PASCUAL MONTERO,
UN TORERO O UN RETRATO CON TODO EL AIRE DE MADRID.
Jesús Cuesta Arana / EL SUR DE LUCES
Pintor y Escultor
La memoria –según Bergamín– es historia hecha con alma. De modo que en esta cita con la memoria, vamos a pegar un retrato en esta suerte de álbum de aire para que nunca sea carne de olvido. Se trata de Pascual Montero Guiñales.
Damos buena lumbre a su recuerdo.
Da el primer llanto en el pueblo madrileño de Fuencarral, cuando al calendario apunta un 24 de febrero de 1914 (con el mundo en guerra).
Echa el niño los primeros vientos al amparo y nutricio –por partida doble– de una lechería que madre y padre regenta con buen tino y mejor temple.
Ya en el colegio de san Antón, el chavalín menudito –un suspiro–, al a vez que espabilado, en el recreo con baby de crudillo traza los primeros lances al viento o al compañero de fatigas y Catón según cuadrara. Se envenena tanto de toro, que termina arrojándose de espontáneo en un festivalote en su pueblo. Alborota al paisanaje.
En el año 1926 (con el Zepellin sobrevolando el cielo ibérico y la muerte del universal tanguista Carlos Gardel) , a la vera del padre va a ver en sus madriles una corrida de toros por primera vez: Juan Belmonte, Chicuelo y Niño de la Palma. Sale el niño tan deslumbrado al ver de cerca al Gran Pasmo que ya no se le despinta de la mente una idea obsesionante.: ser torero.
Ayudado por el banderillero Crespito,en el año 1930 arranca su aventura de luces. Como a la vieja usanza primero como banderillero para placear y luego matador.
En el año 1933, ( mal recordado por los tristes sucesos de Casas Viejas), debuta en Madrid en un festejo nocturno. Faenón en un novillo pero perruno con la espada. Luego suma un puñado de festejos para ir templando el oficio. Triunfos en Zaragoza, Madrid, Tetuán de las Victorias donde llega a alternar con el fenómeno mejicano Silverio Pérez. Campaña con éxito regular por muchos pueblos. Corta la carrera por un ataque de ciática y en esto llega lo más gordo: la Guerra Civil que tantas vidas y sueños se llevó. Una rémora fatal que le iba a mellar o enfriar el ánimo y disposición como a otros muchos toreros.
Agosto de 1939. Con el país en dos trincheras oliendo a sangre y a pólvora fresca, alterna el torero de Fuencarral con Raimundo Serrano y Morenito de Talavera. Los novillos de Arranz imponentes y pavorosos (encierro rechazado para la alternativa de Pepe Luís). Repite en Madrid y arma la tremolina con un novillo de Manolo González donde está superior. Luego en Barcelona y el fuego interior se va rescoldando. Tras mucha vigilia y cavilaciones. Decide hacerse un nombre y señor con las banderillas. Lo consigue. Brilla tanto como rehiletero como en la brega por su temple y sapiencia. Lo canta su historial: va en las cuadrillas de Mario Cabré, Carlos Arruza, Fermín Rivera, Antonio Ordóñez y Luis Miguel, y hasta llega a ser el paseíllo en Navalmoral de la Mata (Cáceres), detrás de su monstruo sagrado: Juan Belmonte.
Un buen día, en Sevilla con su feria de abril al fondo, el pintor José Puente –una de las grandes lumbreras en la temática taurina– me aproxima a un hombre rezumante de elegancia natural por toda la rosa de sus vientos; con su buen decir y con acento y espejo de Madrid, –madrileñísimo–, templado los modos pero mucha impresión en el carácter; traje clarito y fresco y sombrero de jipijapa para no desentonar. Va acompañado de Amalia, su esposa que le va a la zaga en quites de clase a raudales y buena sombra. Una elegante mujer todo temperamento y simpatía a veces entreverado con el humo de sus largísimos cigarrillos emboquillados.
Sigo viendo a Pascual y su inseparable Amalia en varias ferias sevillanas donde me refiere cosas para la biografía que preparo sobre el genio trianero. ; casi siempre iba acompañado de José María Recondo, un torero vasco con cierto aire belmontino.
Pascual Montero, todo un señor-señor que a disgusto tiene que soportar el remoquete “El Señorito”,que le impuso un primer apoderado; pero al final fue humo al viento tan injusto apelativo.
A la orilla del mar de Torremolinos, a la vera siempre de Amalia (su adoración), al viejo torero madrileño se le van escapando los últimos suspiros ;mientras que una ola de plata iba y venía para vestirlo de luces con seda marina por última vez.
Una última secuencia:
Tarde de toros en Madrid, calle reina Victoria (barrio Cuatro Caminos donde vive el torero). Pascual Montero se viste de purísima y azabache, La familia junta alrededor de la capilla doméstica con lamparillas o mariposas encendidas reza. Al rato una radio de baquelita pone sonido de fondo con el resultado de la corrida. Alivio: la tarde ha salido con buenas luces. En el alféizar de una ventana de la casa, sentada entre los barrotes, una niña de cinco años, aguarda impaciente y dorada por la ilusión la llegada del padre torero en un enorme Citroen negro de los años 30. La mirada de la niña se fija en la taleguilla del padre donde se posan siniestras unas manchas secas de sangre de toro. Aquella niña de ayer es hoy Rosa Montero, escritora universal y primera lidiadora del periodismo. A Rosa (Rosita eterna en boca de su madre) no le apasiona el mundo de los toros. No encarta con su sensibilidad. Un respeto. En su ejercicio de suprema libertad. Va por ti, maravillosa escritora, éstas líneas escritas desde la ternura y un ramos de flores de pensamientos y siempre vivas para tus padres que siempre laten en el corazón de mi memoria.
Qué maravilla de texto, cariño. Muchisimas gracias por esa pluma cargada de sentido y de sensibilidad, de generosidad y de afecto. Un beso enorme y admirado. Rosa Montero
ResponderEliminarMi abuelo al que nunca conocí es Raimundo Serrano... Y he leído gracias a mi búsqueda estas bonitas palabras. Gracias!
EliminarGracias,Rosa. No te puedes imaginar la ilusión tus palabras. Cuanto estímulo para seguir dándole silbo a las palabras de vez en cuando. Mi vida está en los colores y en el barro que entonar y modelar cada día. pero desde niño,desde siempre,sentí la punzada de escribir. ¡Es lo mejor que he podido escribir sobre Amalia y Pascual! Tus adorables padres que nunca se me despintan de la memoria. Un beso sin fin a la par que mi admiración hacia ti y tu inmensa y a la vez prodigiosa obra.
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