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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

miércoles, 2 de enero de 2019

2019, un año para honrar la memoria de Manuel Jiménez "Chicuelo", el padre del toreo moderno



Para una publicación sobre el arte del toreo es un honor; para los aficionados que la hacen realidad, podría decirse que un deber. Pero nada mejor que iniciar el año 2019 rindiendo nuestro sincero homenaje la figura señera de Manuel Jiménez Moreno "Chicuelo", cuando en unos meses se cumplirá el centenario de su alternativa. Y es que el grandioso torero de la Alameda " ha sido el arquitecto del toreo moderno y representa la fusión personificada del toreo eterno de José y Juan. Su obra es la mayor aportación al toreo que ha existido y existirá", como tan acertadamente escribió Ignacio de Cossío. Desde luego, con "Corchaito" inmortalizó la "faena más grande del toreo"; pero fue mucho más. Por eso es tan justo rendirle un homenaje en este centenario, como piden los aficionados de Sevilla.


Se cumplirán 100 años de su alternativa en Sevilla
2019, un año para honrar la memoria de Manuel Jiménez "Chicuelo", el padre del toreo moderno

El arte del toreo
vino del cielo
y en la tierra se llama
Manuel Chicuelo.

Federico M. Alcázar,
El Imparcial

Taurología
En la historia contemporánea del toreo está escrito el nombre de un grandísimo torero, que sin ser esa figura arrolladora que acapara todos los poderes del escalafón, alcanzó un lugar privilegiado en la Historia, un lugar de mucha trascendencia. Se trata de Manuel Jiménez Moreno, que en los carteles se anunció con el nombre que ya usó su padre: “Chicuelo”. Como bien matiza Ignacio de Cossío, se trata del hombre que fue capaz de aunar esa revolución que trajeron Joselito y Belmonte, para construir sobre tales cimientos las bases del toreo moderno

Había nacido “Chicuelo” en la calle del Betis, en Triana, el 15 de abril de 1902. Y en Sevilla murió el 31 de octubre de 1967. Contaba apenas 5 años, cuando falleció su padre, que en aquel momento tenía tan sólo contaba 28 años; había alcanzado una notoriedad como novillero, para tras pasar por las filas de plata, en cuadrillas como las de “Algabeño” y Gallito, recibió la alternativa en Madrid de manos de “Lagartijillo”. 

Esa prematura pérdida paterna situó a su tío Eduardo Borrego “Zocato” como responsable de sacar adelante a la familia de su cuñado; por eso fue el inicial y casi único mentor taurino de quien sería un gran torero. Como recordó Antonio Santainés, en las páginas de ABC, en una de las fiestas camperas que organizaba en “La Venta Taurina”, el hijo de Chicuelo quiso probar suerte con el capote.  “¡Que gracia y que soltura y con qué naturalidad se despegaba el novillo del cuerpo!”,  comentó al verlo “Zocato”. Por eso, con tan sólo diez años ingresó en la Escuela Taurina de Sevilla y unas veces en la escuela y otras plazas de los alrededores de Sevilla, el muchacho se fue haciendo. En ese aprendizaje, en 1913 mató su primer becerro en una plaza levantada  en Dos Hermanas.

El 24 de junio de 1917 vistió por primera vez de luces, en la plaza de Salamanca, en la que le anunciaron otras cuatro veces más. Los éxitos de Chicuelo eran increíbles. De una de estas actuaciones, “El Timbalero” en El Adelanto de Salamanca: “¡Ya pueden ustedes echarle becerros a Chicuelo! Si cuando yo fui estudiante me da por aprovechar el tiempo y aplicarme a los libros tanto como a los toros se ha aplicado y ha sabido aprovecharse Chicuelo, a estas horas lo menos soy ministro de Instrucción Pública!.

