
Esas formas enamoraron al toro y despertaron al público.
'..Dos sevillanos mano a mano en Madrid. Nada que objetar, Madrid es abierto a todo, aunque va a ser casi imposible que se pueda ver un mano a mano de dos madrileños en Sevilla. Aquí caben todos y se admira siempre al ‘que lo hace’, no el ‘de dónde es’..'
Opinión y Toros/24 Mayo 2025
Llegó, sí, el esperado y deseado mano a mano programado en la feria, justo en el ecuador de la misma.
Dos sevillanos mano a mano en Madrid. Nada que objetar, Madrid es abierto a todo, aunque va a ser casi imposible que se pueda ver un mano a mano de dos madrileños en Sevilla. Aquí caben todos y se admira siempre al ‘que lo hace’, no el ‘de dónde es’.
Los dos acudían con las credenciales de ser grandes capoteros y también de quienes manejan con más despaciosidad, tanto el capote como la muleta. Los espectadores que llenaban la plaza también acudieron con la máxima expectación. Hasta ahí, todos de acuerdo. Luego los toros de Juan Pedro Domecq tendrían mucho que ver con el resultado.
Digamos, pronto y en la mano, que la juampedrada fue un cúmulo de disparates. La peor corrida presentada en lo que va de feria y, además, faltos de todo, de casta, de fuerza, y podemos añadir, de vergüenza de quienes permitieron que eso fuera así.
Y en esas transcurrió la tarde, entre protestas de todo tipo, -con razón la mayoría- con los deseos de los asistentes para que pasara algo, pero no podía pasar, en primer lugar por las condiciones de los toros y después porque ‘lo que no pue ser no pue ser y además es imposible’.
De nada servía que Juan Ortega y Pablo Aguado lo intentaran, que mostraran sus formas toreras, que desde los tendidos se jalearan los intentos como si fueran el no va más. No había nada y lo que había eran solo posturas ante toros descastados, desclasados y hasta moribundos. No podía salir nada bueno ni bien, vanos intentos. Se iniciaban los pases y antes de terminarlos o se caía el astado o enganchaba los trastos.
Hubo que esperar a las nueve de la noche, y que saliera un remiendo de Torrealta, para que lo que se atisbaba pudiera tener sentido, razón de ser. Torear de salón, sin toro, es imposible que llegue muy lejos, al menos en Madrid y en tarde de tanta esperanza y compromiso. Las protestas del 7 no eran las que habían arruinado la tarde, la tarde la arruinaron todos los protagonistas y, principalmente, un ganado infame.
Pero el cambio de ganadería era la última esperanza y la muleta de Pablo Aguado hizo el resto. La faena comenzó con doblones precisos e intentos después con la diestra. Parecía que iba a salir algo parecido a lo ya visto, pero la izquierda, el toreo al natural, el temple y la naturalidad de Aguado, obraron el milagro de convertir el agua en vino.
Fluían en series naturales completos, desmayados y ‘Torbellino’ quedó envuelto en esa magia de muleta. La plaza se reencontró con el toreo bello y, al menos, con un toro que era capaz de enamorarse de dicho toreo. Antes de que la espada hiciera el resto, Aguado nos dibujó unos muletazos por bajo que ya fueron de seda. Así pudo pasear el anillo con un trofeo en la mano en el último aliento de un día que debería haber sido de otra manera.
No se necesita mucho más para distinguir que no es lo mismo predicar que dar trigo. Hasta el quinto y las nueve de la noche, solo estuvieron predicando.
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