LA DEFENSA DE MADRID
Manuel Chaves Nogales
Ed. Renacimiento, 2010
JOAQUÍN ALBAICÍN
Altar Mayor nº 148, Julio 2012
Como en otros casos recientes, la
recuperación de esta pieza literaria de Chaves Nogales se debe al esfuerzo de
la profesora María Isabel Cintas Guillén, estudiosa de su vida y obra, que ha
localizado los números del Evening
Standard londinense y de la revista mexicana Sucesos para Todos en los que, en 1938, fue publicada por entregas.
En el segundo caso, con ilustraciones del azteca Jesús Helguera, animadas por
una inusual fuerza artística y que han sido incorporadas a esta edición.
Sus páginas constituyen, ante todo, un homenaje,
desde la simpatía personal y la admiración por sus virtudes militares, a la
figura del general Miaja, y un testimonio de hondo reproche, si no de
desprecio, hacia el gobierno de Largo Caballero, que le abandonó –a él y a una
capital que aún no estaba sitiada- huyendo a Valencia sin siquiera informar a
los ciudadanos de su partida. Son también un canto al valor derrochado por los
milicianos –que iban al frente en tranvía- ante el asalto de las tropas nacionales,
en el que resuenan con especial vibración las estrofas consagradas a la lucha
por el control, en la Ciudad Universitaria, del Hospital Clínico.
Otra cosa es el valor propiamente histórico
que debiera atribuirse a esta obra, a caballo entre la propaganda de guerra, la
novela de acción de la época y la confesión personal… Especialmente, cuando
leemos que el caudillo anarquista Buenaventura Durruti murió a la cabeza de sus
milicianos, en un ataque contra el Clínico. De haber estado entonces en Madrid
y en el entorno del general Miaja, Chaves Nogales habría debido saber que
Durruti no cayó en combate, sino al disparársele por accidente su naranjero (o,
según otras versiones, al dispararse no tan accidentalmente el de uno de sus
escoltas). De cualquier modo, como ya ha puesto de manifiesto Arcadi Espada,
otros escritos de Chaves dejan claro que éste, en el tiempo de los hechos que
relata, habitaba ya bastante lejos de la Cibeles: en París, donde se había
refugiado tras saberse condenado a muerte por el terror rojo. Allí debió enriquecer
su escrito con lo escuchado a testigos presenciales, como su propio hermano.
Ello no resta, obviamente, valor literario a
su prosa ni desmerece el carácter de testimonio de una época de una narración
que no defraudará a los admiradores del autor de A sangre y fuego, ni a los amantes de las buenas plumas en general.
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