'..Desde Badajoz se vino Sergio Sánchez, de veintiún años de edad, vestido de malva y oro. De canela y oro se presentó Aarón Palacio, de Biota (Zaragoza) y de veinte años cumplidos; y desde Sevilla, también con veinte primaveras, Javier Zulueta, con su vestido verde botella y azabache, para dar lidia y muerte a novillos de Alcurrucén..'
Novillada de Alcurrucén, de fuerzas muy tasada, en una tarde de muermo hasta las lágrimas, con oreja calderona para Aarón. Márquez & Moore
JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ
Hoy, martes y trece, había en Madrid infinidad de cosas que hacer: desde asistir a exposiciones como la de «Leyenda del Titanic» en el Matadero de Legazpi, hasta el «Viaje submarino por la Ría de Vigo» en la Casa de Galicia en Madrid, pasando por la exposición «Madrid, ¡Viva la Bohemia! Los bajos fondos de la vida literaria» en el Museo de Historia de Madrid de Tribunal, o la de «Los mundos de Alicia 2025» en el Caixaforum, o los musicales «El Rey León» en el Teatro Lope de Vega, «The book of Mormon, el musical» en el Teatro Calderón o «Mamma Mía!, el musical» en el Teatro Rialto, por no hablar de la exposición «Gil Parrondo, decorador de una vida de cine» en el Centro Cultural Casa del Reloj, de Arganzuela, y muchísimas otras interesantes propuestas de teatro, cine, artes visuales y hasta gastronomía, que no vamos a recoger aquí para no alargar la cosa. Y pese a ello, hubo 19.776 personas, según datos de la empresa Plaza1, que decidieron irse a echar la tarde a la Plaza de Toros, a sentarse en una piedra y a contemplar las evoluciones de tres jóvenes aspirantes a matador de toros que hoy se presentaban ante la afición madrileña, con el lujo añadido de hacerlo en plena Feria de San Isidro.
Desde Badajoz se vino Sergio Sánchez, de veintiún años de edad, vestido de malva y oro. De canela y oro se presentó Aarón Palacio, de Biota (Zaragoza) y de veinte años cumplidos; y desde Sevilla, también con veinte primaveras, Javier Zulueta, con su vestido verde botella y azabache, para dar lidia y muerte a novillos de Alcurrucén que, en líneas generales, defraudaron por su falta de vigor y sus caídas. Por dos veces tuvieron que salir al ruedo los bueyes amaestrados de don Florencio a retirar del palenque a sendos paisanos que no dieron la talla en lo de mantenerse en pie. Las sustituciones nos pusieron en conocimiento de un séptimo novillo de Alcurrucén, que se lidió en segundo lugar y de otro de Montealto que salió en tercera posición.
Da la impresión de que lo de Alcurrucén, que anda algo bastardeado en su comportamiento cuando son toros, saca más bondad cuando novillos. Así pues, hecha la salvedad de lo tasado de sus fuerzas, los novillos no plantearon graves dificultades a los toreros, ni sustos, ni derrotes extemporáneos, ni aviesas intenciones, más bien una cosa plana y tirando a bastante sosa. El Montealto, con más hechuras de toro, sacó un poco más las patas del tiesto. El más adecuado para el toreo de muleta resultó ser el colorado Burlón, número 105, que se movió con prontitud a la llamada de los cites de Palacio, y ese toro fue el que puso de sí lo preciso para que Aarón Palacio enhebrase una serie de muletazos que fueron muy jaleados por las gentes ante la estupefacción de otros que acabábamos de ver de dónde partía tal entusiasmo popular. Es cierto que su inicio, muy en novillero, gustó. Primeramente, su decisión de irse a portagayola a recibir al toro y después su vigoroso inicio de faena, con cuatro ayudados por alto de rodillas, uno del desprecio y uno de pecho, fueron saludados fervorosamente por el público, en quien el aburrimiento ya iba haciendo mella.
Tampoco vamos a juzgar severamente al novillero, como si fuera un matador consagrado, pero en sus modos demostrados hoy en Las Ventas hay mucho más que apunta hacia lo que no nos gusta, que lo que tira a lo que nos gusta. Lo primero, la colocación, por las afueras, lo segundo ciertos alcayateos a la hora de presentar el trapo y el uso del pico de la muleta. Luego, con la izquierda, el toreo de Palacio gana un punto en intensidad, que la suerte natural es muy agradecida, y cuando vuelve a la derecha retorna a los mismos modos que en el inicio, dejando algún bonito detalle: un trincherazo, uno de pecho… A la faena la falta ligazón y ensamblamiento, y por ello cunde la impresión de lo importante que está siendo el animal en el resultado que el novillero está obteniendo. Se alarga la faena, como es común en la actualidad, y se remata con una estocada en lo blando de poco efecto y luego dos descabellos. Le tocan un aviso y, cuando las mulas arrastran al novillo, don Víctor Oliver, asesorado en la cosa artística por Joselito Calderón, decide sacar el trapo blanco.
Al escritor ilerdense Joaquín Bastús se debe el aforismo que reza: «Martes toma todo lo que te dieren y no repares en cumplimientos» y el joven torero, que ni habrá oído hablar del culto autor catalán, se tomó al pie de la letra esa indicación, agarrando la oreja que le dio el alguacilillo sin reparar en cumplimiento alguno respecto de la justicia de ese galardón. Claro es que Bastús estrenó en 1832 una comedia lacrimosa, titulada «Antonino o El mal uso del talento» que también se podría aplicar a las trazas demostradas por nuestro joven héroe, vistos los altibajos en su actuación.
El resto de la tarde no merece apenas más explicación. El tedio se fue haciendo el amo según transcurría la tarde y apenas habría otra cosa que reseñar que la suficiencia en la brega de Curro Javier al sexto y el inspirado quite de Javier Zulueta al quinto novillo, el del triunfo, a base de chicuelinas y una media verónica de aire rococó, que nos trajeron una brisa de toreo de categoría.
ANDREW MOORE
FIN
















No hay comentarios:
Publicar un comentario