Juan Belmonte concede la alternativa a Manuel Jiménez “Chicuelo” (Fotografía: Blog Dinastía Chicuelo)

Ya fue todo un caminar hacia delante. Tras presentarse como novillero en Madrid en el mes se agosto, acude a la Maestranza sevillana para recibir la alternativa el 28 de septiembre de 1919 de manos de Juan Belmonte, con toros del marqués de Santa Coloma y Manolo Belmonte de testigo. Ese mismo día, pero  media hora antes y en la Monumental de la capital andaluza, “Galito” hizo matador de toros a Juan Luís de la Rosa, lidiando reses del Fernando Villalón y con José Flores “Camará” como testigo. De ambas corridas dejó noticia en ABC Gregorio Corrochano, que según cuenta iba de una plaza a otra gracias al coche del ganadero Villalón, que lo iba llevando de una plaza a otra. La crónica es digna de guardar por lo ínsólito del caso.

A partir de la nueva temporada siguiente, confirma el doctorado en Madrid el 18 de junio de manos Rafael el Gallo,  con Juan Belmonte y Fortuna como testigos y toros del duque de Veragua. Su salida por la Puerta Grande le abre las puertas a una temporada de éxitos. 

La consagración en México

Esas temporadas ascendentes le llevan hasta las plazas de México, en las que debuta en 1924.  En concreto, en la plaza El Toreo de la Condesa, el 7 de diciembre, alternado con Victoriano Roger “Valencia I” y con toros de Piedras Negras. Allí también toreó los días 14, 21 y 28 de diciembre. Y en febrero, ya de 1925 le corta  en la misma plaza las dos orejas y el rabo al toro “Consejero”, en un accidentado festejo mano a mano con Rodolfo Gaona, con quien luego se prodigaría muchos en los carteles de los años posteriores.

En este discurrir al otro lado del Atlántico, se una de esas tardes verdaderamente cumbres. Fue en México DF en octubre de 1925, alternando con Juan Silveti y Manolo Martínez, ante toros de San Mateo. A “Dentista” lo pinchó tres veces antes de conseguir la estocada; pues pese a todo se le concedieron las dos orejas y el rabo.  "No hubo en el maravilloso muleteo –se puede leer en la crónica publicada por Enrique Guarner en “El Universal”-- un solo detalle de chabacanería, ni un desplante relumbrón, ni siquiera un tocamiento de testuz, ni tampoco vueltecitas de espaldas y sonrisas al público. No, lo que hubo fue mucho arte, mucho valor y mucha esencia torera. Lo que hubo fueron 25 pases naturales. Todos ellos clásicamente engendrados y rematados provocando con la pierna contraria, dejando llegar la cabeza del toro hasta casi tocar al lidiador y en ese momento, ¿me entienden señores?, en ese momento desviar la cabezada mientras el resto del cuerpo del toro seguía su viaje natural y pasaba rozando los alamares de la chaquetilla.... Yo juro que en los veinte años que tengo de ver toros, jamás me había entusiasmado como ahora”.

Pero hubo otras tardes de gloria en la plaza de México DF. En 1927 triunfó de forma rotunda por tres veces: el 16 de enero realizó otra obra de arte con “Duende”, del hierro de San Mateo, alternado con Marcial Lalanda; el 23 del mimo mes,  inmortalizó a “Serrano”, de La Punta, alternando con Marcial Lalanda y Emilio Méndez; el 6 de febrero, en la lidia de “Pergamino”, de la ganadería de San Diego de los Padres, al que corta el rabo. 

La tarde imborrable de “Corchaito”

En esta sintonía se entra en la temporada de 1928, el año inolvidable de “Corchaito”, el toro de Graciliano Pérez Tabernero. Siempre se ha tenido aquel 24 de mayo como la fecha en la que nació el toreo moderno, tal como lo conocemos en la actualidad. Federico M. Álcazar dejó escrito: “Chicuelo realiza con el toro “Corchaito” la faena más grande del toreo. ¿Cómo toreó Chicuelo? Como nunca se ha toreado, como jamás se toreará”.

Por eso, con toda razón Ignacio de Cossío recordaba en una magnífica conferencia que “desde aquella faena de muleta, con esos magistrales naturales ligados en redondo sin cambiar de posición, se adentró en una nueva dimensión artística y circular. A partir de ahí todos sus compañeros le imitaron y aún hoy todavía lo hacen”.



