'..Para la parte de los toreros se trajeron a «trenzar el paseíllo», como pone el que escribe en el programa, a Diego Urdiales, cincuenta años de edad, veinticuatro de alternativa, de catafalco y oro con cabos blancos; David Galván, treinta y tres años, doce años de alternativa, de malva y oro con cabos blancos, y Víctor Hernández, veinticinco años, un año de alternativa, de grosella y oro con cabos blancos..'
Feria de San Isidro. Frailunada de pilaricos con remiendos para Urdiales (gatillazo) Galván (el destoreo) y Hernández, la verdad con oreja que hace más ridículas las de Talavante. Márquez & Moore
JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ
'Salmonetes ya no nos quedan'¡ blogspot
Para esta segunda corrida del abono los ideólogos que rigen los destinos de la Primera Plaza de Pueblo del Mundo decidieron obsequiar a su clientela con la primera de las comparecencias del apellido «Fraile» en la cosa ganadera. Habrá unas cuantas más, que de estos Fraile no hay desamortización que nos libre, así que de las distintas posibilidades frailunas se optó para comenzar por el 3,1415926535897932384626433832795, que es el número Pi que llevan los toros de la ganadería de El Pilar marcado a fuego en su cadera derecha. El amo del cotarro es don Moisés, y decir Moisés y Fraile es lo mismo que decir Puerto de la Calderilla, donde seguramente que convivan en armonía estos toros de hoy, de origen Aldeanueva, con los suyos de lo de Lisarnasio. Los Aldeanueva fueron la creación de un genio del campo charro que se llamó El Raboso. El hombre se dio cuenta de que con lo de Santa Coloma, aquello que herraba con la marca de la interrogación, no iba a parte alguna y con cincuenta vacas de puro Juan Pedro se organizó su ganadería a la que, él sabrá cómo, la dotó de mayor volumen y de un tipo más basto que el de su origen. Eso de Aldeanueva lo mataba hasta Curro Romero, que con eso queda mucho explicado, y acaso la razón de que Diego Urdiales se suela apuntar a las de El Pilar tenga que ver con su relación con Curro. La cosa es que si quitamos la del San Isidro del año 19, la de la cogida de Caballero, dura y correosa, lo que más recordamos de El Pilar es blandenguería, caídas -en esto siguen la estela de El Raboso-, y como dice el que escribe en el programa, además «acostumbran a tener menos motor».
Al final la frailunada se quedó incompleta, pues por medio de pañolada verde se fueron el quinto y el sexto a la mazmorra, a recibir su merecido de las manos expertas de don Juan Antonio Domínguez. En el quinto hubo una especie de premonición, pues se cayeron dos números de la tablilla, cuando el portador la llevaba al hombro: el 6 y el 0, de los 609 kilos, se fueron al suelo de la misma manera que luego se irían al suelo los seiscientos nueve kilos de Campanero, número 28. Estas dos prendas fueron sustituidas respectivamente por un murubeño de Castillejo de Huebra, que tampoco era un titán pero que aguantaba mejor la cuadripedestación, y por el mítico Riojanillo, número 26, de Villamarta, que llevaba años en el corredor de la muerte de El Batán y que para muchos ya era como de la familia. Hoy fue el día en que, fatalmente, se cumplió su sino inexorable.
Para la parte de los toreros se trajeron a «trenzar el paseíllo», como pone el que escribe en el programa, a Diego Urdiales, cincuenta años de edad, veinticuatro de alternativa, de catafalco y oro con cabos blancos; David Galván, treinta y tres años, doce años de alternativa, de malva y oro con cabos blancos, y Víctor Hernández, veinticinco años, un año de alternativa, de grosella y oro con cabos blancos.
Urdiales quiso hacer su particular homenaje a Curro Romero y decidió tomar como base de su tributo una de esas tardes malas del faraón de Camas, que eso tiene mucho más mérito que ir a la caza del triunfo y el delirio, o sea que de Faraón a Faraón, el del Cidacos se las vio con la masa de carne amorfa y caediza de El Pilar, tal y como el de Camas se las vio con la misma a principios de los noventa, aquella tarde con Curro Vázquez y Finito de Córdoba en la que también echaron dos toros al corral. Al toro apenas lo picó Manuel Quinta, que no estaba el horno para bollos, y protestó a los de las banderillas echando la cara arriba, clamando por su falta de fuerzas. Con la cosa de la muleta no hubo opción de poner en marcha nada por la condición del toro caedizo, Urdiales lo quiere pasar a la media altura, las gentes se encrespan y al final, con un pinchazo, una estocada haciendo guardia y el oportuno uso del verduguillo se acaba la cosa. En su segundo la cosa pintaba algo distinta, porque el toro parecía tener ciertas malas intenciones, por lo que se dio aviso a «Puchano» para que desde lo alto de su atalaya equina le pegase al toro con ahínco de buscador de oro. Se ve claramente que el animal no llena las expectativas del riojano, cuya muleta es movida por el viento como una bandera, circunstancia que aprovecha el veterano torero para irse a por el estoque y finalizar su actuación con una estocada habilidosa echándose fuera. Esta tarde, lo mejor de Urdiales, el paseíllo.
