Las gentuzas reseñadas, apenas son una gota de aceite en el océano, pero, son molestos y dañinos; digamos que estorban, enturbian la ilusión de los que acuden a los toros con fervor inusitado y, contemplar esa imagen de esos grupúsculos de desalmados nos hiere a cualquiera, yo lo he visto en repetidas ocasiones y, aunque como grupos no son nada relevantes, lo que trasmiten mediante las malditas redes sociales, odio y rencor, es ahí donde laceran nuestra imagen.
Recordemos que, los toros son un ente de paz y concordia entre los aficionados que, a lo sumo, si no les gusta el espectáculo silban y ahí muere todo. Ya quisiera el fútbol, en calidad de aficionados, parecerse a los taurinos; vamos, ni por asomo, pero, ahí nadie dice nada y, como sabemos, en las canchas de fútbol se han dado lugar atrocidades mayúsculas, amén de verbo que utilizan cuando gritan contra el árbitro. Un despropósito al más alto nivel, pero, eso está bien visto en la sociedad en que vivimos.
El problema, como tal, no es que los antis estén en contra de los toros; lo gravísimo del asunto es que están en contra de todo lo que huela bien para la sociedad en que vivimos, es la lección que les han enseñado y la representan con inusitado esmero. ¡Pobrecitos todos! Y me duele en el alma porque, una persona puede no gustarle los toros que, con toda seguridad, los habrá por miles, pero, como hacía mi padre, no era partidario de los toros pero disfrutaba viendo cómo yo gozaba con dicho espectáculo y, es más, hasta se asombraba porque no entendía de dónde había heredado yo esta bendita afición; nunca le importó y, lo que es mejor, siempre me respetó.
Y es ahí donde anida el problema, en la falta de respeto que nos tenemos como sociedad. Recordemos que, la fiesta de los toros data de hace varios siglos y, nunca nadie la cuestionó, pero, desde hace unos poquitos años hasta la fecha presente, ser aficionado a los toros, para tantos desaprensivos, es poco más que un acto criminal. Claro que, tampoco debemos de escandalizarnos tanto puesto que, jamás encontraremos un anti taurino haciendo obras de caridad emulando a la Madre Teresa o cualquier actividad social que tenga que ver con la coherencia y la bondad de las personas.
Es una lacra que nos ha caído encima para que, desdichadamente, no existe ningún antídoto para remediar dicho mal. Tenemos muchos antídotos en la medicina, pero, no existe el apropiado para curar a estos enfermos del alma que, desasistidos como tales en calidad de personas y de respeto hacia sus semejantes, no encuentran mejor ego que atentar contra los que no piensan como ellos. Se perdió el respeto en todos los órdenes, lo que viene a certificar que del ser humano podemos esperarlo todo. Fijémonos que, el hombre, como tal, siempre ha tenido respeto, yo diría que mucho miedo a ciertos animales que, dada su condición de irracionales es lógico que así ocurra.
Eso está clarísimo, pero, lo realmente gravísimo es que las personas, muchas de ellas, son mucho más dañinas que cualquier animal al que temamos y nos de miedo, entre ellos, ese apestoso que dice ser ministro llamado Urtasun que, ayer mismo se pronunció en el Senado contra la fiesta de los toros.
El tipo aberrante hablaba de la sensibilidad para con los animales que, por lo visto él la tiene toda, el problema es que él y sus correligionarios, el ser humano les importa una puta mierda y, lo que es más grave, cuidado con este tipo que tiene el poder en sus manos y, visto todo lo que han hecho respecto a Cataluña, estos desalmados de un plumazo pueden borrar para siempre una fiesta centenaria.
Es la sociedad que hemos forjado entre unos y otros; han cambiado los tiempos y, para colmo, hasta el mundo de la política ha enloquecido respecto a las personas y, cuando queremos aplicar la lógica en la materia que se nos antoje, sale el político de turno diciéndonos que estamos equivocados, todo para que seamos una manada de borregos al servicio de todos ellos. Y si desde las altas esferas del poder dicen que no a la fiesta de los toros. ¿A qué aspiramos, nosotros, pobres aficionados? Y ahí queda dicho el sentir de ese indeseable llamado Ernest Urtasun que, no cejará en su empeño hasta que vea eliminada la fiesta de los toros.
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