ADIÓS, JUANITO
José Antonio del Moral
Madrid.- 15 Octubre 2009
Escribo desolado al conocer la noticia de la muerte de Juan Posada, mi gran amigo durante tantos años juntos en la mayoría de las ferias en que ambos coincidimos y hermanamos.
Su alentadora compañía, sus constantes lecciones, su bondad intrínseca, su sencilla y señorial manera de ser no las olvidaré nunca. Le conocí cuando empezó a dedicarse a escribir y a hablar de toros como periodista taurino y, poco a poco, empezamos a intercambiar opiniones y a compartir infinidad de almuerzos y cenas en las que su conversación fue luminosa a la par que apasionada.
Bien es cierto que muchas veces no estuvimos de acuerdo y que discutimos aunque sin enfadarnos nunca. Pero con el tiempo, esas discusiones fueron desapareciendo y en la mayoría de las corridas que vimos juntos empezamos a coincidir casi totalmente en nuestras respectivas apreciaciones. El respeto y el cariño que nos tuvimos estuvieron por encima de todo.
Al principio de dedicarse a la crítica, Juan se mostró batallador como pocos lo hayan sido. Le echaba tantas ganas a su nueva misión, que a veces se pasaba y yo se lo decía.
Ansioso tras cursar la carrera de periodismo con un mérito incuestionable después de atravesar un largo desierto personal tras su retirada como matador de toros, obligado por la gravedad de la terrible cornada en el hígado que sufrió en Sevilla, Juan irrumpió en la para él nueva profesión abarcando todas las facetas de la información, tanto en la prensa diaria como en revistas especializadas, en la radio y en televisión.
En todos los periódicos y emisoras que trabajó dejó patente su conocimiento y su afán por ser fiel a sus principios y a todo lo que suponía para él La Fiesta y el toreo desde el concepto que había adquirido desde niño.
En defensa de todo ello y de su independencia de criterio, perdió lugares privilegiados y tuvo que pasar años sin tribuna aunque, de una manera u otra, siempre encontró ocasión de plasmar sus opiniones en las muchas colaboraciones que le fueron saliendo.
Finalmente, en La Razón, dictó las crónicas más sabrosas de su vida. Crónicas apresuradas por lo urgente de los cierres que iba componiendo durante las corridas hasta rematarlas mientras regresaba a casa o al hotel de turno.
Crónicas en las que no se equivocaba porque siempre las escribió desde el corazón torero que llevaba dentro sin darle tiempo para decir lo que no sentía, lo que en no pocas ocasiones le granjeó antipatías e incomprensiones de algunos compañeros, tanto entre los de la grey taurina como en la periodística.
No era Juan Posada de los que en la plaza decían una cosa y luego escribían lo contrario. Tal como te comentaba los avatares de la lidia en el tendido salía al día siguiente en los papeles. Yo le aconsejé que debía centrarse en su conocimiento práctico del toreo porque, de esa manera, sus crónicas serían referencia obligada para todos los que le leíamos diariamente.
Y así fue mientras estuvo en La Razón que, pienso, es en el medio que más a gusto estuvo.
Maestro integral, pues, del periodismo taurino durante una época en la que los nuevos críticos apenas conocían los porqués del toreo y su verdadera entraña. Pero es que, además, escribió muchos libros con gran éxito editorial en los que, más reposado y con más tiempo, su pluma voló a gran altura.
Siempre se quejaba de las prisas que le obligaban a dictar muy rápidamente lo que los taquígrafos plasmaban en las máquinas primero y, desde hace no mucho tiempo, en los ordenadores. Pero a él lo que le gustaba era meterse en casa y escribir tranquilamente. La enfermedad que empezó a molestarle el año pasado, le impidió completar varios trabajos en los que andaba metido.
Se puede decir que Juan Posada ha muerto al pie del cañón y en plena juventud pese a los muchos años que tenía. Vivía y hasta entrenaba todas las mañanas como si fuera un niño. No abusaba de nada, dormía temprano y vivía para darse a los demás. Especialmente a su segunda mujer, Margarita, y sus muchos hijos y nietos.
También con sus amigos más íntimos entre los que tuve la fortuna de encontrarme. Se desvivió ilusionado con su hijo menor, Antonio, que quiso y fue torero, a la postre sin suerte. Y últimamente con su nieto, Santiago Ambel, su mayor ilusión.
Descansa en paz, amigo del alma. Descansa porque te lo mereces después de una vida tan prolífica y creo que feliz pese a los muchos y graves avatares que la jalonaron. Aquí te vanos a recordar continuamente. Sobre todo yo, que esta temporada ya me he encontrado muy solo sin tu compañía mientras luchabas sin saberlo con la enfermedad que te ha llevado a la paz del Cielo.
Hasta siempre, Juanito.
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