David Galván tiene una especie de poder hipnótico que hace que la Plaza se calle. Con lo difícil que es tener callada a Las Ventas, este hombre no sé cómo lo hace, que las gentes se quedan en silencio viendo su toreo pleno de ventajas, en el que no hay un solo cite que no sea con el extremo del pico, que no hay un solo muletazo en el que su colocación sea ortodoxa, que no hay vez que no aproveche para descargar la suerte de la manera más evidente. Y no sólo es lo del silencio, es que después empiezan con lo de «¡bieeen!» y se contagian unos a otros y parece que estás viendo a Vicente Pastor con el Carbonero de Concha y Sierra -primera oreja que se concedió en la Plaza de Madrid-, y lo que estás viendo es un trailer de vulgaridad, de destoreo, de ventajismo y de falta de compromiso. Puro neotoreo en estado puro es la mercancía averiada que vende David Galván, que se anda por la Plaza con un ensimismamiento y unos aires de gamo en plena ronca que quitan el hipo. Las gentes en plena hipnosis le pidieron la oreja, una en cada toro, que don Ignacio Sanjuán tuvo a bien no conceder, viendo el tamaño de la petición popular.
Y Víctor Hernández, que tuvo la fortuna de encontrarse con la incertidumbre y el peligro de Busca-Oro, número 961, para poder mostrar al mundo y para el mundo lo que hay que hacer al toro que no se deja, que a la mínima se revuelve buscando, el toro que en sus trazas porta la firme promesa de la cogida. El animal cantó su condición en banderillas, donde puso las cosas tensas a «Jarocho» y a «Tito», a base de apretar hacia adentro y de esperar su ocasión arteramente. Cuando Víctor Hernández se va hacia él con la muleta se abre la interrogante de si optará por desafiar el genio y las intenciones de Busca-Oro o se aliviará justificándose en las dificultades del animal. Por fortuna el torero se decide por la primera opción y compone una recia faena de poder a poder en la que nada se da por supuesto, robando muletazos y recibiendo pavorosas tarascadas. La clave de la faena está en la mano izquierda, tanto como en la buena colocación del torero, en su aceptación del riesgo y en su voluntad firme de poder al toro. Hernández se colocó en el sitio en que los toros pegan y ahí tendió su muleta para robarle a Busca-Oro los pases en la suerte natural haciendo un gran esfuerzo por estar por encima de él, y cuando el toro le desarma, el diestro vuelve a la cara sin descomponerse y sin variar el argumento, recibiendo el aplauso sincero de la afición, que valora de manera indudable la firmeza mostrada por el joven torero. A la hora de matar, sin apresuramientos, cita al toro al encuentro cobrando una media estocada en el sitio óptimo que echa al burel al suelo sin puntilla. Muy merecida la oreja, que nos lleva a la odiosa comparación con las dos de ayer de Talavante o con las que algunos insensatos pidieron para David Galván en cada uno de sus toros.
En su segundo, al que «Jarocho» bregó con suficiencia, volvió Hernández a poner sobre la mesa argumentos de gran solidez: el temple y la colocación le permitieron ligar los pases, recibiendo un nuevo desarme en el momento en que podía empezar a cobrar vuelo la faena. Intenta calentar al público con bernardinas, de las que sale medio trompicado y se enfanga con el estoque pinchando por tres veces y dejando una estocada baja.
La primera sustitución que haya a lo largo de la Feria debería ser para Víctor Hernández, que hoy ha estado a un gran nivel, por sus maneras y por su firme decisión.
PS. Es posible que, quizás. algunos de los aficionados que miran las corridas por la TV hayan encontrado más interesante todo el destoreo de Galván que la verdad de Hernández, porque tenemos observado que la insustancialidad del toreo de vaivén queda muchísimo mejor retratada en la TV que lo épico y lo auténtico.
ANDREW MOORE
Lo de Hernández
Lo demás
FIN
















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