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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

miércoles, 12 de febrero de 2025

Hughes. Manchester City, 2; Real Madrid, 3. Victoria contra el City de Lillo


Carlo Ancelotti

'..EL City, la verdad, parecía más un equipo de Lillo que un equipo de Guardiola y el Madrid acabó la segunda parte venido arriba, con ocasiones, alguna bastante clara..'

Hughes
Pura Golosina Deportiva

Había espectáculo de luz y sonido en el Etihad, los jugadores bajaban del túnel de vestuarios como si fueran a entrar en una discoteca. Se percibía esa tensión en las miradas.

Todos llevaban a su niño de la mano, pero el de Vinicius parecía ser víctima de bullying.

El Madrid salió con ánimo. Más que confiantesh salieron presionantesh, pero duró lo que tardó Guardiola en hacer uno de sus movimientos geniales de peón. El central por aquí, el medio por allá, chis, chas, un escalonamiento más y lo posicional blue pareció mejorar, aunque poco.

El Madrid respondía con una salida tocada, y las ocasiones llegaban una detrás de otra: de Vini, de Mbappé y sobre todo de Mendy, debajo de la portería pero a la vez muy lejos porque la pelota cayó en su ortopédica pierna derecha. El fallo fue de los que provocan ira.

Era un pequeño festival. Se perdía la cuenta de las ocasiones. La facilidad era sospechosa y hacía sentir culpable. porque todos sabíamos lo que eso significaba.

Poco después, el City iba a marcar por Haaland tras un buen pase de Gvardiol. Hubo intriga de VAR que tuvimos que sufrir de nuevo con los comentarios de Carlos Martínez sobre los primeros planos de Haaland. Qué les costará buscar planos de chicas guapas en la grada... Haaland hacía el gesto de algo muy pequeñito. "El frame es siempre crucial", decía alguien en la tele. Ya nos habíamos dado cuenta...

El travelling es una cuestión moral, decía Godard. El frame es una cuestión política, decimos nosotros.

Algo muy pequeñito, repetía Vinicius. Algo muy pequeñito, confirmó Rodri, el Balón de Oro con las cejas más raras, cuando el árbitro confirmó el gol.

El Madrid siguió llegando incluso con la zozobra comprensible. En el 25, Vinicius tiró al palo. Pero era un llegar sin moral. El Madrid encontraba facilidad, pero era blando también y transmitía poca entereza. En el campo ya no había ninguno de los campeones veteranos, ningún superviviente de los jerarcas...

Hubo un rato de desconexión, incapaz el Madrid de salir de la cueva, con siniestro deportivo de Camavinga. Asencio salvó una ocasión derrapando.

En esos minutos, cuando el City ganó algo de convencimiento y entereza, estaba la temporada. También para ellos. Hubo una ocasión en un córner y Pep y Lillo pegaron un respingo los dos como si el banquillo fuera una montaña rusa. Qué mayores están ya los dos...

Al Madrid lo de presionar se le daba regular, es casi mejor que no lo haga, así que volvió al fútbol que le hizo campeón: echarse atrás.

Hubo una ocasión de Rodrygo, los de arriba llegaban bien pero al final se estorbaban... Era una vieja sensación galáctica.

Quienes recordamos bien esa época sentimos a veces algo de aquel perfume, cuando, por ejemplo, la acumulación de estrellas y ocasiones alcanza un punto que parece marginalmente decreciente...

Mbappé se iba del área y quería empezar sus jugadas con ese paso flamenco que hace que parece Tomatito... Valverde chutaba desde lejos, lo que intenta cuando no lo ve del todo claro. Esos chuts son un contrapunto de seriedad y contundencia cuando los de arriba se barroquizan en exceso...

EL City, la verdad, parecía más un equipo de Lillo que un equipo de Guardiola y el Madrid acabó la segunda parte venido arriba, con ocasiones, alguna bastante clara.

El Madrid dejaba en el descanso sensaciones raras. Frustrantes, desordenadas. El cuerpo me pedía destituir a Ancelotti allí mismo. Tomar medidas serias aunque solo fuera porque algo fuera definido, fuerte, serio, tajante... No se sabía si el equipo presionaba o esperaba. Encontraba facilidad pero también concedía un gol. Era una cosa difusa con ocasiones de gol y esa expectativa feliz de que triangulen los de arriba que provoca todavía más frustración porque se ve fácil y luego genera ahogo defensivo.

En conjunto, todo eso era poco serio. El Madrid transmitía irritación y flaqueza, como si el equipo hubiera perdido galones en el campo y acusara psicológicamente las humillaciones sistémicas de España.

La segunda parte comenzó con un regalo de Asencio, sospechosamente elogiado a mi parecer, que Haaland aprovechó para una ocasión al palo.

Asensio regalaba un balón y Mendy parecía una mina antipersona itinerante... Lo mismo: facilidad y fragilidad. Eso tenía el Madrid.

