio ameno y deleitable sito en la ribera del Jarama. Ello daba un herbaje sabroso, ideal para la crianza del toro bravo. No es extraño que en lugar tan placentero, paraíso de la Tierra, despertara en los reyes el deseo de formar el Real Heredamiento de Aranjuez, siendo sus artífices tanto el Emperador Carlos V, quien lo incorporó a la corona en el año 1523, como su hijo el rey Prudente.
Decir toro “jarameño” equivalía a expresar la mayor fiereza. Jerónimo de la Huerta, en 1593, describe a aquellos renombrados toros de la manera que sigue:
“Son los toros del Jarama o de las riberas del Tajo, por la mayor parte negros o de color fusco o bermejo; tienen los cuernos cortos y delgados, acomodados para crueles heridas y para levantar cualquier cosa del suelo; la frente arremolinada; la cola, larga, hasta tocar en la tierra; el cuello corto; el cerviguillo, ancho y levantado; los lomos, fuertes; los pies, ligeros, tanto que alcanzan a la carrera a un ligero caballo…” En definitiva, y como expresaba el refrán: “toro del Jarama, guárdate cuando brama”.
El motivo de su creación no podemos sino buscarlo en la afición a los juegos de toros medievales, ya que disponer un capital saneado por esa práctica no comulga mucho con el gusto del rey flamenco. Por tanto, la ganadería brava nunca fue un negocio, sino un lujo solo al alcance de monarcas y nobles. Los toros de la real vacada, “con cintas señalados, verdes, blancas y bermejas” (encarnado y blanco como colores oficiales en el s. XVIII, la misma que tomaría Fernando VII posteriormente para la creación de la vacada homónima), no sólo se vendían para las corridas organizadas por los ayuntamientos, especialmente el de Madrid, también fueron utilizados en todo tiempo para las diversiones privadas de los monarcas. Ahora bien, ¿era esto rentable o se trataba de un mero capricho de los regentes? Podemos decir que las reses de la vacada fueron perdiendo prestigio y valor con el paso de los años. Así, en el año 1591 se vendían los toros del rey a 12.000 maravedís cada uno; en 1605, se vendieron al Ayuntamiento de Madrid cuatro toros por 54.000 maravedís; en 1647, cada toro valía unos 500 reales, subiendo tanto que en 1675 se dieron a 1.000 reales.
No obstante, con los Borbones la vacada tomaría un nuevo rumbo. Sabida es la animadversión de los ocupas franceses contra las corridas de toros, aún sin llegar a prohibirlos, es cierto que el número de festejos sufrió una drástica reducción, lo que supuso un duro revés para la tesorería de la real vacada. A finales del reinado de Felipe V su rentabilidad era más que dudosa. En vista de ello, trataron de convencer a Fernando VI de que aquello era negocio ruinoso, procediéndose a informarle para que tomara una resolución. El resultado fue un saldo negativo de más de 7.200 reales de vellón, y es en que en el lustro en que se llevó a cabo el estudio no se vendieron más que 68 toros.
En 1765, con Carlos III, comenzó el proceso de extinción de la torada, matando las vacas y capando los novillos. Tanto los empresarios de la plaza de toros de Aranjuez como los de la plaza de la Puerta de Alcalá de Madrid pujaban por quedarse con el resto de los toros de la real vacada para lidiarlos en sus plazas, correspondiendo la suerte a D. Bernardo Delgado, quien los adquirió para lidiarlos en Madrid y, a la postre, formar la famosa ganadería de Vicente José Vázquez, una de las primeras castas del campo bravo de España. No obstante, eso forma parte de otra historia…
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