Acaban de hacerse públicas y oficiales las combinaciones para las primeras ferias de la temporada y, como siempre suele ocurrir, llueven las críticas y reproches en torno a estos carteles. Que si falta este torero, que si sobra aquel, que qué pinta esta ganadería… Un clásico. Nunca llueve a gusto de todos.
El ojo del amo
Paco Delgado
Acostumbra a ser la prensa quien más desmenuza la composición de este o aquel serial, al igual que antes de sus respectivas presentaciones y puestas de largo han especulado -con más o menos conocimiento de causa, a ciegas, de oidas o con soplos, pues los hay que sirven de altavoz de las empresas para ir haciendo campaña a favor de lo que luego se hará realidad- y avanzando quién estará o quién se queda fuera. Algo que también sirve para ir creando ambiente y generando expectación.
Ha pasado, como sucede año tras año, con las corridas falleras. Se echa en falta, y es una evidencia, una realidad y una pena, a Samuel Navalón, puede que el más destacado de los novilleros de la pasada campaña y que al subir de categoría siguió cumpliendo y dejando ver unas condiciones extraordinarias. Triunfó a lo grande en su alternativa y, algo que en estos tiempos ya no suele verse, confirmó apenas unos días más tarde, dejando una muy agradable sensación y estando a punto de lograr otro éxito en la plaza más complicada y exigente del mundo. Se justificó mas que de sobra y se convirtió en la gran baza y novedad para la temporada que ahora arranca. Al menos en la teoría en la que se basan el aficionado y el especialista, algo que, desgraciada y frecuentemente, no suele coincidir con la opinión y, sobre todo, intereses de lo que se ha dado en llamar últimamente “el sistema”. Y la prueba está en que en estas primeras ferias no aparece su nombre. Misterios, o no, de lo que se cuece entre bastidores.
Pero, intrigas y tejemanejes al margen, al final se impone la realidad, representada es lo que las distintas empresas gestoras y responsables de la organización de los abonos consideran que es lo que mejor cuadra a sus intereses.
Claro que los intereses de las empresas deberían coincidir con los de sus clientes, que son los aficionados, pero, ay, estos dos conceptos ya no coinciden y es el gran público quien llena las plazas y contribuye a que el arqueo se salde en positivo. Los aficionados son minoría y su número tiende a la baja. Llenar la plaza de Valencia, por ejemplo, supone la asistencia de, más o menos, 12.000 espectadores, de los que la inmensa mayoría sólo acude al reclamo de los nombres consagrados y que les suenan por repetición y años ocupando titulares, crónicas y protagonismo, lo hagan bien, mal o regular.
El grueso de la programación fallera se basa en tres nombres de los que el más moderno tiene ya una decena de años como matador en su currículum. Y sin que uno de los otros dos haya dado motivos en el ruedo, desde hace ya demasiado tiempo, para tener un papel estelar y el otro dependa de un día inspirado para convencer. Sin embargo, apostar por gente nueva, por mucho que supongan aire nuevo y signifiquen el futuro, no entra en los planes de quienes se juegan su dinero y tienen como objetivo principal el recuperar con intereses, a ser posible cuantiosos, la inversión realizada para montar estos eventos. Otra cosa sería que, es una decir y una ilusión, el coso de Monleón, en este caso, fuese gestionado directamente por la Diputación y su principal función fuese, al igual que hacen con la promoción y formación de la gente joven que se apunta a su escuela taurina, el fomento de la fiesta.
También hay que contar en este con que los medios de comunicación generalistas, y especialmente la televisión, han dado la espalda al mundo taurino, tratado de cara a un sector muy minoritario y marginal, al que ahora se teledirige con publicaciones muy subjetivas cuando no directamente dependientes o manejadas por quienes controlan también el negocio taurino.
Se puede uno quejar, protestar o señalar ciertas acciones que creemos injustas, o movimientos que uno nunca haría, pero hay que ponerse en la piel de quien arriesga mucho dinero para combinar y montar carteles que se diseñan para atraer a una masa a la que, por lo general, le importa poco que falte este o aquel. El ojo del amo es el que engorda al caballo.
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