David Mora lanzado por los aires al entrar a matar a su primer toro de la tarde, este viernes, en Las Ventas. |
...se tiró sobre el morrillo, el toro lo enganchó de fea manera, el torero quedó colgado de los pitones y cuando lo estrelló contra el suelo parecía claro que Mora estaba herido de gravedad. Pero no. Milagro en Las Ventas. Horas extraordinarias de su ángel de la guarda.
El País. 31 Mayo 2019
La oreja que paseó Paco Ureña del quinto de la tarde es más que discutible porque estuvo precedida de un pinchazo en lo alto y una estocada caída, pero lo que no admite discusión alguna es la completa disertación sobre la pureza en el toreo que expuso en el tercio final.
Los sombreros que cayeron en su vuelta al ruedo fueron la constatación de que el torero murciano había desparramado torería a borbotones en los 10 minutos que tuvo la muleta en sus manos. Y no fue la suya una labor conjuntada ni compacta porque el manso y soso toro mostró en distintas ocasiones su decisión manifiesta de huir sin vergüenza alguna de la pelea. Pero Ureña lo mantuvo a su lado y consiguió convencerlo para pintar uno de esos cuadros que parecen inacabados, pero que transmiten gozo, armonía y esa íntima belleza, a veces contenida, que es el misterio emocionante del arte del toreo.
La lección comenzó con unos ceñidos estatuarios y una primera trincherilla que fue un destello deslumbrante de torería. Buscó Ureña el terreno más apropiado, plantó las zapatillas en la arena, se cruzó como mandan los cánones y obligó a su oponente a embestir a pesar de su empeño en deslucir los encuentros; y así se sucedieron algunos naturales de frente que supieron a gloria y pases de pecho largos, de pitón a rabo. Nuevos remates, trincherillas, pases del desprecio, por bajo, un natural con la pierna flexionada, otro de rodilla y un pase de pecho monumental. Destellos brillantes todos.
No fue una faena al clásico estilo, ni una obra terminada, sino pinturerías de un maestro, carteles de toros, un homenaje a la pureza del toreo, con la plaza entera arrobada por la textura y la gracia que surgieron de sus muñecas. El desacierto con el estoque emborronó la pincelada final, pero la generosidad de la afición andante permitió que paseara esa oreja que hizo honor, también es verdad, a la maestría de un torero llamado Paco Ureña.
Por su parte, cuando David Mora se perfiló para matar a su primer toro sabía el torero que no se jugaba más que el silencio del respetable. La verdad es que su vuelta a Madrid, donde ha conocido el dolor y la gloria, no había comenzado de la mejor manera. Bueno, recibió al toro con unas verónicas de buen aire y, momentos después, compitió con Ureña en un quite por ceñidas gaoneras. Y algo más: tras el brindis a Ángel Otero, miembro de su cuadrilla y que acababa de desmonterarse tras colocar un grandioso par de banderillas, inició la faena de muleta con varios estatuarios y elegantes remates por ambas manos que hicieron abrigar toda esperanza.
Pero no hubo más. Brilló la codicia del toro en los inicios sobre la claridad de ideas del torero. Citó despegado, sin mando, al hilo del pitón y todo se diluyó como un azucarillo. A su propuesta le faltó condimento y se notó que el tarro de su misterio torero carece hoy de contenido.
Entre la decepción general se perfiló para matar, se tiró sobre el morrillo, el toro lo enganchó de fea manera, el torero quedó colgado de los pitones y cuando lo estrelló contra el suelo parecía claro que Mora estaba herido de gravedad. Pero no. Milagro en Las Ventas. Horas extraordinarias de su ángel de la guarda. Volvió a la cara del toro y otra vez fue atropellado sin consecuencias en el encuentro. Premio gordo y serie.
La corrida de Alcurrucén, un petardo. Mansa y descastada. Nada pudo hacer Álvaro Lorenzo con el peor lote más allá de su pundonor juvenil, ni sus compañeros de terna. Unas verónicas señoriales y una tanda de hermosos naturales de Ureña en su primero y probaturas baldías de Mora a su inválido segundo.
