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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

sábado, 25 de agosto de 2018

Lo que pasó / por Julio Camba



Pues pasó que los españoles estábamos
 de vacaciones y habíamos dejado la casa
 en poder de los criados. Esto fue lo que pasó.
 Habíamos dejado la casa en poder de los criados,
 y los criados quisieron hacerse los amos.
 ¿Le parece a usted poco?

Lo que pasó

Julio Camba
Sevilla, 22 de Febrero (1938)
   
 Hay un extranjero amigo mío que no se explica todavía lo ocurrido en España.

    –¿Qué pasó –me pregunta– para que llegasen ustedes a la situación actual?
    
Pues pasó –le contesto– que los españoles estábamos de vacaciones y habíamos dejado la casa en poder de los criados. Esto fue lo que pasó. Habíamos dejado la casa en poder de los criados, y los criados quisieron hacerse los amos. ¿Le parece a usted poco?
    
Porque aquella casa era la nuestra –sigo contestando–. Muy vieja y bastante destartalada, con muchas grietas y muchos desconchados, pero era la casa que habíamos heredado de nuestros padres y que debíamos transmitir a nuestros hijos. Entre sus paredes venerables se encerraba toda la historia de la familia, generación por generación, y nosotros no íbamos a permitir que nadie se hiciese allí el amo sin más ni más, de la noche a la mañana.

    No sé si mi amigo el extranjero conoce esta expresión tan española de “hacerse el amo”. Hacerse el amo es todo lo contrario de serlo. El amo de una cosa la cuida o la descuida, allá él, pero no hay temor alguno de que, para demostrar sus derechos de propiedad o dominio, coja la cosa en cuestión y la destruya, que es, precisamente, como procede aquel que quiere hacerse el amo.

    –Yo soy el amo de este baile dice un día un matón, apagando la luz del local donde se baila y lanzando al aire un par de tiros.
    
Y, no bien ha acabado de hacerle su presentación al público, cuando ya el baile dejó de existir como tal baile para convertirse, a lo sumo, en una pista de boxeo o de catch as catch can.

    –Aquí no hay más amo que yo –grita otro día un borracho, entrando a saco en una cacharrería donde no deja títere con cabeza.

    Y, aunque rompa sin previo anuncio los títeres o los cacharros, la consecuencia será la misma. Al comentar su hazaña, el público no dejará de exclamar con cierto dejo de admiración:

    –¡Se ha hecho el amo!...
    
Nuestros criados –aquellos criados perfectamente desconocidos de la familia y de la vecindad, que habíamos encontrado a última hora, sin exigirles certificado alguno de referencia– quisieron hacerse los amos de nuestra casa por el mismo procedimiento que utiliza el borracho para hacerse amo de la cacharrería, o el matón para hacerse amo del baile. No les bastó con beberse nuestro vino, sino que desfondaron los toneles y rompieron las botellas que lo contenían. No se limitaron, en fin, a la contemplación de nuestros cuadros o nuestros tapices, cosa que estaba muy lejos de satisfacer sus deseos de posesión, sino que fueron y los hicieron añicos...

    Cuando empezamos a barruntar lo que ocurría, la casa estaba ardiendo ya por los cuatro costados, y, naturalmente, tuvimos que acudir de prisa y corriendo con cubos y baldes de agua.Ya sé lo que dicen ahora los criados. Dicen que, primero, nosotros echamos el agua y que ellos sólo recurrieron al fuego en último extremo y para contener la inundación... Esto dicen los criados, y mi amigo el extranjero puede escoger entre ambas versiones. Para mayor facilidad yo le presento la una junto a la otra.

HACIENDO DE REPÚBLICA
EDICIONES LUCA DE TENA, 2006

Hacerse el amo es todo lo contrario de serlo.
El amo de una cosa la cuida o la descuida,
 allá él, pero no hay temor alguno de que,
 para demostrar sus derechos de propiedad
 o dominio, coja la cosa en cuestión
 y la destruya, que es, precisamente,
 como procede aquel que quiere
 hacerse el amo

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