Aquel día “Chicuelo” confirmó la alternativa a Vicente Barrera, en presencia de Cagancho y se destacó siempre que su faena fue de “un toreo basado en la ligazón, en la vertebración entre un pase y otro para que la faena de muleta tomara cuerpo, de tal manera que ya no consistía en preparar el toro para la estocada, sino en crear arte, belleza, encadenando cada muletazo en una secuencia infinita y constante”, según describe el estudiosos Ignacio de Cossío.

De aquella faena nos queda, entre otros, el testimonio de un histórico de la critica taurina: Federico M. Alcázar, que por entonces erarevistero de “El Imparcial”, escribió:  “Chicuelo realiza con el toro “Corchaito” la faena más grande del toreo”. Vale la pena reproducir los párrafos esenciales de aquella crónica


 “¿Cómo toreó Chicuelo? Como nunca se ha toreado, como jamás se toreará. Comienza con cuatro naturales estupendos, ligados con uno de pecho soberbio. La ovación vuelve a reproducirse y los olés atruenan el espacio. Vuelve a ligar --siempre con la izquierda-- otros tres naturales soberanos. La plaza es un clamor y el público, enardecido, loco, jalea la inmensa faena.

Pero lo grandioso, lo indescriptible, lo que arrebata al público hasta el delirio, es cuando el torero, ¡el torero!, ejecuta cuatro veces el pase en redondo girando sobre los talones en un palmo de terreno. Es algo portentoso, de maravilla, y de sueño. Suave, lento, el toro va embebido, prendido, sugestionado, describiendo dos círculos en torno al artista, que permanece inmóvil en el centro. Ahora el público no aplaude: grita, gesticula, se abrazan unos espectadores con otros, y de pronto, como si el mismo entusiasmo hubiera prendido en todas las manos, la plaza se cubre de blancos pañuelos, como una inmensa bandada de blanca palomas, que agitan las alas pidiendo la oreja para el sublime artista, que liga otros dos naturales inmensos, dos ayudados magnos, un afarolado maravilloso, altos y cambiados sublimes. Cada muletazo es un alarido.

Señala un pinchazo y continúa su grandiosa, portentosa faena, creciéndose, con otros cuatro naturales de asombro y dos de pecho soberbios. Otro pinchazo y otros dos naturales enormes. La plaza parece un volcán que tuviera fuego en sus entrañas. El entusiasmo del público llega al límite del paroxismo. Vuelve a entrar a matar y coloca una media estocada superior. Se hace en la plaza un silencio augusto. El toro por un momento se mantiene en equilibrio, y rueda a los pies del maravilloso, del excelso artista…los catorce mil pañuelos flamean pidiendo las dos orejas para premiar la gloriosa hazaña…

Le conceden las dos orejas y se interrumpe la corrida para que Chicuelo de dos vueltas al ruedo. Ha sido la obra de un dios, de un iluminado, de un loco sublime y genial…. ¡Salve, Chicuelo!, ¡Salve tu arte soberano! Cuando todo se borre y pierda en la historia del toreo, quedará esa faena como una cumbre memorable, que elevará solitaria su cima al infinito”.

El inventor de la técnica fundamental

El "Chicuelo" juvenil, cuando triunfó en Salamanca

Recuerda Ignacio de Cossío que tan sólo le bastaron ocho tardes en las que alternó con Gallito para captar mejor que nadie de su generación aquel toreo innovador, ligado y enciclopédico por un lado; y a pitón contrario, acortando distancias cuando la ocasión lo estimaba, por otro. Por eso, no es de extrañar que Joselito tras una tarde compartida en Écija dijera: “Chicuelo es el torero más peligroso que yo he conocido”.

La tarde madrileña de “Corchaito” cimentó las bases de un nuevo toreo nunca antes visto. Con poco más de una veintena de muletazos ligados en cinco series rematadas con pases de pecho, adornos y cambios de mano por ambas manos. Desde aquella faena de muleta con esos magistrales naturales ligados en redondo sin cambiar de posición se adentró en una nueva dimensión artística y circular. A partir de ahí todos sus compañeros le imitaron y aún hoy todavía lo hacen.

