JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ
Las cosas cambian. En lo grande y en lo menudo. Ahora llevamos unos años, por ejemplo, asistiendo a un cambio en la apreciación del toreo -mi opinión es que ese cambio viene de la mano de la deleznable influencia de los comentaristas de la TV-, tratando de hacer pasar por oro lo que es bisutería, pretendiendo vender como toreo caro lo que no es más que pases y más pases, sin sentido ni función, destinados a enardecer a quienes gusten de ellos, que los olvidarán antes de haber abandonado el recinto de la Plaza de Toros donde tanto se han extasiado.
En otras cosillas menores también se ven cambios: por ejemplo, hace años los días grandes de la Feria de San Isidro era los miércoles. En el año 1985, hace cuarenta años, el día 22 de mayo, miércoles, se dio la corrida de toros de Torrealta, remendada con tres de Torreblanca, para Curro Romero, Curro Vázquez y Pepe Luis Vázquez, el día que el «niño» cortó una oreja, con cartel de «No hay billetes». Hoy las corridas de postín se han cambiado a esos viernes de gin&tonic, como antesala de la discoteca que vendrá después y como apertura para muchos de la holganza del fin de semana. Para el miércoles de este año 25, aquel miércoles por el que se pegaban los apoderados hace unas décadas, han dejado corridas como la de hoy, que ha concitado menos interés del público que la novillada del día anterior y que ha registrado la peor entrada desde que empezó la Feria. Con datos de los que da la Empresa, en la novillada de Mayalde hubo 19.875 espectadores contra los 16.687 de la corrida de toros de hoy.
Sería por el cartel, digo yo. Que los toros de Arauz de Robles no son de los que levantan pasiones y que los tres toreros que figuraban en el cartel, parece ser que tampoco. Los diestros eran Morenito de Aranda, 17 corridas en el año 24; (Saúl Jiménez) Fortes, 2 festejos el año pasado y Adrián de Torres, 1 festejo en 2024.
De la ganadería de Araúz de Robles es difícil decir algo en cuanto a lo que podíamos encontrarnos. Es tal el galimatías de sangres, cruces y mezclas que contiene que desentrañar ese enigma es un caso para poner a prueba la perspicacia de Colombo (el detective de la gabardina, no el torero). En ese cuadro sinóptico que pintan en el programa oficial optaron por dejar en medio un cuadrado misterioso en cuyo interior ponía «Diversos orígenes» colocado entre los de Ibarra, Saltillo, Picavea de Lesaca, Arias de Saavedra, Parladé, Gamero Cívico, Murube y otras. O sea que cualquiera sabe lo que hay allí. Del ganado que salió por chiqueros salieron dos de capa barrosa, grandes y destartalados, que más parecía que proviniesen de la ganadería del Marqués de Villagodio, la que dio nombre a un grandioso tipo de chuletón, pues su mansedumbre y desapego de las cosas de la lidia les hacían más propios a la cosa agropecuaria del engorde que al lucimiento de su inexistente bravura en una Plaza de Toros. Los otros cuatro eran negros, con diversas señas accidentales y tuvieron otro tipo de comportamientos más acordes a lo que se espera del toro de lidia. El sexto se escacharró y fue sustituido por uno de Castillejo de Huebra que no era ni mucho menos un Titán, al que don José María Fernández Egea mantuvo en el ruedo, él sabrá por qué.
El cenizo de la tarde le tocó a Adrián de Torres, que había dejado huella de su clase y de su desatino con la espada en Las Ventas el 15 de agosto del pasado año -ésa es la única corrida que toreó-. Hoy ha tenido de frente la situación, pues sorteó primero al buey manso y rajado llamado Pitillo, número 61, uno de los dos barrosos/Villagodio, y en segundo lugar al rechazado y después al de Castillejo, un tal Descuidero, número 24, cuya presencia y ciertos aspectos de su movilidad cansina y derrengada encresparon los ánimos de parte del público, que no llegó a tomar en serio nada de lo que intentó el torero de Linares y estuvieron hostigando hasta que el matador tomó el acero para despenar al Descuidero. Adrián de Torres quedó inédito.
