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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

martes, 6 de agosto de 2013

EL VALOR / Antolín Castro


El valor ha de mostrarse con enemigo delante poniendo en valor lo que se le hace

"...Precisamente el mayor valor es cuando uno sabe que lo que hace se sustenta en la verdad, por eso adquiere mayor valor lo realizado, por saber que conlleva un ejercicio de honestidad para con uno y para con todos..."

EL VALOR

Antolín Castro
Son muchas las teorías sobre qué es el valor… y con los toreros en particular se han hecho diferentes definiciones. Hoy me voy a referir al valor que supone mirar de frente cualquier situación, incluida la de torear.

Precisamente el mayor valor es cuando uno sabe que lo que hace se sustenta en la verdad, por eso adquiere mayor valor lo realizado, por saber que conlleva un ejercicio de honestidad para con uno y para con todos.

Cuando la definición ética del valor (que representa su nivel de importancia) se corresponde con aquella otra que se define como coraje (virtud humana) es cuando la expresión adquiere el mayor grado de grandeza. Demostrar solo la segunda, que se da por descontado entre los toreros, pero carece del nivel de importancia ético lo que se hace, se está trufando, quizá decir mejor trucando, el auténtico valor. 

Desnudar de importancia, o no darle la necesaria, a las actuaciones, despojándolas de la autenticidad que hacen del toreo máxima expresión ante el toro en plenitud, es disminuir, hacer descender el conjunto de las verdades que deben sostener el enfrentamiento ante el animal.

Demasiadas comodidades lo impiden en el llamado circuito de las figuras, por lo que a quienes así lo hacen no se les puede decir que no tengan valor, pero sí, y de forma contundente, que tenga valor o mucho valor lo que hacen con animales lejos, muy lejos, de parecer el auténtico toro de lidia por su fiereza, poder, peligro y bravura. De ese valor es del que andamos escasos, muy escasos, en la actualidad.

Por supuesto que existen toreros que no rehuyen el enfrentamiento real, dando valor a cuanto hacen, pero queda reducida esa apreciación al ámbito de los aficionados de pura cepa, no llegando al gran público, que está mediatizado por la cantidad de eslóganes sobre las bondades de las figuras con los toritos de poca presencia, pocas fuerzas y nula agresividad.


Querer mostrar valor, en la acepción de asumir ese riesgo de pitones en la cercanía, amparándose en la borreguez del astado que se tiene delante, puede considerarse, incluso, como un fraude. El valor, ese valor, se trae a la hora de hacer el paseíllo, dar valor y obtener valor, del que se mide según la importancia del hecho, ese solo puede conseguirse si enfrente en lugar de un colaborador se tiene un enemigo declarado, un toro que te disputa el terreno y no con el que te lo cede.

De ahí que la definición del valor que más valga, o hay que hacer valer, es la de la importancia, mucho más allá de la que se les da por entendida a todos los toreros por el mero hecho de hacer el paseíllo. Adquirir valor es con posterioridad lo que hará que el respeto de todos sea unánime, sumando ambas acepciones, evitando que la masa, a través de fáciles trucos, quede impresionada con fuegos artificiales.

Y valor, por supuesto, también es asumir sin reservas por parte del ejecutante que lo que hace delante del toro tiene todo el mérito, por ajustarse a la máxima autenticidad, y no solo sirve para lograr unos cuantos aplausos fáciles. Darle la espalda a estos conceptos es el problema fundamental con el que se exhiben las corridas de toros casi todos los días.

¿Tendrán valor de reconocerlo y de corregir el camino inmediatamente?

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