“Chicuelo es por méritos propios --asegura Ignacio de Cossío-- el arquitecto del toreo moderno y representa la fusión personificada del toreo eterno de José y Juan. Su obra es la mayor aportación al toreo que ha existido y existirá. A partir de aquella tarde el toro se seleccionó más hacia ése tipo de toreo moderno e incluso años más tarde se impondría el peto para transformar un arte de sangre y fuego en esa fiesta de pura ciencia, que tan bien conocía Chicuelo. Podrá darse el caso de que aparezcan más toreros con distinta interpretación y personalidad en el estilo de torear, pero la técnica del toreo fundamental inventada por Chicuelo apenas ha variado”.

Niega el estudioso sevillano que a Chicuelo le fallara el valor, pues era notoria su predilección por las corridas fuertes de cada momento dentro y fuera de la plaza hasta sus últimos años en activo. “En el campo se convirtió en un excelente torero de tentaderos. Su conocimiento del toro era tan asombroso que sólo le bastaba un imperceptible movimiento de su capotillo diminuto para frenar a cualquier embestida de un Miura, Pérez de la Concha o Pablo Romero. Otro torero que le heredaría en afición y acierto sería luego su mejor discípulo en la dehesa Pepe Luis Vázquez, algo más abelmontado ciertamente, pero con un perfecto sentido de la lidia”.

En suma, conviene recordar ahora, con el estudioso Ignacio de Cossío, que “son muchos a los que se les olvida  su excepcional aportación al toreo moderno, con todo un estilo propio bautizado en nuestra ciudad como “La escuela sevillana”. Sin el alegre torero de La Alameda no se podrían explicar ni el devenir de la Fiesta, ni sus posteriores transformaciones técnicas, estéticas, o de impronta personal. Chicuelo es uno de los eslabones más significativos de la evolución del toreo a pie: un toreo lleno de verdad, improvisación, fantasía, genialidad y el más adelantado y moderno de todos cuantos se han hecho”

Es cierto que en el cómputo general de sus actuaciones fue muy desigual artísticamente. Las tardes de gloria se alternaban en la misma campaña con las más aciagas, puesto que el no concebía el toreo como un arte rutinario, de lucha o competencia encarnizada. El arte de Chicuelo sólo se movía por la inspiración y la seguridad creativa del maestro. Esto fue lo que quizás le mantuvo al margen de una mayor proyección popular pese a poseer un arte inigualable.

Su segunda primavera 

Dentro de ese devenir cambiante, el torero de la Almadea dejó
muchos momentos sublimes. Uno de ellos, la tarde del 2 de julio de 1939, cuando en la Rael Maestranza hizo matador de toros a Manuel Rodríguez “Manolete”. 

Juan Mª Vázquez, por entonces cronista en el ABC de Sevilla, lo tuvo claro cuando afirmó que “Chicuelo” vivó este día   “un segundo amanecer de su arte genuino. Ardiente como un chaval, inspirado y gracioso como en la sima de sus entusiasmos taurinos; muy pocas veces, ni aún en los días ya lejanos de su primera juventud, le habíamos visto tan sinceramente arrojado, tan brillantemente bullidor, tan dueño de los secretos de la más fina orfebrería de la lidia como en esta ocasión. Cada verónica, un grito de júbilo; un himno riente a Sevilla materna cada instante de cualquiera de sus indescriptibles quites; un cuadro pletórico de color y armonía cada episodio de sus faenas”.

Al 4º de la tarde, como todos los lidiados del hierro de Clemente Tassara, le corto las dos orejas y el rabo. Vázquez destacaba en su crónica:  “Costadillos, molinetes, faroles, cambios de mano por delante y por el dorso…; toda una gama juncal, salerosamente elegante, de la privativa manera de hacer de Manuel Jiménez. Y ello con un toro de genio vivo, al cual el Chicuelo de la decadencia tal vez no habría aproximado sino el pico de la muleta”

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