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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

domingo, 4 de octubre de 2009

PAQUIRRI, MALTRATADO.... / J. ATº DEL MORAL




José Antonio del Moral

01.10.2009

Tanto se ha hablado los pasados días sobre lo que ocurrió en Pozoblanco hace 25 años ya, que hemos preferido esperar a que terminara el tumulto de evocaciones y, por desgracia, de cuanto también se ha dicho hasta la exasperación sobre lo que vino después de su trágica muerte para dejar testimonio de su grandeza profesional y humana.

Han ensuciado demasiado su ejemplar vida entrando en chismorreos sobre sus amores y desamores, buscando más en el morbo y el escándalo que en lo que fue Francisco Rivera como intachable profesional y como persona digna, bondadosa y siempre entregada a los suyos por los que, al fin y al cabo, dio la vida.

Como también por el toreo y por la Fiesta que recobró el prestigio que entonces quisieron negar lo tuviera gracias a su sacrificio.

Bien harían todos los toreros actuales en rendirle el homenaje que merece. Ellos son sus más favorecidos herederos.

La verdad fue que Paquirri llevaba ya dos temporadas sin el sitio ni la forma física que él necesitaba más que nadie para permanecer a pleno rendimiento. Si seguía toreando fue por la enorme cantidad de dinero que necesitaba cada año para que a todos los que vivían a su costa no les faltara nada. Digo esto porque el propio Paquirri me lo dijo así pocos meses antes de que ocurriera la terrible fatalidad.

Yo llevaba más de dos años aconsejándole que se retirara tal y como le advertí haría en cuando le viera flaquear. Su regularidad triunfal había terminado y los que le habíamos admirado tanto sufríamos mucho en la mayoría de las corridas que le vimos en la que iba a ser su última temporada. Él mismo ya había decidido poner fin a su carrera y hasta nos anunció que nos iba a llamar para verle matar el último toro de su vida en su finca Cantora en cuanto llegara la primavera siguiente.

Paquirri llevaba años padeciendo mucho interiormente por todo lo que le había ocurrido en su vida privada y, aunque siempre aparentó felicidad, en el fondo no disfrutaba del contento que exteriorizaba en público. Claro que, tampoco fue totalmente feliz como torero pese a los imparables éxitos que jalonaron sus mejores temporadas.

Se le hizo la guerra abiertamente desde las tribunas más leídas entonces. Una guerra feroz que tuvo su más duro exponente cuando decidió encerrarse solo con seis toros en la Corrida de la Beneficencia de Madrid en la temporada de 1980, pese a tener en contra al empresario de entonces, José Luís Martín Berrocal, que ese año se negó a cerrilmente a que toreara en San Isidro pese al contrato que, entre bromas y veras, ambos firmaron en pleno invierno sobre una servilleta en la finca Los Alburejos de don Álvaro Domecq que luego algunos hicieron desaparecer misteriosamente.

La canallada se consumó procurando por todos los medios posibles que el festejo no tuviera éxito en la taquilla y como, además, no hubo suerte con los toros, a Paquirri le afectó muchísimo el relativo fracaso porque no fue tal. Salvo en el tendido 5 de sol para el que no se vendió ninguna entrada por orden de la empresa, las demás localidades se llenaron por completo. Pero aquél hueco vacío que al día siguiente salió en los periódicos como fondo del solitario paseíllo de Paquirri, fue una puñalada para el torero.

Ninguno de los críticos que más le atacaron aquellos días viven ya. No se atrevieron a ir al entierro aunque luego tuvieron la desvergüenza de escribir lo contrario de lo que llevaban diciendo sobre el torero de Barbate.

También ahora, muchos de los que le negaron incluso mientras duró su plenitud profesional, reconocen su excepcional poderío con los toros y su incuestionable honestidad como hombre hecho a sí mismo desde la pobreza hasta la riqueza y la fama. Y es que Paquirri siempre fue un sacrificado de la vida, hasta en sus mejores tiempos.

Nunca halló el reconocimiento general de la crítica ni de la afición elitista. Todo lo contrario, no cesaron de mortificarle y despreciarle. Sobre todo cuando se encaramó a la cumbre del toreo de su tiempo reinando un lustro frente a todos sus rivales pese a lo mucho que le criticaron.

Pero de todo esto no han dicho nada los que estos días se han hartado de hablar de Paquirri. Sobre todo los que sin nunca le vieron torear y ni remotamente supieron quien fue como torero ni como persona. De ahí la pena y el asco que nos ha dado que en la mayoría de los programas mal llamados del corazón, el 25 aniversario de su muerte haya servido más para airear los trapos sucios de las mujeres que más cerca estuvieron de él que de su importante carrera profesional que solo han considerado como referencia para centrarse más en suposiciones sobre su vida privada.

Ocurrió lo mismo a poco de morir. Entonces empezaba a valer más lo privado que lo público. Las pocas revistas que entonces se valían de ello para vender más ejemplares, con Interviú a la cabeza, llegaron a rechazar el reportaje que nos encargaron sobre su figura. “Sí, esto que me traes es muy bonito, pero nosotros lo que queremos es el tomate”.

Me negué a escribir una sola línea sobre todo esto aunque reconozco que al estar muy cerca del torero podría haberme aprovechado para llevarme dinero a costa del honor de mi amigo muerto e incluso de se sus familias con las que también mantuve amistad y respeto.

Decidí por ello escribir un libro sobre la vida y la muerte de Paquirri sin entrar en temas personales en la esperanza que bastaría novelar su carrera profesional para que se vendiese y el titulado “Nacido para morir” resultó un best-seller mundial.

No hizo falta más que investigar, reconstruir y escribir con fiel conocimiento y apasionada sinceridad sobre los avatares estrictamente profesionales de Paquirri y creo que lo conseguimos incluso más allá de nuestras pretensiones iniciales.

Pero esto parece ya pasado de moda. Han acostumbrado a la gente a consumir pura carroña, entresijos que a saber si son verdad o no, maledicencias intolerables… Quizás lleven razón los que dijeron que Dios se lo llevó para evitarle más sufrimientos. Los que luego vimos le habrían destrozado si hubiera seguido viviendo. Descanse, pues, en la paz eterna que se ganó a pulso a lo largo de su corta aunque intensa vida.


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