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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

jueves, 19 de septiembre de 2013

Firmeza o cobarde aceptación del desafío / Por José Utrera Molina



¿Es posible que en el tiempo en que vivimos, en el que los grandes espacios tienden a la globalización y en el que se tratan de igualar las enormes diferencias que separan a los pueblos, puedan existir los que, insensatamente, apoyan la ruptura de un baluarte que durante siglos tuvo su independencia y su unidad y se inclinó siempre ante las banderas del honor y de la libertad?

Firmeza o cobarde aceptación del desafío 

Por José Utrera Molina 
(Artículo publicado el pasado sábado 14 de septiembre de 2013 en ABC)

«Todos los españoles amamos a Cataluña. Sólo un grupo enaltecido por el egoísmo ha decidido traicionar sus raíces, despreciar su historia, desafiar la legalidad y lanzarse hacia la nada»

No quisiera remontarme a un hecho que tuvo en mi vida una importancia esencial. Se trata de recordar una circunstancia que dio origen a mi inconmovible patriotismo. Es un recuerdo puntual, pero válido en circunstancias como las que atravesamos. Contemplo a mi abuelo –que tenía por cierto, cuatro años menos de los que yo cuento hoy– llorando, abrazado a un aparato Telefunken que difundía a las ondas la noticia increíble para algunos de la Declaración del Estado Catalán. Era el 6 de octubre de 1934.

Ahora contemplando el fervor a la tribu de una considerable minoría de catalanes, palpita mi corazón y siento un escalofrío imparable. Estamos en una circunstancia aún más grave que la que atravesó España en 1934 pero ahora con menos recursos dialécticos, con infiltraciones inverosímiles de otras posiciones históricas y con la valoración exagerada que se hace de grupos minoritarios contrarios a la esencia de España. ¿Es posible que en el tiempo en que vivimos, en el que los grandes espacios tienden a la globalización y en el que se tratan de igualar las enormes diferencias que separan a los pueblos, puedan existir los que, insensatamente, apoyan la ruptura de un baluarte que durante siglos tuvo su independencia y su unidad y se inclinó siempre ante las banderas del honor y de la libertad?

La tercera de García de Cortázar «Reaccionarios en Cadena» con el que tantas veces modestamente he disentido, da fuerza a mi queja, a mi amargura y a mis palabras dolientes. Se trata de un artículo admirable y extraordinario, profundo y ejemplar y merece tener consecuencias en estos espacios pálidos y vacíos donde los españoles se preocupan más de las modas, de los modos y de los caprichos deportivos que de la propia existencia de España. Yo quiero unirme desde aquí a García de Cortázar en la defensa de esas ideas esenciales y así lo proclamo sin limitación alguna.

Vargas Llosa también ha afirmado con rotundidad que el independentismo no es otra cosa que un regreso a la tribu. He escuchado la opinión de muchos venerables supervivientes de otro tiempo. Se horrorizan y hasta llegan a pedir la cercanía de la muerte. Les duele tanto España que si ya que no pueden combatir, pretender trasladar sus últimas quejas al Dios Omnipotente sirviéndose incluso de la cercanía de su última hora.

Nadie niega la personalidad de una tierra a la que yo he amado siempre, que ofrece un haz de virtudes ciudadanas que posiblemente no conozcan otras regiones. Un sentido elegante de la medida, del respeto mutuo, una gran sensibilidad hacia lo bello, un respeto a una tradición y a un profundo sentido estético que también ahora pretenden conculcarse. Poco puedo hacer yo para combatir este desastre, pero quedaría en mi corazón un amargo hueco si no clamara en mi independencia para advertir que nos encontramos en una situación límite y que el gobierno tiene la obligación histórica y moral de poner diques definitivos a esta penosa algarada situacional. He hablado, precisamente hoy, con un grupo de amigos catalanes que están escandalizados. Yo diría que nunca como hoy sienten ardiendo la sangre de sus corazones. Querrían morir por la unidad de España y no son palabras convencionales, ni actitudes de emergencia, ni miedos colectivos, ni refugios dialécticos. La muerte y la gloria campean sobre unas gentes siniestramente doloridas, atacadas en su raíz, vapuleadas en sus creencias, insultadas en sus costumbres, negadoras de la verdadera realidad de esta magnífica tierra que se llama Cataluña.

Yo he amado siempre a esta tierra española, lo hice desde que escuché a José Antonio Primo de Rivera la mejor de las alabanzas en la que ponderaba el equilibrio, el sentido de la historia y la verdadera personalidad de Cataluña. ¿Es posible que ésta voz de arrebato, unida a tantas como las que hoy se producen en el espacio español, no sirva para detener este inmenso desastre? ¡Cataluña es España!

Todos los españoles amamos a Cataluña. Sólo un grupo enaltecido por el egoísmo, por la pasión sectaria y por una animadversión patológica ha decidido traicionar sus raíces, despreciar su historia, desafiar la legalidad y lanzarse hacia la nada. Yo alivio mi conciencia uniéndome, ya muy lejos, a las lágrimas de mi abuelo que posiblemente contemplará consternado el abismo histórico que quieren abrir los que tiene el corazón corrompido, la voluntad maniatada y el alma aprisionada por el egoísmo y la cobardía. No quiero pronunciar el antiguo grito que recuerda mi corazón juvenil: «Ahora o nunca», pero confieso que me siento inclinado a aceptar, ante el radicalismo desafiante, otras soluciones de emergencia.

¡Por España, por su unidad y por su vida!
***

1 comentario:

  1. Y mientras tanto la presidenta del PP de Madrid, Esperanza Aguirre, ha defendido la “catanización” de España porque "España
    y el conjunto de los españoles necesitan conocer y amar más a lo catalán”, ha señalado, considerando que los españoles deberían estudiar la lengua, literatura e historia catalanas. La expresidenta de la Comunidad de Madrid se ha referido así al proyecto de la Generalitat para celebrar una consulta soberanista en 2014, en una intervención ante el Círculo Ecuestre de Barcelona.

    Y por otra parte el Papa Francisco dice que “jamás fue de derechas”.

    Pocos pontífices, si alguno ha habido, lo habrán proclamado así. Y más si lo expresa en la primera gran entrevista de su pontificado, destinada a imprimir un giro aperturista en el Vaticano, defendiendo el ascenso de la mujer en la Iglesia católica y exhortando a los príncipes que le secundan --cardenales y obispos-- a enterrar cruzadas seculares contra el aborto, el matrimonio gay y los anticonceptivos.

    O sea, que Jorge Bergoglio, el papa Francisco, habrá dado un disgusto de muerte a lo más granado de la conservadora Conferencia Episcopal, (incluyendo a sus medios, COPE y 13 TV) y a la derecha política y mediática madrileña.

    Considera que la iglesia necesita pastores y no clérigos de despacho. El papa dice también que la Iglesia no puede ser ella misma sin la mujer, a la que considera "imprescindible". Y subraya que "María, una mujer, es más importante que los obispos".

    Aquilino Rubio


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