Fortes sorteó en primer lugar a Gimotero, número 53, que aunque adoleció de una declarada falta de fuerzas, tenía cierta presencia y modos de toro de lidia, en comparación al precedente y al que vendría detrás. La faena se desarrolla en medios o cuartos de pase, como si dijéramos un toreo hecho a base de pizcas. Lo mismo el toro no tenía fuelle para andar más, pero el conjunto que se va creando es bastante deficiente. A cambio Fortes se quiere poner vertical y solemne, sin acabar de dar el paso adelante. Con el público muy a favor, las gentes se tragaron con idéntica fruición sus cites con el pico y sus momentos introspectivos. Si mata a la primera lo mismo hasta le piden la oreja, pero pinchó dos veces antes de meter un navajazo cuarteando. Su segundo atendía por Chivita, número 37. El bicho se tragó las alevosas varas traseras que le puso Antonio Muñoz desde la Grúa-Equigarce y recibió inspiradas banderillas de parte de Raúl Ruiz, a quien no dio facilidades para su labor. Cuando Fortes se va al toro la moneda está en el aire, si bien el toro ha demostrado ciertas señas aprovechables para el toreo. El principio de la faena se mueve en las ya tradicionales dudas y prevenciones que nos hacen ponernos en lo peor, pero el torero se va centrando con el toro y cogiendo confianza después de una serie de derechazos y la segunda parte de la faena es más compuesta y más compacta y estructurada con unos naturales de largo trazo, aguantando por tres veces la posición sin descomponerse con las miradas de Chivita y con mucho derroche de elegancia en las formas. Muletazos al natural con esta largura contemporánea, que excluye el remate a la cadera, adobados con los finos modos de Fortes que recibieron el reconocimiento de la afición, a quien el malagueño dio la alegría de no defraudar a los muchos que habían venido a los toros por él. En cualquier caso, faena a más, como las buenas, una vez más echada a perder por el mal uso del estoque.
Y hemos dejado para el final a Morenito de Aranda porque es el que más nos gustó, vistas las condiciones del oponente, porque conviene apreciar lo que hacen los toreros siempre en relación al enemigo que tienen enfrente. Su primero fue el Araúz/Villagodio llamado Chistero, número 57. No sabemos cuál sería el chiste, pero desde luego no tenía nada que ver con la bravura, la casta o, al menos la raza. El bicho era más soso que el pan de molde. Grandón, con cara de que se iba a comer el mundo y luego resultó ser un pelmazo al que solamente se le ocurría embestir a cabezazos descompuestos. Morenito no dictó precisamente un tratado de cómo matar a un toro a estoque. Recibió dos avisos.
La parte buena del de Aranda vino en su segundo, Campiña, número 38. En banderillas se ve la condición del toro cuando galopa hacia la torería de Iván García que le deja dos soberbios pares que arrancan las ovaciones más fuertes de la tarde. El toro tiene una embestida vibrante, encastada y nada estúpida, ante la que Morenito toma sus precauciones, sin acabar de confiarse de lo que pueda pasar. Lo pasa primero por la derecha, citando a distancia, más bien despegadillo y, viendo cómo el animal se le revuelve en el segundo muletazo de otra serie, se cambia la muleta a la zurda ganando poco a poco la posición óptima, dominando al toro, llevándole sometido y mandado, componiendo un trasteo muy de verdad. Cuando parece que todo está bajo control, en el remate de un pase de pecho el animal engancha y zarandea al torero echándole al suelo. Tras el susto vuelve Morenito a tomar la muleta con la derecha en una nueva serie bien situado y le acaba de sacar al toro lo que tiene por ese pitón antes de volver a la mano izquierda a rematar su faena por naturales, aguantando y citando con gran verdad. Faena a más, rematada con cuatro ayudados por bajo de mucha torería y otro nuevo fracaso con la espada.
ANDREW MOORE
FIN




















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