Los sombreros que cayeron en su vuelta al ruedo fueron la constatación de que el torero murciano había desparramado torería a borbotones en los 10 minutos que tuvo la muleta en sus manos. Y no fue la suya una labor conjuntada ni compacta porque el manso y soso toro mostró en distintas ocasiones su decisión manifiesta de huir sin vergüenza alguna de la pelea. Pero Ureña lo mantuvo a su lado y consiguió convencerlo para pintar uno de esos cuadros que parecen inacabados, pero que transmiten gozo, armonía y esa íntima belleza, a veces contenida, que es el misterio emocionante del arte del toreo.
La lección comenzó con unos ceñidos estatuarios y una primera trincherilla que fue un destello deslumbrante de torería. Buscó Ureña el terreno más apropiado, plantó las zapatillas en la arena, se cruzó como mandan los cánones y obligó a su oponente a embestir a pesar de su empeño en deslucir los encuentros; y así se sucedieron algunos naturales de frente que supieron a gloria y pases de pecho largos, de pitón a rabo. Nuevos remates, trincherillas, pases del desprecio, por bajo, un natural con la pierna flexionada, otro de rodilla y un pase de pecho monumental. Destellos brillantes todos.
No fue una faena al clásico estilo, ni una obra terminada, sino pinturerías de un maestro, carteles de toros, un homenaje a la pureza del toreo, con la plaza entera arrobada por la textura y la gracia que surgieron de sus muñecas. El desacierto con el estoque emborronó la pincelada final, pero la generosidad de la afición andante permitió que paseara esa oreja que hizo honor, también es verdad, a la maestría de un torero llamado Paco Ureña.
Por su parte, cuando David Mora se perfiló para matar a su primer toro sabía el torero que no se jugaba más que el silencio del respetable. La verdad es que su vuelta a Madrid, donde ha conocido el dolor y la gloria, no había comenzado de la mejor manera. Bueno, recibió al toro con unas verónicas de buen aire y, momentos después, compitió con Ureña en un quite por ceñidas gaoneras. Y algo más: tras el brindis a Ángel Otero, miembro de su cuadrilla y que acababa de desmonterarse tras colocar un grandioso par de banderillas, inició la faena de muleta con varios estatuarios y elegantes remates por ambas manos que hicieron abrigar toda esperanza.
Pero no hubo más. Brilló la codicia del toro en los inicios sobre la claridad de ideas del torero. Citó despegado, sin mando, al hilo del pitón y todo se diluyó como un azucarillo. A su propuesta le faltó condimento y se notó que el tarro de su misterio torero carece hoy de contenido.
Entre la decepción general se perfiló para matar, se tiró sobre el morrillo, el toro lo enganchó de fea manera, el torero quedó colgado de los pitones y cuando lo estrelló contra el suelo parecía claro que Mora estaba herido de gravedad. Pero no. Milagro en Las Ventas. Horas extraordinarias de su ángel de la guarda. Volvió a la cara del toro y otra vez fue atropellado sin consecuencias en el encuentro. Premio gordo y serie.
La corrida de Alcurrucén, un petardo. Mansa y descastada. Nada pudo hacer Álvaro Lorenzo con el peor lote más allá de su pundonor juvenil, ni sus compañeros de terna. Unas verónicas señoriales y una tanda de hermosos naturales de Ureña en su primero y probaturas baldías de Mora a su inválido segundo.
- ALCURRUCÉN / MORA, UREÑA, LORENZO
Toros de Alcurrucén, correctamente presentados, mansos, sosos y descastados.
David Mora: pinchazo, estocada tendida —aviso— y cuatro descabellos (silencio); pinchazo y estocada (silencio). Sufrió un puntazo corrido en la cara posterior de la cresta ilíaca derecha y herida superficial en el escroto. Pronóstico: leve.
Paco Ureña: dos pinchazos —aviso— y estocada baja (silencio); pinchazo y estocada caída (oreja).
Álvaro Lorenzo: estocada muy trasera y dos descabellos (silencio); estocada (silencio).
Plaza de Las Ventas. 31 de mayo. Decimoctava corrida de feria. Lleno (22.920 espectadores según la empresa).
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A CORRIDA DEL SÁBADO
Toros de Zalduendo para Antonio Ferrera, Curro Díaz y Luis David.
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