Había alguna diferencia. Los cambios habían debilitado al City y Bellingham tomaba más responsabilidades en la construcción.

El Madrid mejoraba pero le faltaba una idea. Le falta una idea. O un sentimiento caníbal de orgullo o una voluntad hegemónica de hacer disfrutar al mundo de su juego. Hay timidez, indefinición, jirones, retales, diseños solo pespunteados... Falta un sueño, un deseo imperativo.

Bellingham, lo más parecido a eso, bajaba a distefanear y también emprendía una presión solitaria que se parece a una prédica en el desierto que va sumando fieles. Es como un rastreo suyo, como un perro persiguiendo su hueso. El Madrid de Ancelotti inventa el individualismo defensivo.

En el 53, tuvo una ocasión como las que falló contra el Atleti, con pase de Vinicius, que fulminaba al simpsonesco Rico Lewis. Si el Etihad estuviera en España, Lewis hubiera optado por dar patadas sin fin y retorcerle el cuello a Vinicius, pero tratándose del extranjero solo pudo claudicar.

Esa jugada, por cierto, la había iniciado mucho antes el propio Bellingham. Eso fue una cosa habitual.

Los primeros quince minutos de la segunda parte fueron otro pequeño festival que no acabó en total frustración porque Mbappé marcó, tras un gran pase de Ceballos, en remate pegamoide con la tibia o el peroné.

Valverde tras el gol y las mil ocasiones volvía a dar un puñetazo en la mesa con otro zambombazo que lamía el poste como Turturro la bola en El Gran Lebowsky. Como lateral derecho, le dio a esa banda una solidez que ya no recordábamos. Volver a Lucas resultaría un ultraje.

Bellingham tuvo un mano a mano clarísimo que le salvó Ederson. Otra llegada pero de mediofondista (Bellingham mezcla al futbolista con esos ingleses elegantísimos que corrían sin parar).

El portero brasileño empezó a agotarse ahí o a acusar el stress.

En el minuto 70, Ancelotti tenía el banquillo inmaculado. No así Pep, que lanzaba esos escupitajos lubricantes suyos de actor porno muy preciso.

La blandura del City era excesiva. Llegaba un punto en el que era demasiada blandura, tanta que desdibujaba las líneas, los peligros, el sentido de los ataques, como alterando las tensiones inherentes al propio fútbol. Desimantando el juego. El City era un rival de pachanga y eso destruía la seriedad que exigían los cracks del Madrid que, ante tanta facilidad, se aturullaban.

Era todo demasiado sencillo así que el Madrid quiso darle al partido una seriedad nueva e hizo lo que mejor puede hacer con Ancelotti: juntarse como haciendo un montoncito (de qué, no se sabía). Y ahí, recién estrenada esa forma, llegó el penalti a Foden cometido por el imprudente Ceballos justo en la línea del área. Es bueno Ceballos, pero no es Casemiro.

Cuando se preparaba el penalti, Ancelotti entendió que ya podía sacar a Modric, que entró cuando Haaland había marcado el 2-1.

El convenio neogaláctico ya vimos que es claro y en el 84 entró Brahim por Rodrygo. Esto fue todo lo que se estrujó Ancelotti la cabeza.

El Madrid, que podía haber marcado quince goles, perdía contra el peor City desde el Definitely Maybe. Y Ancelotti ponía cara de Carletto, llenaba de aire sus carrillos. Con los mofletes henchidos, mandó a sus hombres contra los elementos y la flauta de Pan sonó.

En el 86, Brahim marcó tras un tiro de Vini que Ederson rechazó mal. El City se autodestruía, aunque hay que reconocer la ambición de Belligham y Vinicius.

Bellingham tenía otra ocasión inmediatamente y en el lamento de la falta recibida se veía que decía "Madre mía". En Manchester, Jude habló ya como un español. En su gran segunda parte estuvo ayudado por un mejor Camavinga, titularísimo muy necesario, jugador imprescindible.

Poco después, ya en el descuento, marcó Bellingham siguiendo una jugada de Vinicius, en él empezada con un robo. Un toque fue en el mediocampo, otro en el área pequeña. Volvía a asistir Vinicius (en los dos goles con su viejo estilo: con semifallos, ocasiones, rechaces que valen como una asistencia depurada) y Belligham llegaba agónicamente antes que el lentísimo central. Llegaba y remataba hincando la rodilla, en otro partido en el que había estirado el rango de su juego como si quisiese, él solo, salvar el desequilibrio del Madrid.

La victoria permitía entregarse a la épica habitual, al soniquete inconfundible, efímero placer de pocas horas, pero era imposible la euforia. Solo el alivio entre una risa floja y nerviosa. El Madrid se acercaba a la ronda siguiente pero también certificaba su escasísima consistencia.

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