¿Un sillón para un académico?
Gran expectación en la
REAL ACADEMIA DE LA LENGUA ESPAÑOLA
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"Adolfada"
Definición del nuevo término acuñado.
"Los toreros tapan una Adolfada de Victorino"
ZABALA DE LA SERNA
ABC.-
MADRID. Publicado Domingo, 04-10-09
Victorino Martín no lidiaba un corrida coja en Madrid desde 1994. Mal augurio.
Los cinco victorinos que saltaron al ruedo compusieron una escalera impresentable para su currículo y categoría. Y para Las Ventas, claro.
Lo mismo en manos de su sobrino Adolfo lo hubiéramos tachado de adolfada.
Resumo definición del término acuñado y enraizado sonoramente con golfada:
«Dícese de la acción cometida por el afamado ganadero de reses bravas de Galapagar (Adolfo) de vender una corrida que no tiene».
Aplíqueselo Victorino. Porque lo de ayer era un saldo, una ruina de retales. Le quitaron uno como le podían haber rechazado en los corrales los dos primeros por chicos, terciados vistos con ojos generosos, y el quinto por feo y acaballado, emparentado genealógicamente con el tiro de mulas.
A cargo de los toreros corrió la responsabilidad de tapar el fiasco. Y en ello se emplearon todo lo que no lo hicieron sus enemigos. Y lo lograron con creces.
Diego Urdiales, José Luis Moreno y Sergio Aguilar, un acierto de combinación por actual, novedosa y futura, estuvieron mejor que bien.
Urdiales se quedó sin oreja porque el señor presidente contó los pañuelos como si le fuera la paga en ello. La vuelta al ruedo supo a trofeo.
Para plantar el culo en el palco presidencial de Madrid habría que exigir unos mínimos de sensibilidad, además de saberse el Reglamento y cronometrar las faenas para enviar avisos justo cuando se hunden las espadas.
Sensibilidad para entender que el riojano se había jugado la vida a cara de perro desde que paró genuflexo al victorino, todo y sólo cara, con sabor añejo. Se revolvió como un zorro rabioso en la muleta, y Diego Urdiales estuvo perfecto de colocación, técnica y reflejos. Y con un par.
Torero el macheteo final y el desplante. Agarró un pinchazo sin soltar —que los viejos revisteros computaban en positivo— y la estocada mortal.
Nada pudo extraer del equino con el hierro de la A coronada, un mulo. Vieja estampa de aliño por bajo.
José Luis Moreno desplegó empaque con dos toros con un denominador común: las sentadillas propias de sus hechuras desriñonadas.
Hay que volver a contar con Moreno, que conserva las formas que nos fascinaron antañazo pero maceradas en la barrica del tiempo. Qué naturales tan hondos y despaciosos le enjaretó al armado cuarto avanzada, quizá demasiado, la faena. Mató su lote con seguridad y por arriba.
Sergio Aguilar no lidió ninguno de Victorino, y se llevó un gayumbo sobrero de Julio de la Puerta y el remiendo de Carriquiri, un galán que fue, a la postre, el más notable aun sin final ni finales.
Aguilar le planteó una faena sobria que en los medios alcanzó cotas de gran pureza sobre la zocata. Pero el toro antes había empezado a aburrirse.
Lo alegró por bernadinas finales, lo pasaportó con rectitud y la gente se quedó un tanto indiferente.
También con el de Julio de la Puerta hubo momentos zurdos —ésa era la mano del toro— de categoría, sólo interrumpidos porque Aguilar en una tanda le invadió el espacio. Perdido el paso, cobró aire de nuevo la faena. No mató esta vez como merecía la cosa.
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